Opinión

Miguel Signes; un injusto olvido

Los libros que no vas a leer.

Los libros que no vas a leer. / Pexels

A principio de los años 80 mi padre apareció un día en casa con un libro cuyo título, a mis 11 años de edad, me pareció extraño y enigmático. Era Tras los pasos de Barrabás (1983) y me dijo que su autor era Miguel Signes, un vecino que vivía un par de pisos más arriba en nuestro edificio de la calle Ferré Vidiella de Alicante, enfrente del Palacio de la Diputación Provincial. Aquel día me enteré que Miguel Signes, que a mí me parecía muy mayor por su pelo blanco y escaso cuidadosamente peinado hacía atrás, con elegantes trajes grises en invierno y camisas blancas impecables de manga corta en verano, además de nuestro vecino era también escritor. Cuando me encontraba con él en el ascensor me saludaba con cierta seriedad, como si fuera un jefe de negociado y yo uno de sus subordinados, y me hablaba con esa parquedad respetuosa que hace cuarenta años las personas mayores utilizaban con los niños como si después de los saludos fuese normal que el adulto preguntase al niño las declinaciones del latín.

Miguel Signes perteneció a esa generación de españoles que, después del breve lapso de libertad que supuso la Segunda República, tuvieron que empezar desde cero sus vidas terminada la Guerra Civil española bajo la mirada y el control férreo de un sistema dictatorial que vigilaba la sociedad en todos sus aspectos. Combatió en el ejército de la República llegando a tener el grado de capitán de Estado Mayor siendo uno de los últimos integrantes del ejército republicano en ser detenido en el puerto de Alicante al finalizar la guerra en 1939. Fue encarcelado en el campo de concentración de Los Almendros y después en el de Albatera del que escapó para ser detenido de nuevo y encarcelado. Cuando finalmente recuperó la libertad ejerció el magisterio y más tarde dirigió la obra cultural de la Caja de Ahorros del Sureste hasta que se jubiló en 1984.

Dijo Antonio Muñoz Molina en su libro Sefarad (2001) que los que mejor se acuerdan de cómo eran las ciudades en el pasado son aquellos que se marcharon de ellas. El tiempo y sus lugares se congelan en el tiempo en el que fueron vividos. Cada vez que regreso a Alicante, ahora en compañía de mis hijos, no puedo evitar recordar cómo eran la calles hace cuarenta años, con edificios que fueron demolidos cuando era muy joven y con tiendas que cerraron y que hoy nadie recuerda. Cuando conduzco por la carretera de la cantera desde el centro de Alicante a la playa de San Juan siempre creo que voy a encontrar las dos estrechas calles que llevaban a la playa en línea recta , una hacia el edificio Club del Mar y la otra hacia el el Cabo de las Huertas. Hace un par de veranos fui con mis hijos a pasear por el jardín que rodea la Diputación. Estaba igual que hace cuarenta años y al alzar la vista vi el edificio donde vivía con mi familia y donde también vivía Miguel Signes. Sentados en los mismos bancos de piedra que yo utilizaba a su edad, mientras hablábamos de los años 80, me di cuenta que identificaban ese tiempo como algo tan lejano como para mí, a su edad, lo era la Guerra Civil Española o la Segunda Guerra Mundial. Los cuarenta años que me separaban con 11 años del fin de ambas guerras es el mismo tiempo que para ellos tenía aquel jardín en el que yo había jugado. Yo era el nexo de unión entre ambas épocas.

En sus novelas Miguel Signes reflejó la lucha por la vida diaria bajo la dictadura franquista. De ahí su libro Pantano (1966). Los personajes de sus novelas tienen pasados muy distintos pero todos ellos futuros inexistentes. La vida parece suspendida en el aire esperando que el fin de la dictadura hiciese regresar una felicidad y unas ganas de vivir que quedaron atrás con el comienzo de la guerra. Aunque Signes publicó Tras los pasos de Barrabás cuando la democracia había regresado a España, su protagonista, después de escapar tras sobrevivir a su fusilamiento, se refugia en un pequeño pueblo antes de huir a Francia de la que sabe nunca regresará. En su, al menos para mí, principal novela, Tabarca (1976), Signes retrató una isla que he visitado varias veces y en la que sus personajes, a pesar de vivir en un espacio muy cerrado, expanden sus ansias de libertad mucho más lejos, de igual manera que durante la dictadura los demócratas soñaban con otro país y otra sociedad. Tabarca fue llevada al cine con un resultado muy discreto producto, creo yo, de un mal guion que convirtió al protagonista, Ignacio Ibarzábal, en un comunista lleno de tópicos que huye a una isla dominada por un cacique y un cura furibundo.

El olvido de Signes me parece muy injusto. Su obra debería ser lectura obligatoria en los colegios e institutos de Alicante porque refleja de manera certera esa vida que continuó a pesar de todo.