Las crónicas de Don Florentino

La teoría de la estupidez de Bonhoeffer

Judíos ultraortodoxos en la explanada de las Mezquitas, en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Judíos ultraortodoxos en la explanada de las Mezquitas, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. / REUTERS

Juan Carlos Padilla Estrada

Juan Carlos Padilla Estrada

La estupidez es peor que la maldad.

En los años cuarenta del siglo pasado Dietrich Bonhoeffer, religioso alemán, protestaba públicamente sobre las infamias del régimen nazi y la persecución ejercida contra judíos, opositores y diferentes grupos sociales que el Führer había colocado en la diana del enfado de todo un pueblo contra su destino.

De inmediato el pastor Bonhoeffer fue encarcelado. En la prisión pudo reflexionar sobre las causas que llevaban a personas inteligentes ─algunos amigos suyos incluidos─ a comportarse de manera irracional. Y llegó a la conclusión que es la estupidez, y no la maldad, la que somete a las mentes inteligentes.

Para Bonhoeffer la maldad puede ser combatida, pero no se puede hacer nada en contra de la estupidez. No existen protestas o marchas que tengan por objeto derrotar a la estupidez y esa es su ventaja imbatible. La estupidez es improtestable.

Puede parecer que la estupidez es combatible con hechos, datos o argumentos, pero no es así. Quien no quiere aceptar la realidad simplemente la ignora o la acepta como algo intrascendente que no modifica para nada su posición original, su visión del mundo. Las personas estúpidas son más violentas que las maliciosas, asegura Bonhoeffer, y cuando ven amenazada su argumentación se lanzan contra quien piense diferente a ellos; los maliciosos, por otro lado, son pacientes y aprovechan los momentos de debilidad de los adversarios para poder actuar; no reaccionan de manera virulenta. El estúpido renuncia a la razón y abraza el avasallamiento.

En ese sentido, la estupidez no es una tara intelectual, es un defecto moral. Existen personas con alto grado de inteligencia pero inmensamente estúpidas y viceversa: personas con poca inteligencia y sin ningún síntoma de estupidez.

El ser humano no nace estúpido, pero con el paso del tiempo puede serlo. Los individuos solitarios tienen menos propensión a caer en las garras de la estupidez; por lo contrario las personas con experiencias colectivas recurrentes son ideales para caer en la tentación de los estúpidos. Se podría decir que la estupidez es un problema sociológico más que psicológico.

Podríamos pensar que son los movimientos políticos y religiosos son los preferidos por el virus de la estupidez. Estos movimientos son simbióticos: el poder de uno necesita de la estupidez del colectivo para propagarse con facilidad. La teoría de la estupidez remarca que a mayor incremento de poder de los líderes sus seguidores están dispuestos a renunciar libremente a su individualidad.

Y cuando los hechos son irrefutables, simplemente se dejan de lado como intrascendentes. La persona estúpida, en contraste con la maliciosa, está satisfecha de sí misma y al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa. Nunca intentemos persuadir a la persona estúpida con razones, porque es insensato y peligroso. (Dietrich Bonhoeffer, Cartas y documentos desde la prisión)

La estupidez solo puede ser derrotada por actos individuales de genuino interés por liberarse. Los estúpidos solo se pueden liberar a sí mismos cuando comprendan el grado de alienación en el que se encuentran. Mientras eso sucede, la sociedad no debe interferir con el proceso de autoliberación; intentar inmiscuirse solo puede terminar por empujar fuertemente a las personas a su antigua terquedad.

Bonhoeffer falleció en un campo de concentración nazi unos cuantos días antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial. El legado del clérigo alemás radica en tratar de comprender las causas por las que los movimientos políticos terminan por engullir a las mentes brillantes de la sociedad.

La estupidez sí es peor que la maldad porque la maldad se rige a sí misma; trabaja su propia agenda y persigue sus propios fines. El malicioso comprende sus limitaciones y es capaz de autogobernarse con tal de lograr sus objetivos. El malicioso es tan pragmático que es capaz de traicionarse a sí mismo sin consecuencias: El estúpido no tiene esos privilegios. El estúpido es un mero instrumento de los designios de alguien más; tal vez, lo más preocupante de todo: el estúpido se puede convertir en malvado no por convicción sino por el hecho de no sentirse exclusivo o perder privilegios.

Sé lo que está pensando, amable lector: Está calibrando si para usted la maldad es peor que la estupidez y, sobre todo… está usted buscando estúpidos y malvados en la nómina de sus allegados y de sus conocidos… Incluya en esta la retahíla de políticos y dirigentes que nos gobiernan… ahora sí… ¿verdad?

Pero tal vez la estupidez está mucho más extendida de lo que todos creemos, aunque esté mimetizada en toda la sociedad. Pongamos un ejemplo: El total del gasto militar mundial llegó en 2021 a 2,113 billones de dólares. Sí: 2,113 Billones, con B de barbaridad. Si pensamos solo un instante en las necesidades reales de nuestro mundo, con ocho mil millones de almas, es difícil comprender cómo derivamos ese enorme capital hacia el ámbito militar. Aunque si repasamos la actualidad y vemos los comportamientos de ciertos líderes mundiales no queda otra opción que armarse hasta los dientes para evitar perder nuestra libertad, en una especie de loca espiral en la que, evidentemente, prevalece la estupidez humana por encima de la razón.

Quizá el bueno de Dietrich Bonhoeffer a la postre tenía razón.