Los jugadores

Pedro Sánchez, el pasado martes.

Pedro Sánchez, el pasado martes. / José Luis Roca

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Es un engorro escribir el domingo siguiente a unas elecciones, pues siete días más tarde resulta indudable que mis dos afinadas lectoras estarán más que impuestas de cualquier enfoque interpretativo sobre el resultado. Cientos de artículos de opinión, tertulias de radio y televisión, provectos dioses paganos del periodismo y toda una suerte de editoriales, habrán sido devorados para alimentar la ansiedad política que vive España. Pero no queda otra, a menos que una noticia de vertiginoso impacto eclipse, por un instante, el veredicto de las urnas. Y la semana pasada conjuró esos dos hechos antagónicos: el asesinato del opositor ruso Navalni a manos de la dictadura del comunista Putin mientras estaba injustamente encarcelado, y las elecciones gallegas celebradas en democracia y libertad. Para que luego los progres de salón, la gauche divinne, los anacoretas intelectuales, pongan en duda que el mundo, con sus matices, es abrumadoramente binario, de buenos y malos, libre u oprimido. Lo discuten sí, pero siempre viven -casualidad- en el lado de los buenos, el libre, en los países democráticos. Dicen amar Rusia, China, Irán, Venezuela, Cuba o Nicaragua, pero viven y trabajan en USA, Gran Bretaña o Francia. Minimizan aquellas dictaduras matizando la violación de los derechos humanos, la falta de libertad, por el hostigamiento de las democracias occidentales contra esos brutales regímenes y sus millonarios tiranos.

Sobre el asesinato de Navalni a manos del régimen del comunista Putin nada que añadir, como tampoco se puede predicar mucho acerca de los más de ¿100, 150…? millones de muertos que trajo el comunismo en la Unión Soviética, China, Camboya y otros paraísos proletarios (“Los comunistas tienen más muertos en su cuenta que los nazis”. Roger Eatwell, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Bath). Putin representa ese mundo de malos, oscuridad, represión y muerte que, por ignorancia, malicia, frivolidad o fanatismo, sigue defendiendo la extrema izquierda y buena parte de la izquierda misántropa, privilegiada y esnob, a despecho del sufrimiento real que el comunismo deja a su paso (quizás alguna veterana actriz de cine español, mientras pasea la Puerta de Alcalá, debería preguntarle retóricamente al cadáver del trotskista Andrés Nin qué le hizo de malo el comunismo en España tras torturarlo, despellejarlo vivo y asesinarlo en una checa de Alcalá de Henares). Qué mal concilia el exceso de caviar con la digestión histórica.

¿Y las elecciones gallegas? Ahora vamos. Pero antes déjenme contarles el relato “Los jugadores”, de Gogol, donde un tramposo jugador es engañado por otros aún más fulleros que él. Y lo hago escuchando la ópera homónima e inacabada que compuso el maestro Shostakovich, junto a la Orquesta del Teatro Bolshoi dirigida por Andrey Chistiakov. Resulta que pese al tahúr vaticinio de Tezanos en sus desprestigiadas encuestas, no solo el PP ha ganado con mayoría absoluta las elecciones dándole así a España un bastón más de equilibrio frente a la presión centrífuga de los socios separatistas de Sánchez, sino que el PSOE cosecha los peores resultados de su historia en Galicia, mientras Sumar vuelve a restar y Podemos no puede ni con su propio aliento (0´2%). Entre ambos partidos suman menos votos que Vox. Ya saben que también se implicó a fondo en las elecciones otro jugador que contempla las nubes de la fortuna, el maestro Zapatero, un gurú del progresismo que de seguir así acabará viviendo en algún paraíso venezolano mientras Venezuela y el PSOE se desangran. Sí, porque gracias a la conjunción de dos astros como Sánchez y ZP, el otrora reconocible PSOE va difuminándose en la decadente inanidad abducido por el agujero negro de la extrema izquierda y el xenófobo separatismo; sumido en un inexorable proceso de jibarización merced a las febriles ansias de poder de un narcisista jugador de ventaja que, como les dije en su día, nunca perdonará al PSOE la humillación de Ferraz cuando le obligaron a dimitir como secretario general. Ni olvida ni perdona.

Pese al desprestigio e imparable desgaste que está sufriendo el PSOE a manos de Sánchez y sus muy agradecidos conmilitones, los jirones que se desprenden del cuerpo socialista se asemejan sombríamente a la deuda de carne -“la más cercana al corazón”- que los Shylock independentistas reclaman en “El mercader de Venecia”. Ahora, el señorito, en otro acto más de soberbia, rencor y desprecio, se permite la grosera insolencia de recomendar que se consoliden liderazgos fuertes en las comunidades autónomas “que incluso transciendan la marca PSOE”. Los socialistas han perdido el poder en las autonomías (Castilla-La Mancha la gobierna Page, que para el doméstico Óscar Puente -el que dice, descarado, que la amnistía ahorra trabajo a los jueces- está en el extrarradio del PSOE), y las alcaldías más importantes, menos Barcelona, donde pasan desapercibidos por la vergonzosa sumisión al supremacismo separatista, como en Cataluña. A Sánchez solo le queda -y es mucho- un Gobierno de la Nación en permanente almoneda y a costa de dañar tanto al PSOE que puede terminar como sus pares en Italia y Francia, desaparecido.

En su patológico frenesí, Sánchez se ha entregado al delirante y letal juego de lo que llama mayorías progresistas que le permitan un tiempo más en el poder, pero se junta con unos profesionales de la timba y el engaño que acabarán no solo echándolo a él de la mesa de juego, sino arrastrando a la bancarrota al propio PSOE. Es un peligroso viaje al fin de la noche (Céline) que se explica por la psicopatología de un césar endiosado hasta la impudicia y unos cómplices pretorianos incapaces de entender que lo importante no es proteger al jefe, sino al PSOE. Tras las elecciones de Galicia -y seguramente las del País Vasco y europeas-, puede que, parafraseando a Churchill después de vencer en El Alamein, esto no sea el fin, pero sí parece el comienzo del final (Ábalos). A más ver.