El huracán interno
Desde la ventana, veo que los árboles se agitan con desesperación, como si quisieran arrancarse de la tierra a la que permanecen amarrados y salir corriendo. Supongo que es debido al viento, pero el viento, con la ventana cerrada, no se siente. Significa que, cuando las ramas tiemblan, yo pongo el viento para justificar ese estremecimiento. Me sugestiono con la idea y dudo si salir o no a hacer comprobaciones. Pero no me muevo. Me decepcionaría que todas esas sacudidas las provocara el aire cuando sobran razones para que la vegetación se desespere. Prefiero imaginar que el mundo está ahí afuera tan desesperado como yo aquí adentro. La desesperación del mundo y la mía no siempre coinciden. Por lo general, cuando yo estoy bien, el mundo está mal, y no sólo mal porque haya hambre y guerras, etc., sino porque se encuentra solo.
El mundo está solo y algunos días tiene fiebre e hinchazón abdominal. Dicen por la tele que una de las consultas más frecuentes en internet es esta: ¿Por qué la hinchazón abdominal después de comer? Hay millones de personas preocupadas por el asunto, como si les fuera la existencia en ello. Ningún existencialista se hizo jamás esta pregunta. Sartre no habló de sus problemas digestivos, aunque sí de su bizquera, en una autobiografía magnífica, titulada Las palabras, que leí hace años y que releería de nuevo si fuera capaz de dar con ella.
Del árbol más próximo a la ventana se acaba de desprender una rama, supongo que por pura desesperación. Al caer ha arrastrado un buen pedazo de la corteza del tronco, dejándolo parcialmente desnudo. El cielo se ha puesto negro y rojo a la vez, de modo que luz ha cambiado como si un jefe de iluminación hubiera decidido acentuar el aspecto terrorífico y fascinante del paisaje. Continúo imaginando que no es el viento, sino el desasosiego. Por la noche, en las noticias de la tele, después de hablar de nuevo de la hinchazón abdominal, dicen que la península está siendo atravesada por un huracán. Pero el huracán es el que llevamos dentro. Cierro los ojos y escucho el bramido del viento en el interior de mi pecho.
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