La jarilla de Villena, Helianthemum bilyanense, una nueva especie con necesidades de protección

Jarilla de Villena

Jarilla de Villena / UA

Mª Ángeles Alonso

Mª Ángeles Alonso

En los últimos tiempos, y más en periodos electorales como los que estamos viviendo desde hace varios meses, uno de los ejes principales de campañas y gestiones son los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la agenda 2030. Las personas que nos representan en la vida pública, y que son las que tienen una mayor responsabilidad en hacer cumplir dicha agenda, lucen en sus solapas el aro multicolor con el compromiso firme de llevar a cabo esos objetivos. Algunos de ellos, en mi opinión, son bastante utópicos por generales, pero otros son concretos y plausibles, alcanzables con el esfuerzo de todos. De los diecisiete objetivos, que son líneas de acción de trabajo, me gustaría que ahondáramos en el objetivo 15, cuyo propósito se centra en la vida en los ecosistemas terrestre, y que tiene como hoja de ruta “gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y detener la pérdida de biodiversidad”.

Cuando hablamos de la biodiversidad y en frenar su pérdida, se nos va el pensamiento a zonas tropicales con vegetación exuberante o incluso a los paisajes más áridos, donde el cambio climático y la desertificación está haciendo estragos. En cualquier caso, lo vemos como un problema lejano, sin darnos cuenta que a nuestro alrededor esta pérdida es incluso más sangrante. Pero, ¿por qué? Siempre inicio mi argumento con algo que sorprende y es que para saber que una especie se ha extinguido lo primero que tiene que haber ocurrido es que se haya conocido de alguna forma. Esto es la base de la frase “conocer para conservar”, que repetimos continuamente desde la Cumbre de la Tierra de Río-1992. Esta cumbre internacional fue un hito que marcó un antes y un después en las políticas medioambientales mundiales. Desde entonces, en Europa se ha venido trabajando intensamente en la compilación y catalogación de todo ese conocimiento, por lo que los científicos, al servicio de la sociedad y de las administraciones, han creado herramientas de gestión del medio natural. Y, en ocasiones, me sorprende que no se utilicen correctamente, ya que son las herramientas que ayudarían a frenar la pérdida de la diversidad biológica.

Los investigadores de la UA miran una imagen de la jarilla de Villena

Los investigadores de la UA miran una imagen de la jarilla de Villena / UA

En este sentido, hace unos pocos días se publicó una nueva especie de planta, descubierta en el término municipal de Villena, única localidad conocida –no solo de la provincia de Alicante, sino mundial– de esta planta, descrita con el nombre Helianthemum bilyanense Serra, J.C.Hern., M.Á.Alonso & M.B.Crespo, la jarilla de Villena. Sus poco más de 400 individuos, distribuidos en una única población de alrededor de 1000 metros cuadrados, la sitúa, según los criterios de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), en la categoría “en peligro crítico” (CR), lo que la sitúa en un alto riesgo de extinción. Pero, ¿de qué sirve para las especies, en este caso las especies vegetales, estar catalogadas en las denominadas “listas rojas”? En realidad, el hecho de que una especie se incluya en una lista roja no supone, en sí mismo, una protección especial. Como he comentado anteriormente, los científicos nos ponemos al servicio de las administraciones para crear herramientas de gestión, donde se ponen de manifiesto a través de criterios objetivos las singularidades y amenazas que se ciernen sobre las especies. Una lista roja es una de esas herramientas y son los gestores los que utilizan para la ordenación del territorio la información que contienen. Por eso, me llama la atención que en ocasiones no se utilicen dichas herramientas.

La nueva especie se encuentra en una zona de saladares en yesos, sobre la que se extiende la sombra de una gran planta fotovoltaica de 191 hectáreas. Y lo que más llama la atención es que esos hábitats están catalogados como prioritarios en la Directiva de hábitats (Directiva 92/43/CEE, del Consejo, de 21 de mayo de 1992, relativa a la conservación de los hábitats naturales y de la fauna y flora silvestre), concretamente como “Estepas continentales y yesosas, hábitat 15.19. (Gypsophiletalia)”. Por otra parte, a esta nueva especie la acompañan otras muy notables, como la recientemente citada en Villena Microcnemum coralloides (Loscos & J.Pardo) Font Quer –su única localidad de la Comunidad Valencina–, o Frankenia thymifolia Desf y Senecio auricula Bourg. ex Coss., todas ellas incluidas en los listados de flora protegida de la Comunidad Valenciana (ORDEN 2/2022, de 16 de febrero, de la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, por la que se actualizan los listados valencianos de especies protegidas de flora y fauna. [2022/1325]); sin olvidar a Sonchus crassifolius Pourr. ex Willd., que será incluida en la siguiente actualización de dicho catálogo. Si se da luz verde al proyecto Argos tal y como está previsto en la actualidad, sin contemplar alternativas, nuestra nueva especie desaparecerá junto a las ya nombradas. Y eso sería sangrante, porque la pérdida de la biodiversidad se favorecería con conocimiento. Las administraciones públicas, pues, tienen que decidir si salvar la biodiversidad o destruirla, a sabiendas de que lo estarán haciendo. Lo paradójico sería que, teniendo herramientas de gestión medioambiental realizadas por científicos, se siguieran destruyendo nuestros ecosistemas bajo criterios difíciles de entender, aunque se presentasen envueltos con el celofán del “interés general”.