Gaza, el Guernica palestino

Un palestino inspecciona los destrozos causados por un ataque israelí en la Franja de Gaza

Un palestino inspecciona los destrozos causados por un ataque israelí en la Franja de Gaza / Mohammad Abu Elsebah/dpa

Antonio Ortuño Escarabajal

Antonio Ortuño Escarabajal

Ya han trascurrido algunas primaveras desde aquella de 1984, cuando un domingo por la tarde fui a ver un partido de fútbol entre el Real Murcia y el Athletic Club de Bilbao. El partido se celebró en la vieja Condomina, a las cinco de la tarde. Poco antes de iniciarse el encuentro, los rojiblancos, como equipo visitante saltaron al terreno de juego. El equipo vasco fue recibido con una sonora pitada que se escuchó en toda la capital murciana. Pronto los silbidos dieron paso a los insultos: “etarras”, “asesinos”, “mal nacidos”, “os vamos a matar” … eran los piropos que toda la grada les dedicó a los jugadores, mientras ellos con resignada paciencia, saludaban desde el centro del campo. No era el primer campo ni el ultimo que los recibiría así.

Durante los años 70´y 80´ identificar a cualquier vasco con la banda terrorista de ETA era lo habitual. Todos los vascos eran etarras. El insulto traspasaba más allá de las fronteras del País Vasco, y durante décadas. Incluso me salpicaba a mí, simplemente por que simpatizaba con el club vasco. “Tú lo que eres es un etarra”, era como algunos trataban de insultarme, cuando simplemente me alegraba de las victorias del equipo de mis amores. Han pasado casi cincuenta años, y acabando el primer cuarto del siglo XXI todavía algunos dirigentes políticos y sus seguidores usan esta injuria, este insulto, ahora actualizados, y con expresiones como: “bilduetarras” o “que te vote chapote”. Expresiones despectivas para referirse a algunos vascos o algunos de sus rivales políticos. Ya sea por un motivo u otro el caso es que algunos se empeñan en mantener en el candelero aquel pasado lleno de odio, miedo y muerte que España ya superó un 20 de octubre de 2011 cuando la organización terrorista (ETA) anunció el cese definitivo de su actividad armada. Los asesinos abandonaron las armas y sus dirigentes políticos decidieron someterse a los designios de las urnas.

En Bilbao, un 31 de julio de 1959, un grupo de estudiantes radicales funda Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad). Es el nacimiento de ETA. Su primera acción violenta se produce el 18 de julio de 1961; el intento fallido de descarrilamiento de un tren ocupado por voluntarios franquistas que se dirigían a San Sebastián para celebrar el Alzamiento. Las bases de la organización se consolidan en mayo de 1962 en la Bayona francesa, en plena dictadura franquista. La organización se autodefine como una «organización clandestina revolucionaria» que defiende la lucha armada como el medio de conseguir la independencia de Euskadi. Sigo sin entender el porque una vez muerto el dictador y toda España en plena transición, buscando el nacimiento de una democracia que pusiera fin a cuarenta años de una brutal dictadura, ETA no se sumó al carro demócrata. Prefirió seguir sembrando la impotencia, el terror, el miedo y la muerte hasta el 2011.

Lo que nunca sabremos es cuántos de estos estudiantes que dieron los primeros pasos en el 59 para formalizar ETA, habían vivido el terror infundido por los aviadores de la legión Condor nazi junto con aviones del fascista Francisco Franco. Fue un 26 de abril de 1937, veinte años los separa. El brutal y despiadado bombardeo sobre civiles en algunas poblaciones vascas: Elorrio, Durango y sobre todo en Guernica. En esta última ciudad, la que peor parte se llevó: el ochenta y cinco por ciento de los edificios fueron destruidos, y el resto parcialmente afectado. Las bombas incendiarias arrojadas como ensayo de su `poder destructivo, crearon fuegos que tardaron varios días en poder extinguirlos. El resultado se saldó con más de mil seiscientos muertos y cerca de novecientos heridos; un tercio de la población guerniquensa murió o sufrió secuelas físicas tras el brutal genocidio. Muy pocos fueron los que no tuvieron que enterrar a un hijo, una hija, un abuelo, un primo o un vecino. La repercusión a nivel mundial ante tal barbarie no se hizo esperar; el gobierno franquista, instalado en Salamanca, tuvo que organizar rápidamente la mentira al acusar a los propios vascos de haber destruido e incendiado la ciudad en su retirada.

Las bombas no solo llevaron la muerte a ciudadanos vascos, sino que también sembraron impotencia, odio y deseos de venganza en los supervivientes y vecinos de otras localidades. Ahora dispuestos a realizar cualquier acto de represalia contra el salvajismo de las acciones terroristas llegadas desde el cielo. Actos que duraron más de cincuenta años, y todavía hoy, sangran heridas.

El ataque despiadado e inhumano de los terroristas de Hamás (que dicen ser palestinos) el pasado siete de octubre ha traído como consecuencia la declaración de guerra total de Israel contra TODOS los palestinos acinados en la franja de Gaza. Veinte días después las consecuencias son: En Gaza el cuarenta y cinco por ciento de los edificios residenciales han sufrido daños de algún tipo, mientras más de dieciséis mil viviendas están destruidas y casi once mil son inhabitables. Casi un millón y medio de desplazados en Gaza (casi dos tercios de la población de la franja) han reducido sus comidas a solo una por día. El número de muertos, sólo en la Franja de Gaza, es de seis mil quinientas personas, entre las que había, al menos, dos mil quinientos niños y mil trescientas mujeres. Además de un total de más de dieciséis mil heridos. Los judíod reconoce el secuestro de unos cincuenta judíos, además del fallecimiento de mil trescientos israelíes y unas tres mil trescientas personas heridas.

Si hacemos una fría comparación entre el conflicto vasco y el de palestinos e israelitas les pregunto: ¿Cuánto odio, cuánto afán de venganza y cuántas generaciones palestinas se verán afectadas? ¿cuántas de israelís seguirán odiando a sus vecinos árabes? Parece que solo caben dos soluciones: Obligar a los judíos a salir de una tierra de la que fueron expulsados hace dos mil años, o dejar que los judíos sigan ahí, tras haber expulsado a sus habitantes palestinos. Ninguna parece posible.

Después de sesenta años de conflicto, hay tanto rencor, tanto odio, tantos muertos encima de la mesa, que el entendimiento entre los dirigentes de ambos bandos es o parece imposible, aunque pasen otros dos mil años. Y mientras que los palestinos se van muriendo de hambre, de sed, por falta de medicinas básicas, o por el bombardeo de aviones asesinos, el resto de los países del mundo se dedican, reunión tras reunión, a evitar que el conflicto se extienda. Con estas perspectivas, ¿alguien cree realmente que Hamás tendrá dificultades en reclutar terroristas para seguir asesinando a israelitas? Y nosotros, los afortunados de los países desarrollados, nos acomodamos de nuevo a un olor que conocemos muy bien, el olor a pólvora, el olor a sangre, el olor del sufrimiento, en definitiva, el olor de la guerra.