El teleadicto

Borrell sí podría

Josep Borrell.

Josep Borrell.

Antonio Sempere

Antonio Sempere

En este año de maldita guerra televisada habrá salido a relucir en numerosas conversaciones qué podemos hacer nosotros, humildes ciudadanos de a pie, ante tamaña tragedia. Pienso que absolutamente nada. Si quieres la paz, prepara la paz. Sólo pueden parar la sinrazón los políticos que están en primera línea. Quienes envían hacia la contienda armamento que cuesta millones de euros, y lo que es peor, soldados.

Uno de los políticos imprescindibles en esta guerra de Ucrania es Josep Borrell. Su cargo de Alto Comisionado de la UE ratifica la responsabilidad que tiene en el devenir de la historia. Al verle en tantos Telediarios tomando la palabra y justificando hechos consumados, me acuerdo de tantos veranos compartidos en el Palacio de la Magdalena de Santander, a donde él acudía cada mes de agosto a dirigir un foro titulado Quo Vadis, Europa.

Los encuentros a los que me refiero no tenían lugar en las aulas, sino los fines de semana que precedían o sucedían al curso, cuando todo el mundo desaparecía del lugar y yo, que jamás salía de mi residencia de las Reales Caballerizas ni sábados ni domingos, pasaba las horas muertas leyendo la prensa en alguno de los ocho veladores dispuestos en el patio. Por allí aparecían siempre Borrell y Cristina Narbona, algún año acompañada por su madre. Nadie, salvo ellos y un servidor, habitaba durante largas horas ese decorado de película.

Esa escena se sucedió no menos de siete veranos. Nos saludábamos cortésmente, casi mesa con mesa. Pero nunca me inmiscuí en su conversación. Ni le dije lo que pensaba, que habría sido un gran presidente del gobierno. Ahora me arrepiento por no haber compartido una charla con Borrell en pantalón corto. Por tantas ideas no intercambiadas.