Tribuna

Aquellas capas

Así ha sido la Entrada Mora de las fiestas de Elda

Así ha sido la Entrada Mora de las fiestas de Elda / Áxel Álvarez

Rafael Sempere

Rafael Sempere

Las capas han dado mucho juego en la historia de nuestra Fiesta. Hubo un tiempo en que cualquier escuadra que se preciara de poderío y decidiera innovar su traje para las entradas, automáticamente pensaba en una buena capa. Una capa vistosa con dibujos de preciosas telas y pasamanos. O las más atrevidas, con rutilantes lentejuelas y agremanes cosidos. E incluso con perlas y demás pedrería.

Coser a una capa lentejuelas suponía un duro trabajo de dedicación. Y en ocasiones era el propio festero –sobre todo festera- quien, escaso de recursos, se aplicaba a ello en largas noches alumbradas por la ilusión.

La capa, junto a un buen turbante, sombrero o casco con penacho, componían la novedad del atavío de la escuadra, en un tiempo en que resultaba extraño la confección íntegra o el alquiler de un traje especial.

Esas capas, una vez estrenadas y disfrutadas, eran alquiladas a otras escuadras con menor preocupación indumentaria.

E incluso las hubo propiedad de alguna comparsa, como solución de emergencia para cuando no hubiera capitán o abanderada disponibles en años de sequía vocacional. Hoy eso resulta impensable.

La proliferación de trajes de confección propia y en régimen de alquiler, así como las listas de espera o reservas para ostentar un cargo en las comparsas con gran dispendio y ostentación, e incluso extravagancia, dibujan un panorama que en nada tiene que ver con aquellos años gloriosos.

Hoy una entrada en Elda es una caja de sorpresas. Para bien y para mal. Y ahí entramos en un terreno cenagoso. Donde combaten dialécticamente puristas e innovadores. Partidarios de unos u otros diseñadores y modistas. A veces con encendidas argumentaciones y encarnizadas descalificaciones, que ponen de manifiesto la imagen plural, y a veces hasta irreconciliable, que se tiene de la fiesta en Elda.

Pero en eso está la gracia. El sello propio de nuestras fiestas. Pasar del aplauso rotundo a la mano tapando los ojos, de la admiración a la sonrisa de incredulidad.

Hay quien habla de abundancia de disfraces entre las escuadras. Bueno. En honor a la verdad, algunas hay que dejan mucho que desear. Que inducen a la confusión. Es decir, que fuera del lugar que ocupan en el desfile, uno se preguntaría a qué comparsa pertenecen. Otras denotan un pésimo gusto. No lo vamos a negar. Pero frente a ellas, también muchas –la mayoría- derrochan buen gusto y espectacularidad; una acertada elección de su diseño. Porque no nos engañemos, el éxito de un traje depende de un diseño estético. Y junto a quienes los conciben con brillantez, alguno hay fatuo con ínfulas de genio, que confunde la originalidad con la creación distorsionada.

Por eso algunos pensadores ortodoxos de la Fiesta abogan por embridar estas pulsiones estilísticas con criterios estéticos establecidos por las comparsas. Pero esto en Elda hoy, francamente, es como poner puertas al campo. Qué bien hacían aquellas capas… O sea.