Opinión

Lávalo, guarro

Insultos.

Insultos. / INFORMACIÓN

Hace algunas semanas vi un coche aparcado cubierto de polvo y suciedad. En el cristal de la parte trasera leí una frase ingeniosa: “Gracias por ahorrar agua”. El autor había sustituido el clásico “Lávalo, guarro” por una frase menos agresiva, más amable. El agua que podría haberse utilizado en tiempos de sequía para lavar el coche bien podría tener usos más altruistas como saciar la sed o darse una buena ducha en un día de calor.

De ahí la indulgente expresión de gratitud, en lugar del insulto.

Esta pequeña anécdota me ha llevado a plantear algunas reflexiones sobre las formas de comunicación que solemos utilizar en las relaciones con el prójimo. Creo que muchas de esas formas están cargadas de agresividad, maldad y grosería. Convertimos las palabras en piedras que arrojamos a la cabeza de nuestros oponentes o enemigos.

Lo estamos viendo hoy en las sesiones parlamentarias y en la vida política de nuestro país con una crudeza insoportable. Qué cantidad de insultos, de agresiones verbales, de palabras envenenadas. Qué descaro para justificar las palabras gruesas e incluso las amenazas. El señor Miguel Ángel Rodríguez, jefe de Gabinete de la señora Ayuso dice sobre sus claras amenazas (“Os vamos a triturar. Vais a tener que cerrar. Idiotas. Que os den”) son parte de una conversación privada amistosa. ¿Sí?

La misma señora Ayuso, que llama al Presidente del Gobierno hijo de puta en una sesión parlamentaria se permite hacer bromas y se ríe del agredido con una cantinela que solo a ella y a sus secuaces hace gracia. Con demasiada frecuencia y falta de respeto la utilizan quienes tienen bien arraigado el animus iniuriandi. Eso es lo que está debajo de la bromita que, por cierto, maldita gracia tiene.

Hay otra actuación de algunos políticos que me parece despreciable. Me refiero a los aplausos y las risas que arranca el agresor cuando insulta con más dureza. Mientras los correligionarios consideran que el golpe es más cruel, mientras creen que hace más daño, se ríen y aplauden con más entusiasmo.

Los políticos no han sido elegidos para que pasen el tiempo lanzándose insultos en el hemiciclo, en los pasillos del Congreso o en las entrevistas que les hacen en radios y televisiones. Y no es verdad que todos sean iguales. La cantidad y la virulencia de los insultos que la derecha lanza al Presidente del Gobierno no tienen parangón con los que recibe. De modo que aquí tenemos unos que insultan y otros que reciben y soportan los agravios.

La colección de insultos que la oposición vierte de forma machacona sobre el Presidente del Gobierno es antológica: psicópata, felón, traidor, ególatra, mentiroso, dictador, déspota, caudillista, prepotente, ilegítimo, okupa, criminal, adanista, irresponsable, terrorista, débil, sectario, autoritario… El señor Feijóo, que dijo que no venía a la política nacional para insultar al Presidente del Gobierno, es quien acapara, con la señora Ayuso y el señor Miguel Tellado pisándole los talones, la mayor parte de los insultos.

Algunos periodistas, y me refiero en especial a Federico Jiménez Losantos llevan años utilizando cada frase para agredir a los políticos de izquierdas. Es que no hay ni un solo comentario en el que no aparezca una descalificación, un insulto, una crítica maliciosa y despiadada.

Cuando Jiménez Losantos entrevista a Rosa Díez da la impresión de que están en un concurso sobre quién insulta más y mejor al Presidente del Gobierno. Y dicen que Sánchez nos ha metido en una dictadura. Ambos escriben libros sobre el dictador. Pobrecitos si así fuera.

Y esos ejemplos permanentemente ofrecidos cada día por televisión y por radio se convierten en una invitación a todos los ciudadanos y ciudadanas a insultar sin el menor reparo. El prójimo es un objeto al que se puede disparar con el insulto a cualquier hora y sin ningún motivo. La falta de respeto llega a límites que ya no se pueden soportar.

No es de extrañar que luego, en las manifestaciones callejeras se coreen a gritos los insultos más variados. Insultar se ha convertido en un deporte nacional. Así, a coro: Pedro Sánchez, hijo de puta.

Hay una fecha en la que un grupito de ultraderechistas tiene a gala insultar al jefe de gobierno. Me refiero al día 12 de octubre. Un día que pretende ser de unidad y de amor a la patria, se celebra por esta gente como el día indicado para insultar al Presidente del Gobierno de su país.

Esos individuos se levantan ese día, se desplazan al lugar indicado y se agrupan con la única finalidad de insultar al Presidente de izquierdas de turno. Resulta indignante y vergonzoso.

Los profesores y las profesoras insistimos cada día en las aulas en la necesidad de respetar al prójimo, en la obligación de tener en cuenta la dignidad de todos los seres humanos. Sin embargo desde la tribuna que les ha otorgado la confianza de los votantes, los políticos se dedican a dar otras lecciones, estas de desvergüenza y de falta de respeto.

No olvidemos que existe el aprendizaje vicario. El psicólogo Albert Bandura dice que el aprendizaje vicario es aquel que se adquiere a través de la observación de las conductas de los demás individuos. Cuánto más si las personas observadas, como sucede en el caso de los políticos, tienen una relevancia social. Ellos son un espejo en el que nos miramos cada día los ciudadanos de a pie. ¿Y qué vemos en ese espejo? Personas vociferantes que insultan al adversario con toda la violencia posible. ¿Cómo nos pueden aconsejar luego tolerancia, respeto, solidaridad y compasión hacia el prójimo? No hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo.

El aprendizaje vicario existe entre los miembros de nuestra especia porque dentro del cerebro humano hay una clase de células nerviosas conocidas como células espejo. Estas neuronas son las encargadas de hacer que seamos capaces de ponernos en la piel de otros y de experimentar en nuestro propio cuerpo lo que hacen.

Para poner a prueba su afirmación de que el aprendizaje vicario constituía una forma de aprendizaje fundamental y muy utilizada, Bandura utilizó un grupo de niños y niñas y los hizo participar en un curioso juego de observación.

En este experimento, los pequeños observaban un gran muñeco tentetieso, esa clase de juguetes que a pesar de ser sacudidos o empujados, siempre vuelven a ponerse en posición vertical. Algunos niños veían cómo un adulto jugaba tranquilamente con este muñeco, mientras que otro grupo separado de niños observaba cómo el adulto golpeaba y trataba con violencia al juguete.

En la segunda parte del experimento, se filmó a los pequeños mientras jugaban con el mismo muñeco que habían visto antes, y se pudo comprobar cómo el grupo de pequeños que había presenciado los actos de violencia eran mucho más propensos a utilizar el mismo tipo de juego agresivo en comparación con los demás niños.

“El insulto, como se desprende de su etimología, es siempre un asalto, un ataque, un acometimiento. Es término derivado de la voz latina assalire: saltar contra alguien, asaltarlo para hacerle daño de palabra, con claro ánimo de ofenderlo y humillarlo mostrándole malquerencia y desestimación grandes y haciéndole desaire”. Así comienza el libro “Inventario general de insultos”, escrito por Pancracio Celdrán, en el que recoge, de la A a la Z, el extenso repertorio de injurias, improperios, insolencias y demás expresiones ofensivas de nuestra lengua. 355 páginas de insultos.

No me extrañaría que algunos políticos tuvieran este libro como un estupendo vademécum. Por cierto, el libro es del año 1995. Y resulta curioso que, al cerrar la introducción, hable el autor de algo que hoy suscribiríamos todos los ciudadanos y ciudadanas de este país: “es preocupante el auge y el incremento desmedidos que en nuestro tiempo están tomando la imbecilidad torpe y la malicia malsana”.

Sócrates. Habiendo recibido en cierta ocasión un insulto, seguido de un puntapié, exclamó no dándose por aludido: “¿Acaso si me hubiera dado una coz un asno, me enfrentaría a él…?”. Me gusta la sentencia de Voltaire: “La mayor venganza sobre nuestros enemigos es que nos vean felices”.

Hay que poner fin a esta sarta de insultos que se dirigen los políticos cada vez con más frecuencia y dureza. Y con las agresiones de algunos llamados periodistas que tienen a gala ser los adalides de las agresiones verbales. Por muchos motivos. Entre otros el que su conducta tiende a ser imitada por la ciudadanía.