LA PLUMA Y EL DIVÁN

El mundo de los olores

Según parece estamos perdiendo capacidades básicas que se van atrofiando con el paso de las generaciones, fundamentado, según las leyes de la evolución, en que ya no nos resultan tan necesarias para la supervivencia.

Entre las más destacadas encontramos aquellas que van estrechamente unidas a nuestros sentidos. Hace miles de años era una necesidad imperiosa manejar el oído, el olfato, la vista, el tacto y el gusto al cien por cien de nuestras posibilidades si queríamos mantenernos vivos, para poder defendernos de los depredadores, poder cazar o poder alimentarnos sin morir envenenados.

Ahora, no nos hace puñetera falta agudizar el olfato, porque todos los alimentos que tomamos tienen fecha de caducidad y aunque los veamos con un aspecto sospechoso, nos fiamos del fabricante.

El olor ha pasado a un segundo plano en nuestra supervivencia, pero sin su concurso seguimos siendo incapaces de saborear una buena comida y en ocasiones un aroma embriagante del que esperamos un manjar nos frustra por su sabor desagradable.

Tener olfato se ha hecho primordial para unos pocos elegidos que dedican su vida a la creación de fragancias y perfumes, o para aquellos otros que necesitan olfatear un vino o un aceite con el fin de poder ajustar su grado de excelencia.

El olor más desagradable por excelencia se asemeja al que desprenden los huevos podridos, tan insoportable que nos tenemos que tapar la nariz para evitar su agresión. Aunque no todo el mal olor es desagradable, contamos con la paradoja de tufos agradables que siempre están estrechamente relacionados con los que despide uno mismo.

Muchos olores que para los demás son desquiciantes, para el que los desencadena son atrayentes. Quién no ha olisqueado alguna vez sus ventosidades con verdadero placer, conjugando su agradable expulsión con su embriagante aroma.

A pesar de que el olfato pasa a un segundo plano para la supervivencia de la especie, nos pasamos la vida intentando mejorar los olores que nos rodean, a veces con auténtica obsesión.

Cuando abrimos un armario y huele a humedad, a sucio, a envejecido; cuando entramos en un aseo y nos viene el tufo de las cañerías o las cloacas; cuando paseamos, sobre todo en verano, y nos llegan los efluvios de los contenedores de basura que nos dejan asfixiados; cuando entramos en una casa ajena y tenemos que soportar el pestazo a fritanga o cuando todo un país huele a mierda.

Menos mal que contamos con un proceso de adaptación natural que consigue adormecer los olores, solo es cuestión de paciencia, espere unos minutos, días o años y se aliviará.