Priscilla a través de la ventana de Sofia Coppola

El último filme de la directora se autorreferencia con ‘María Antonieta’ para darnos un dato importante: el Versalles de ayer es el Graceland de “ahora”

Un fotograma de 'Priscilla', de Sofia Coppola.

Un fotograma de 'Priscilla', de Sofia Coppola. / / 'PRISCILLA'

Carmen Tomàs

Carmen Tomàs

Lo lógico sería hablar de cine a través del espejo, pero el caso de la directora de Lost In Translation es muy especial; el de quien se ha criado entre rollos y rollos de película (en el sentido literal y figurado) y ha adaptado el lenguaje de colores y planos a su forma natural de contar historias. Priscilla podría ser una obra del montón si no fuera porque está contada por Coppola, que separa a los personajes y al espectador, no a través de la pantalla de cine donde se proyecta el mágico haz de luz, sino mediante ventanas creadas con planos dignos de un álbum de fotos.

Sofia Coppola nos cuenta la historia de una mujer que bien podría haber sido su propia Maria Antonieta (la que interpretó Kirsten Dunst en 2006), otra mujer de un Rey, en este caso Elvis, y nos sitúa en planos tan similares e icónicos que es inevitable pensar que la autora se está autoreferenciando para darnos un dato importante: ambos personajes, tanto la reina de Francia como la del rock, son niñas que transitarán el camino a mujeres adultas privadas de su libertad.

Priscilla

Priscilla / Sofia Coppola, 2023

Este es un tema recurrente en la filmografía de Coppola: su primera película fue una adaptación cinematográfica de Las vírgenes suicidas (1999) de Jeffrey Eugenides, cuya relación con la sociedad, la feminidad y el espacio es una cuestión clave. En Lost In Translation (2003) la inmensidad de Tokio contrasta con una Scarlett Johansson (sola o bien acompañada por Bill Murray) conciliando el sopor y las crisis existenciales en una habitación de hotel. La directora es experta en contar todo lo que puede ocurrirle a un personaje cuando aparentemente "no está pasando nada", de reflejar los momentos de aburrimiento que preceden a la mayor creatividad o al movimiento más determinantes (recordemos el abrazo final de LIT y ese susurro que ha marcado la historia del cine).

Las más dramáticas relacionadas con el cambio o la transición del personaje, así como las de hedonismo podrían superponerse para evidenciar que Cailee Spaeny y Kirsten Dunst han rodado la misma historia ambientada en contextos y épocas distintas: una niña miedosa subiendo a un carro o a un cochazo, ya sea para entrar a la jaula como para salir.

Detalle de Priscilla (izquierda) y María Antonieta (derecha).

Detalle de Priscilla (izquierda) y María Antonieta (derecha). / Sofia Coppola

Los planos también coinciden en las escenas más disfrutonas donde el estricto seguimiento del pantone es determinante; desde los planos de detalle donde las manos de una peluquera riza o cardan la melena de Cailee o Kirsten, hasta los planos generales de una habitación con cámara fija donde ellas, tratan de rellenar su tiempo entre mil cosas materiales. La estética tiene todo que decir y en Priscilla todo es pastel, laca, Chanel Nº5 y narcóticos; el Versalles de entonces es el Graceland de “ahora”.

'María Antonieta' (2006), Sofía Coppola

'María Antonieta' (2006) / Sofía Coppola

Priscilla es un personaje que no está roto porque aún no ha crecido, como María Antonieta siendo separada de su perrito por no ser francés en un punto fronterizo: paraje abierto que separá la vida en libertad de la cárcel. Algo así ocurre con “Cilla”, cuyas verjas de la mansión de Presley rodeadas de fans, diferencian el espacio público del privado. En el caso de Coppola, es en el espacio privado donde se suceden los cuentos de terror, la violencia y el miedo. Priscilla, que comenzó su relación con Elvis a los 15 años, es una niña que crece normalizando la violencia psicológica de un ególatra incapaz de preguntarle qué desea, puesto que la considera objeto de propiedad. Como si estuviera también destinada a la guillotina, la joven elige el camino de hedonismo y paraísos artificiales que le ofrece una vida con Elvis Presley hasta que el transcurso de la historia la obliga a tomar una decisión que, desgraciadamente, muchas mujeres no han podido tomar.

Una escena de Priscilla.

Una escena de Priscilla. / Sofia Coppola

Elvis, por su parte, es lo que la autora ya retrató con Johnny Marco (Somewhere, 2010) o con el Luis XVI, pero en ningún caso un Murray (muleta y acompañante de Johansson): representa también el lugar del que escapar mientras que otros personajes, como el fugaz maestro de kárate de “Cilla” son un motivo de esperanza para saltar por la ventana y acabar con todo. Cailee Spaeny, que encarna a la protagonista, es un continuo ejercicio de contención que acompasa perfectamente a la de su acompañante, Jacob Elordi, actor que ha convertido al mítico cantante en un niño de papá frágil y consumido por su propio narcisismo. Lo bueno de la cinta es que esto último no ocupa la pantalla, Coppola ha conseguido, de nuevo, que la acompañante del big fish se convierta en la protagonista en la historia de él y, obviamente, la suya propia.

Priscilla, Sofia Coppola (2023)

Priscilla, / Sofia Coppola (2023)

En una carrera a los Oscars de napoleones y hombres-mito con horas de metraje, relatos haliográficos y visualmente grandilocuentes, Priscilla da una lección de cómo invitar al espectador a sentarse en el salón (hortera) del malogrado rey que cantó aquello de: Wise men say / only fools rush in (dicen los sabios / que solo los tontos se apresuran a entrar). Sofia Coppola vuelve a demostrarnos que, como otras tantas veces, menos es más.