Opinión

Entre Pepito Grillo y Batman

ENTRE PEPITO GRILLO Y BATMAN

ENTRE PEPITO GRILLO Y BATMAN / JavierMondéjar

Reconozco que, bien a mi pesar, soy un Pepito Grillo Justiciero. Son características que ni mucho menos te aportan reconocimiento entre tus amistades y tampoco conllevan una garantía de éxito de crítica y público, lo que es triste, porque si buscas justicia es para favorecer a los más desvalidos de los abusones. Al fin y al cabo, yo no necesito justicia, me vale con la venganza, y para eso siempre encontraría herramientas, de esas buenas de acero alemán al cromo vanadio.

Esta sociedad dividida en dos por el rencor nos obliga a tomar partido, como individuos, por el mal menor, aunque el brebaje sea amargo como la hiel. La clásica disyuntiva de tirarnos al tren o al maquinista, sin alternativa siquiera para elegir el sexo del probo empleado de las líneas férreas, lleva a cometer muchos disparates y defender barbaridades con tal de que no triunfe el mal mayor. Evidentemente es hacerse trampas al solitario: el mal es por naturaleza perjudicial y tanto da que sea grande como pequeño, finalmente hiere.

Como justiciero con capa de Batman, provisionalmente en custodia, me pregunto a menudo si es mejor la justicia o la venganza. Depende de los días, pero casi podría asegurar que satisface más la vendetta y cuanto más sangrienta, mejor. Sé que es más sana una tortilla francesa que una fabada con sus sacramentos, pero no hay color en cuanto al placer, cambian la digestión y los daños colaterales a la báscula.

Si no fuera un Pepito Grillo insufrible hablaría de la justicia como rasgo que diferencia la civilización de la barbarie. Una sociedad de gentes que se toman la justicia por su mano es la ley de la selva, pero cuando ésta deja tantas dudas en cuanto a su aplicación, al menos a mí, la tentación es imposible de reprimir.

¿Para evitar que gobierne la ultraderecha tenemos que tragar con Sánchez, la amnistía y los Koldos? Sea. ¿Qué para combatir a los rojos transexuales, nos valen las sirvengonzonerías de MAR y sus mar-ionetas, pues denme una dosis. Es como la quinina, buena contra la malaria y mala para el sabor… hasta que inventaron el gintonic.

Reconozco que no es de recibo defender lo indefendible por horror a los contrarios, pero pocas más opciones quedan. A menudo me planteo la disyuntiva de la Alemania de los años 30, con una social democracia corrupta y un comunismo de matones haciendo frente a los nazis que habían hecho suyas, por miedo o por convencimiento, todas las opciones de derecha. La República de Weimar era un desastre nauseabundo, pero lo que estaba por venir era muchísimo peor. Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja.

Mi amigo Valenzuela decía siempre, para chincharme: «Es que Javi es un estético». No sé si me molestaba más el diminutivo del nombre, que sólo le permití a él en contadas ocasiones y al gran Vázquez Novo siempre, o el adjetivo. Lo de estético hacía referencia, en su opinión, a que prefiero, como Goethe, la injusticia al desorden y, como Baudelaire, me vuelve loco intentar ser sublime sin interrupción. En resumidas cuentas, que tenía una ideología de Barbie y unos principios que no se preocupaban tanto por la ética como por que quedaran monos en la estantería. Como quien tiene el Mein Kampf, en la biblioteca, al lado del Manifiesto Comunista y de Camino, porque el color de las encuadernaciones combina estupendamente.

Bueno, «Moscú» era un político de manual de los viejos tiempos, encantado de enfrentar a dos perros por el mismo hueso y con una capacidad portentosa para conseguir amigos y enemigos, incluso enemigos que se volvían amigos y a la inversa. Aunque le fastidiara, como gobernante era posibilista y sacrificaba la ideología al día a día sin ningún cargo de conciencia. Como opinador, y fuera del juego del poder, ahora mismo estaría despotricando en la línea de su querido Arfonzo y dejaría en mantillas a los García Page y semejantes. No es lo mismo predicar que dar trigo.

Los que son como yo, aunque sea por estética, tenemos que ir un paso más lejos, aunque en realidad no sé qué nos preocupa tanto del futuro lejano si no lo vamos a ver. Tampoco tengo claro si esa capa de Batman, que he dejado en préstamo, no es más un peso que un instrumento para hacer triunfar la justicia y el bien universal.

Es evidente que la sociedad no quiere Pepitos Grillos sino Pinochos, con nariz de Cyrano por decir mentira tras mentira. No les reprocho el gusto, si volviera a nacer y pudiera elegir entre algunos rasgos y talentos, me buscaría un perfil más acorde con la mayoría, con la que fuera, para poder decir, cargado de razón, nosotros pensamos así y los que no sean como nosotros, a la hoguera.

Pero me temo que me pilla tarde y a trasmano. Y tendré que lucir la capa de Batman hasta el final. Si la recupero, eso sí.