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¿A quién pertenece el pasado?

¿A quién pertenece el pasado?

¿A quién pertenece el pasado? / AntonioAdsuarSomosTerreta

Antonio Adsuar

Antonio Adsuar

«¿Para qué estudiamos historia, profe, si todos están muertos?». Esta es una frase clásica de inicio de curso. La profieren, sin ánimo de herir, algunos de los malos alumnos, aquellos que no quieren estudiar.

Muchos profesores ni se molestan en contestar, ignoran con displicencia funcionarial la pregunta-dardo del chaval rebelde de turno.

Yo, por contra, seguramente por tener alma de filósofo, me quedo pensando en la diatriba lanzada al aire. Este cuestionamiento general de la asignatura, sincero y básico pero no tan ingenuo como nos pudiera parecer a simple vista, me hace meditar.

¿Para qué sirve la historia?, ¿por qué estudiar durante meses y años cosas que pasaron y quedaron atrás? La frase del alumno díscolo tiene un mérito indudable: se plantea la utilidad de la disciplina de manera radical, prístina.

Más o menos viene a decir: si aquello que sucedió ya pasó, ya quedó atrás, ya no es importante…¿por qué nosotros, jóvenes y vivos, adolescentes en posesión del futuro, tenemos que perder nuestro tiempo en recordar lo que hicieron aquellos señores pretéritos?

Hay que aprovechar este disparo juvenil para tratar de reflexionar sobre una cuestión fundamental: ¿por qué hacemos un esfuerzo constante por hacer presente el pasado, por qué ponemos nuestras vidas al servicio de los siglos antiguos, dejándonoslas en rememorarlos, una y otra vez?

Conozco muchos compañeros, profes e investigadores, que dedican su vida a la historia. Han consagrado décadas a estudiar tipos de cerámica o papeles corroídos por el tiempo que nos narran las vidas de un Marqués en una comarca española ignota.

Les interesa mucho un tema, no saben explicar muy bien por qué, y van fabricando artículos académicos para revistas insulsas que languidecen dentro de los cerrados circuitos de la Universidad.

Muchas veces investigan por investigar, porque tienen que justificar sus horas semestrales dedicadas a ello, porque necesitan hacer puntos para acreditarse en su carrera profesional.

En muchos casos ello les conduce a dejarse meses analizando temáticas de dudoso interés, incluso para ellos mismos. La historia, a mi modo de ver, sale perdiendo.

Y todo esto pasa simplemente porque no nos detenemos a buscar un sentido a lo que hacemos. Esto a nivel individual es aceptable y comprensible pero a nivel general, si nos pensamos como sociedad que financia en muchos casos estas investigaciones, creo que no es lo más deseable.

Se habla mucho hoy en día de la necesidad de transferir el conocimiento, de devolver a los ciudadanos que pagan con sus impuestos estas sesudas investigaciones aquello que arduamente el estudioso universitario ha aprendido.

A mi modo de ver hemos de mejorar mucho en esta faceta: ¿debería el indagador profesional plantearse los intereses de la sociedad a la hora de elegir su tema?, ¿tendría que hacer un esfuerzo para ser claro y llegar al máximo número de lectores posibles?

Evidentemente mi respuesta es que sí.

Ahora que ya hemos puesto deberes a la Universidad, reflexionemos algo más sobre la utilidad de la historia. Las instituciones públicas, los profesores, las cátedras…todos debemos hacer un esfuerzo por dar un sentido a la historia, por ayudar a que nos sirva para comprender nuestro presente.

El pasado, querido lector que me sigues y soportas estos devaneos míos, siempre es presente. Las centurias de antaño, en su eco eterno, no se van nunca, siempre están aquí con nosotros.

Aún puedes escuchar si afinas el oído luchas en los parajes de nuestra Terreta entre cartagineses y romanos, sientes a nuestros laboriosos campesinos musulmanes mejorar la tierra con su habilidad hidráulica, a Castilla y a la Corona de Aragón pelear por Alicante, escuchas silbando la última bala de nuestra triste guerra civil.

El pasado nos determina hoy. Descubrir cómo y por qué nos ayuda a liberarnos si queremos de las partes de él que sean nocivas para nosotros como sociedad.

También nos permite ser mejores, reivindicando lo que de bueno hubo en nuestros días ya vividos.

El pasado es lo único que existe porque el presente es efímero, nada más realizarse ya se ha perdido y se convierte en pasado. El futuro, tan deseado, nunca llega del todo y cuando lo hace se convierte en un presente que enseguida pasa.

Permíteme estimado lector corresponder a esta sonrisa cómplice que he podido disparar en ti con estas frases filosófico-literarias con algunas referencias, sé que quieres saber más sobre esto.

Te aconsejo leer el libro «El futuro y sus enemigos» (editorial Paidós) del gran filósofo Daniel Innerarity. También es muy recomendable conseguir «Por qué la historia» (editorial Salvat) de Manuel Tuñón de Lara.

Pero avancemos que la vida es prisa (ningún artículo mío puede pasar sin una cita orteguiana, es lógico). Realizado ya el planteamiento básico de la cuestión quiero ser más concreto. Adelante.

El pasado es cosa de todos, debe ser un bien público. Es evidente que puede y debe haber diferentes visiones del pasado y más en una sociedad democrática basada en el diálogo entre diferentes.

El pasado debe estar abierto a la ciudadanía, la memoria histórica es vital. Como investigadores y divulgadores debemos trabajar para hacer el pasado accesible y comprensible, para darle un sentido.

Dejemos por favor de entrar al aula a soltar hechos y fechas, a explicar por enésima vez el desembarco de Normandía, a poner el vídeo de siempre sobre la guillotina en la Revolución Francesa. ¡Podemos hacerlo mejor!

Hemos de pedir el apoyo de la administración pero evitando tutelas y no cayendo en la inacción cuando este no llega. ¿Quién te impide, amigo que lees esto y tienes tus escritos en tu PC, abrirte un blog? Hay que lanzarse.

El pasado, si queremos ganarle un sentido, ha de aspirar a explicar las causas y consecuencias de los hechos históricos. Las fechas no se estudian porque sí, nos sirven para ordenar los acontecimientos y darles un significado.

Deslicemos, ya que nos estamos acercando al final de este artículo, algún ejemplo concreto que afecte a nuestra provincia de Alicante. La desconexión Elche-Alicante, lamentable en mi opinión, viene de lejos.

Alicante y su imponente puerto siempre miraron al mar y vivieron del comercio, no dejando nunca de pertenecer a los dominios del rey. Elche, tierra más de interior, agrícola y manufacturera, quedó sujeta por siglos al poder de un señor, el Marqués de Elche, que separó sus dinámicas de las del resto de territorio.

Aquí podemos comprobar, aunque sea de manera telegráfica, como desavenencias actuales que nos perjudican de manera real tienen causas históricas remotas y profundas que es necesario comprender.

Observamos entonces como para dar un sentido a nuestras sociedades actuales hemos de entender su pasado, es vital saber de dónde venimos para tratar de pensar a dónde queremos ir.

Los siglos de antaño y sus características, con las inercias que sobre nosotros van pensando aún, deben ser conocidas por todos los ciudadanos.

El pasado es clave aunque no debemos sacralizarlo ni obsesionarnos con él. Precisamente comprenderlo nos permitirá liberarnos de aquello que nos pese y venga de él, podremos dejar atrás lo más obscuro que en nosotros habita.

La Terreta, nuestras comarcas alicantinas, deben pensarse más y mejor históricamente, el pasado nos pertenece a todos. Entendernos desde esta mirada histórica nos permitirá comprendernos y ser más libres.

Queda mucha tarea por hacer.