Soplos de estímulo

Fernando Delgado.

Fernando Delgado. / EFE

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

A punto de tocar con los dedos el nuevo siglo aquel colega cómplice y yo, que aterrizamos juntos en plantilla en abril del 80, nos saludábamos para entrar en calor al son del «¡Fernando Delgado/ Fernando Delgado!» con el que Manolito Gafotas, trasunto de Elvira Lindo, saludaba al conductor del programa de los fines de semana con tal de quitarle hierro a lo que se nos venía encima dentro del trecho de aúpa que nos tocó en suerte. Oir a todo un referente del telediario de culto que se cocinó, tan adusto él, dejándose llevar por las ocurrencias de un crío de ficción hasta hilar unos encuentros de los que no podías despegarte se convirtieron en tabla de salvación a la hora de comprender que no por mucho agobiarte amanece más temprano. Tras cerrar un fecundo ciclo con una radio seductora alejada del tintineo de la actualidad más rabiosa que no pocas veces hiela el corazón arrancaba las tardes escuchando su «Diario de un mirón» que desprendía la constante preocupación cívica por un país polarizado desde que lo puso en el mapa la madre que lo parió dentro del tono con que defendió esos mismos ideales en la versión impresa que pasaba para ser ajustada en página por mucho que a la mañana siguiente a más de uno y más de dos se les atragantase la tostada. Qué mal llevan algunos que otros piensen y sobre todo tan diferente a ellos.

   Al igual que nosotros, esta profesión sería insufrible si no fuera porque propicia ratos inolvidables como aquella noche con Fernando Delgado en el puerto al igual que ocurriera con tantos desde Di Stéfano a Javier Gomá, Saramago y Haro Tecglen sin olvidar a lectores que felicitan y otros de los que tomas nota por sus cuestionamientos. La velada con Fernando fue muy cercana a una con Marsillach en el mismo escenario, dejándose llevar ambos por el relax a esas horas indefinidas y, sin caretas que valgan, abanderando la consigna de que hay que ir a por los sueños que atraen sin ocultar la de inseguridades que arrastra lo cual, tratándose de quienes se trataba, reconforta al más pintado.