Opinión

Aeropuerto Miguel Hernández: Beneficios y pérdidas

Un avión despegando del aeropuerto Alicante-Elche.

Un avión despegando del aeropuerto Alicante-Elche. / Jose Navarro

Eran las seis de la mañana cuando cansado de dar vueltas en la cama y ante la imposibilidad de volver a conciliar el sueño, decidí levantarme a pesar de que, a esa hora, todavía nos envuelve la oscuridad y la humedad de la noche. Me vestí y me dispuse a disfrutar del primer café y de la compañía de la gran variedad de aves que a esa hora de la mañana inician sus primeros cantos. No pude. Disfrutar, digo. El ensordecedor ruido provocado por el despegue de los aviones del Aeropuerto “Miguel Hernández” no solo me impidió relajarme en la contemplación de un amanecer que esperaba apacible, sino que, como podrán entender, empecé a irritarme, estado que no es común en mí, pero es que las explosiones constantes producidas por las aeronaves a lo largo de la mañana, - 48 horas después pude comprobar que duraron dos días de manera ininterrumpida -, tampoco eran normales.

Sentí, entonces, la necesidad de compartir y escribir lo que pensaba. Un dato importante: vivo a 9’5 km del aeropuerto.

Lo primero que pensé fue en trazar un círculo teniendo como punto interior el recinto aeroportuario y de este modo averiguar, así, a bulto, hasta donde podía llegar ese ruido infernal e insoportable que me había estado acompañando durante dos días. El perímetro marcado con mi viejo compás, acogía ocho partidas rurales ilicitanas: El Altet, Torrellano, Arenales del Sol, Balsares, Valverde, Perleta, Maitino, Jubalcoi y Saladas. Afortunadamente, no estaba solo.

Arrastrado por la preocupación de la construcción de una segunda pista en el aeropuerto anunciada por el frente empresarial y político (PP), me lancé a estudiar sus consecuencias y a la espera de leer la propuesta que los representantes de las cinco Cámaras de Comercio de la Comunitat Valenciana presenten el próximo 8 de mayo con el fin de justificar la ampliación. Les puedo adelantar que tan solo hablarán de beneficios. Y es cierto que los hay. Pero también hay pérdidas.

Puedo llegar a entender que desde el loby empresarial (HOSBEC, CEV) se defienda con determinación la “necesidad de ampliar a corto plazo el aeropuerto de Alicante-Elche, (Fede Fuster/HOSBEC). Es lo suyo, a más turistas, más ingresos. A veces con mensajes catastrofistas como el del Presidente de la Cámara de Comercio de Alicante, Carlos Baño, “necesidad urgente para evitar un impacto negativo en el PIB provincial”. En la misma línea se expresaba el Jefe del Consell, Carlos Mazón, “no vamos a permitir que el gobierno de España nos lleve al colapso turístico porque puede significar también un colapso social”, o en el que ya no admite “ni un minuto más que no haya una segunda pista en el Aeropuerto de Alicante-ELCHE Miguel Hernández”. Del mismo modo, me parece razonable que los alcaldes de Elche y Alicante, Ruz y Barcala, se preocupen por demandar al Gobierno Central las infraestructuras de transportes necesarias para mejorar la accesibilidad de todo el territorio y facilitar el flujo de personas y bienes. El problema está en que únicamente crecen las infraestructuras y los aviones y los cruceros y por supuesto, los beneficios. Las ciudades, no. Las ciudades se van empequeñeciendo debido a la masificación turística y empobreciendo su relación con la población nativa. Todos ponen como ejemplo la construcción de la segunda pista del Aeropuerto Málaga-Costa del Sol, pero lo que no cuentan es que el turismo masivo, al igual que sucede en todas las grandes ciudades turísticas europeas, ha ido apartando a los malagueños de sus céntricas calles, de sus playas, de sus plazas, de sus bares habituales. La ciudad ya no les pertenece.

El Aeropuerto Alicante-Elche “Miguel Hernández” cerró el pasado año con una cifra récord de pasajeros: 15,7 millones de turistas, cerca del 80%, internacionales. Esto equivale a un total de 100.547 vuelos que al penetrar en el círculo provocaron pérdidas, daños al medio ambiente y a la salud de la población ilicitana.

¿Beneficios a costa de qué, y lo más preocupante, de quién?

Recurro al informe emitido por KUNAK, una empresa de referencia en la medición de gases, partículas y olores presentes en el aire y avalada por organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otros.

Dice así: “la próxima vez que aterricemos con un avión en un aeropuerto habrá que pensarse dos veces lo de respirar hondo por haber tocado tierra. Los impactos de las emisiones de gases y partículas en los aeropuertos contribuyen al empeoramiento de la calidad del aire”.

Preocupante. Lo es más si conocemos las sustancias procedentes de los aviones y que alteran la calidad del aire aumentando la contaminación local y por tanto, desarrollando enfermedades respiratorias y cardiovasculares en quienes viven y trabajan en áreas aeroportuarias y en zonas habitadas próximas a las instalaciones: dióxido de carbono (CO2), óxidos de nitrógeno (NOx), y el vapor de agua de las estelas de condensación que son liberados durante los trayectos de crucero. A éstos también se suman otros contaminantes como los hidrocarburos, monóxido de carbono, gases de azufre, hollín, metales…, y los que proceden de los vehículos privados, los de transporte urbano o los empleados durante la prestación de los servicios de tierra como el abastecimiento y la limpieza, entre otros.

Aplastante. También resultan muy perniciosos los efectos ocasionados por la contaminación acústica debido a las secuelas negativas sobre la salud auditiva, física y mental de la población. El ruido prolongado provoca en el organismo humano, entre otros, falta de descanso, estrés, ansiedad, dolor de cabeza, hipertensión, problemas digestivos y trastornos del sueño.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define como ruido cualquier sonido superior a 65 decibelios (dB). Éste se vuelve dañino si supera los 75 dB. Los niveles de ruido en un aeropuerto pueden variar entre 65 y 80 dB en el área de espera del aeropuerto, 85 y 105 dB durante el despegue y aterrizaje.

Inquietante. Como también lo es la contaminación lumínica o la afectación ambiental en zonas de espacios naturales protegidos como, en el caso de Elche, el Clot de Galvany.

Según la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), ”para minimizar todos estos efectos y hacer compatible las infraestructuras aeroportuarias con la calidad de vida y el medio natural, se debe mantener un enfoque equilibrado”.

Un turismo sostenible. Y por ello, por el bien de todos y especialmente para la población que trabaja y vive en los núcleos más cercanos a las instalaciones aeroportuarias, se requiere cumplir con objetivos de reducción de contaminantes y disminuir significativamente el ruido que originan las aeronaves.

Las cifras no justifican la construcción de una segunda pista.

Es bien sencillo de entender. Por encima de intereses empresariales o políticos, hay que salvaguardar el bienestar y la salud pública y para ello no hay más solución que reducir la contaminación ambiental.

¿De qué lado estamos?