Esperando a Godot

El año sin verano

Para colapso de la dignidad humana, y perdonen que abunde en el tema, está la cuestión de lo que ha venido en denominarse «el espacio a la izquierda del PSOE».

Yolanda Díaz, Pablo Iglesias e Irene Montero, en una foto de archivo en el Congreso de los Diputados en enero de 2020. | MARISCAL

Yolanda Díaz, Pablo Iglesias e Irene Montero, en una foto de archivo en el Congreso de los Diputados en enero de 2020. | MARISCAL / DanielMcEvoy

Daniel McEvoy

Daniel McEvoy

La semana pasada les comentaba como el mal tiempo reinante en Suiza el verano de 1816 había sido en parte la causa de que Mary Shelley diera a luz al más célebre monstruo, con el permiso de Drácula, de la literatura universal. Lo que no reparé en explicarles, y lo hago ahora gracias al comentario que me hizo una grandísima amiga tras leer mi artículo (ha de ser muy buena amiga, pues lo hace todas las semanas) fue el origen de ese inusitado y adverso clima.

Todo comenzó en la isla indonesia de Sunbawa. El 10 de abril de 1815 se produjo allí la erupción del monte Tambora, un volcán de 2.850 metros de altura que arrojó durante días millones y millones de toneladas cúbicas de lava, rocas, polvo y gases sobre la isla y a la atmósfera. Las consecuencias para sus habitantes supusieron la muerte, casi en el acto, de diez mil personas; pero también hubo consecuencias a escala global. La gran cantidad de material arrojado a la atmósfera provocó un ensombrecimiento del cielo de tal magnitud que grandes partes del planeta, con especial incidencia en el hemisferio norte, se enfriaron, provocando que 1816 fuera conocido como «el año sin verano» («cambio climático» lo llamarían ahora los «progres»).

Esa era precisamente la situación que les describía de aquel verano suizo en el que los Shelley, John Polidori y Lord Byron competían escribiendo para entretenerse en casa, ante la imposibilidad que provocaba la lluvia incesante de solazarse en el exterior. De ese verano también surgió El vampiro, de John Polidori y uno de los poemas (que también me apuntó la amiga a la que me refería, que es filóloga como yo) más bellos jamás escritos en lengua inglesa: Darkness (Oscuridad). Una obra concebida como una advertencia sobre las desigualdades que asomaban en la sociedad de aquella época y una predicción sobre un futuro distópico que acecharía a la humanidad si ésta no ponía todo su empeño en enderezar su rumbo. Los cinco primeros versos, que transcribo a continuación, dan una idea del pesimismo de Byron y de la influencia en su estado de ánimo del tiempo brumoso de aquella época:

I had a dream, which was not all a dream.

«Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.

The bright sun was extinguish’d, and the stars

El brillante sol se apagaba, y los astros

Did wander darkling in the eternal space,

vagaban diluyéndose en el espacio eterno,

Rayless, and pathless, and the icy earth

sin rayos, sin senderos, y la helada tierra

Swung blind and blackening in the moonless air;

oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;»

Darkness (pueden buscarlo en Google y leerlo íntegro en español, son sólo cuarenta y dos versos), plantea una sólida tesis sobre la postrera inanidad del ser humano. En el sueño del narrador se verbaliza un mundo postapocalíptico en el que el sol se ha extinguido y ninguna de las instituciones, desde la monarquía a la religión, ha conseguido sobrevivir. Del poema inferimos que la civilización no es tan sólida como pensamos, que la vastedad del universo la puede derrotar con facilidad, y que la dignidad humana se derrumba del mismo modo bajo la presión de la desesperanza.

Aunque para colapso de la dignidad humana, y perdonen que abunde en el tema, está la cuestión de lo que ha venido en denominarse «el espacio a la izquierda del PSOE». La semana pasada ya comentábamos como Yolanda Díaz era una creación tipo «Frankenstein», aunque en su caso con rostro amable y con una operación de mercadotecnia impecable: dice lo que la gente quiere oír y en un tono que tranquiliza a las masas frente al lenguaje agresivo, rayano en lo obsceno, que utilizan muchos políticos.

Iglesias y Montero, en la Asamblea de Madrid

Iglesias y Montero, en la Asamblea de Madrid / STRINGER

Frente a ese estilo de Yolanda Díaz, Podemos, molesto por el roto electoral que Sumar les puede provocar, está intentando otra operación similar con la intención de potenciar a Irene Montero. Sin embargo, el modo en que lo están haciendo es absolutamente aberrante. Últimamente se dedican a presentarla en entrañables fotos domésticas junto al todavía líder in pectore, Pablo Iglesias. En la última, aparecida el sábado de la semana pasada, algunos idiotas, no se les puede dar otro nombre, quisieron ver en la cremallera de un neceser una raya de cocaína; eso provocó el efecto contrario al que pretendían, desviando la atención de lo que realmente se debía haber criticado en esa foto: una mujer que predica en público el empoderamiento femenino rindiendo fiel pleitesía y sumisión al padre de sus tres hijos que, al parecer, ni siquiera vive ya con ellos.

Ese episodio es un claro ejemplo de la querencia de la izquierda española por las fotografías y el espectáculo mediático (especialmente donde no gobiernan), como el protagonizado por una diputada autonómica andaluza de Adelante Andalucía (que no sé yo si son de Yolanda, de Irene o mediopensionistas) durante el debate sobre la ampliación de regadíos en el entorno de Doñana, arrojando arena sobre el escaño del presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla. Arena que, evidentemente, luego tuvieron que recoger las trabajadoras de limpieza de la cámara. En otros tiempos, quizás lo recuerden, eran los socios del actual gobierno, Herri Batasuna, los que arrojaban cal viva sobre los escaños del PSOE en el Parlamento Vasco.

Muy lamentable todo. Menos mal que los agricultores del Camp d’Elx y de la Vega Baja son muchísimo más educados y civilizados que todos estos personajes, porque motivos para echar arena sobre los escaños de los que en nuestra tierra nos niegan el agua no les faltarían.