Opinión | La plaza y el palacio

Sospecho que aún somos inocentes

El exasesor del exministro José Luis Ábalos, Koldo García.

El exasesor del exministro José Luis Ábalos, Koldo García. / RICARDO RUBIO - EUROPA PRESS

 Estoy razonablemente seguro de no haber estado nunca en China ni participado en un negocio de adquisición y reparto, más o menos fraudulento, de mascarillas y otros materiales profilácticos. Es cierto que mi memoria ya no es lo que era, pero de una cosa así de exótica me acordaría. No le sucede lo mismo a una buena legión de mis conciudadanos. Si no hubo más muertos aquí es porque muchos no estaban aquí, sino en alguna selva o desierto o almacén lejano, construyendo y puliendo una firme presunción de inocencia. Debemos estarles agradecidos, después de todo. La ética ya no es lo que era desde que la economía más descarnada la ha sustituido. Este vendaval de acusaciones y contraacusaciones en torno a un mismo tema –como las Variaciones Goldberg, pero sin música- demuestra que el neoliberalismo global feroz, como un maserati sin frenos, es lo único que puede parar las epidemias. El Estado paga, al Estado se le roba, el Estado pone los hospitales. Pero el Estado, como los sanitarios que se jugaban la vida, no deja de ser un pobre pringado al albur de los contactos, las familiaridades y las gentes enérgicas que no tiemblan cuando no hay que temblar. Esas buenas gentes para las que los impuestos no están concebidos.

Así que la cosa se pone complicada. No sé si van a amnistiar a Koldo, que no es un futbolista del Atletic de Bilbao, sino el novio de Ayuso que, a su vez, es cuñada de Ábalos. ¿O no? Lo mismo me he liado. Es lo malo que tiene caer en un mundo en el que el único argumento firme es que todos son iguales. No lo son. Pero no queda casi nadie que lo desmienta. Ni la FAES. Estamos cansados. De todas maneras, en el actual batiburrillo se aprecia lo que es la vieja izquierda, tosca, capaz de ajustar cuentas internamente, y lo que es la remodelada derecha de siempre, fina, dada al lujo, estirando los méritos -¿qué profesión han dicho que tiene el novio?- y reacia a cualquier reconocimiento de culpa como no sea en sede de confesionario. Por eso la derecha sigue encontrando mucho mérito en el Emérito.

Lo de Koldo/Ábalos tiene el regusto de un grabado goyesco. Lo del novio es postmoderno. Todo se basa en la ignorancia. Ábalos no sabía nada de lo que hacía su sombra. Ayuso no sabía nada de lo que hacía el otro, que yo me lo imagino cada mañana cantándole: “yo no soy ese que tú te imaginas”, y a ella aplaudiéndole entre rebanada de pan y traguito de zumo, que es que ella siempre ha sido aficionada a la fruta. Ábalos gruñe. Ayuso se revuelve. Y Feijóo llora. Sánchez no se enteraba de lo de Ábalos. La COPE de los obispos -¿o es los obispos de la COPE?- no se enteraba de todo lo de Ayuso y su circunstancia. Y Feijóo se entera de todo, pero como si nada fuera con él: su inanidad moral es pavorosa. Sé fuerte, Alberto, le ha dicho Casado.

Lo de Ábalos/Koldo, con presunción de inocencia y todo, es como de muro de Berlín o, en todo caso, de frontón: una superficie dura y lisa preparada para cualquier rebote, inasequible al desaliento e impermeable a todo argumento. Lo de Ayuso/Alberto, con presunción de inocencia por acción, omisión y pensamiento, es más gracioso por ser más sutil el reparto de noticias. La de la conformidad enviada -¡por mail!- por el abogado del susodicho reconociendo dos posibles delitos que Ella había negado porque, al parecer, no sabía tan aciaga circunstancia, es mi favorita. Lo complicado es que en una pareja, aunque sea de hecho y no canónica, no se puede pasar así como así al Grupo Mixto. Podría ser un tránsfuga, el asesor sanitario, pero sería mal interpretado y mal visto en la FAES. Con esto y poco más se teje una novela moderna, de poco estilo y mucho mensaje que el autor explica en las tertulias pertinentes. Supongo que tendrá que ver con los peligros de las nuevas clases de familia. Y es que todo esto de las corrupciones siempre acaba teniendo una cualidad reaccionaria. La caridad bien entendida empieza por uno mismo y la libertad bien entendida acaba tomando cervezas y quitándose la mascarilla si vas a entrar en una residencia pública de ancianos. Todo lo demás es comunismo. Y Yolanda Díaz se ha quedado sorda y a la escucha a ver si Comuns le explica lo que ha hecho en Catalunya, que otras Elecciones es lo que estábamos deseando. La fiesta de la democracia, y eso.

Pablo Iglesias abre una taberna de comidas y copas –combinados “Pasionaria”, “Evita”, “Gramsci” o “Fidel”, ay, pero qué simpático es-. En Madrid. ¿Dónde si no? Madrid sirve para estas cosas. Madrid no se acaba. Sin Madrid no existirían ni las inversiones ferroviarias ni las inversiones en mascarillas. El mundo es como Madrid, pero en pequeño. Sin Madrid no existirían los periodistas felices de haber encontrado lo de Ayuso ni los periodistas infelices de que se haya encontrado lo de Ayuso, con lo bien que estaban ellos cultivando la huerta de Ábalos, o viceversa. En Madrid es que hay injusticias. Y también vive Feijóo que a ver con quién se sube en la barquita del estanque del Retiro, que luego le tiran fotos.

Una vez más me atrevo a pedir la independencia para Madrid, por el bien de España. Podrían ponerle de Presidente a Puigdemont, debidamente amnistiado, y de Conseller de Justicia al jutge García-Castelló y de Conseller de Interior y Defensa al comisario Villarejo que patriotizaría a las policías locales, los bomberos, los guías del Museo del Prado, las tabernas revolucionarias y los mercadillos de máscarillas. Mazón podría irse allí a prometer y pedir un trasvase. Y a Savater nombrarlo director del hipódromo. Para Toni Cantó seguro que también hay algo, que él se conforma con cualquier cosa. Ya sé que la apuesta es arriesgada, pero en épocas de turbación sólo nos queda, ya, hacer mudanzas. Ayuso podría exiliarse a China, a explicarles lo de la libertad.

Leo un libro que analiza los mitos e ideas que están destrozando las democracias. Ahí está la nostalgia y el miedo, los más conocidos. Pero avecindado –no sé en apartamentos de qué precio- está el asco. No, todos no son iguales. Pero si todos, o una mayoría amplia, se lo creen, vamos a tener una epidemia de desafectos para los que habrá que viajar mucho a traer mascarillas. Acuérdese de guardar los billetes, que siempre habrá algún espabilado que se los reclamará. Lo malo de todo esto es que estamos cambiando, aceleradamente, la duda como método democrático a la sospecha como corrosivo de la convivencia. Disfrutemos, mientras podamos, de nuestra presunción de inocencia que, según creo recordar, aún tenemos. Incluso si he ido a China a por mascarillas: me miro al espejo y sospecho.