Las escuelas catalanas no son Disneylandia

Una alumna de 5º de primaria repasa unos apuntes en clase.

Una alumna de 5º de primaria repasa unos apuntes en clase. / FERRAN NADEU

Olga Merino

Olga Merino

Allá por el pleistoceno, en el patio, a un niño se le ocurrió un experimento que unos cuantos abrazamos entusiasmados. Consistía en lo siguiente: cogernos de las manos formando una cadena cuyo primer eslabón —el jaimito del invento— metía dos dedos en un enchufe, el índice y el corazón, con el propósito de que la corriente nos atravesara a todos, de delante hacia atrás. Tras colocarme de las últimas, por si acaso, apenas sentí un leve cosquilleo en el antebrazo; menos mal. Ni nos pillaron ni repetimos aquella travesura que sería hoy impensable. No pretendo abogar por semejante entretenimiento, entiéndase, sino subrayar que los críos han perdido su espacio de descubrimiento autónomo: no realizan una sola actividad sin la supervisión estricta de un adulto. Los mocosos ‘boomer’, en cambio, lucíamos unas canillas llenas de moratones, arañazos y mataduras.

¿Cuántos niños se ven hoy con desollones en las rodillas? Las llevan impolutas, observaba el otro día Gregorio Luri en una entrevista que le hizo el diario ‘Ara’. «Hemos caído en una equitativa mediocridad sobreprotegiendo a los alumnos», razonaba el filósofo y pedagogo, autor de ‘La escuela no es un parque de atracciones’ (Ariel), entre otros ensayos. En lugar de suspenderlos, se les dice que no avanzan lo suficiente; el buenismo evita que repitan curso para no traumatizarlos. El nivel siempre se iguala por abajo. Los niños, en efecto, se merecen algo más que una escuela divertida. A la vista están los catastróficos resultados del informe PISA para Catalunya, situada a la cola de España, con una caída de 24 puntos en matemáticas y de 38 en comprensión lectora. Con las dos bases del conocimiento cojas, ¿adónde vamos?

Alumnado migrante

El Govern ha tenido que admitir que la muestra era representativa, descartando el nefasto argumento de que los malos resultados de las pruebas PISA se deben a una «sobrerrepresentación» de alumnos inmigrantes. Combustible para la ultraderecha. Bien es cierto que en Catalunya la inmigración mayoritaria es de origen magrebí o bien asiático, y para estos chavales, vulnerabilidades aparte, el aprendizaje de dos idiomas nuevos de golpe resulta una bomba. Entonces, ¿por qué no se ha puesto remedio? Los famosos recortes convergentes acabaron con las aulas de acogida, que tan buenos resultados habían dado. Se deben mejorar las ratios de distribución para evitar los guetos.

Un sistema de alta complejidad necesita recursos a manta y cerebros pensantes. Los profes han hecho un esfuerzo ímprobo. Demasiados alumnos por clase. Demasiadas pantallitas. Demasiadas horas perdidas en un papeleo burocrático que se los come. Metodologías ‘flower power’. Faltan pedagogos, psicólogos, educadores sociales, vocación (a veces) y sobre todo la voluntad de entender que la enseñanza no es un dispendio, sino una inversión.   

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