Opinión
Sobre animales y humanos
Animales y personas estamos juntos en el mismo barco y el amor y la compasión no entienden de etiquetas ni casillas
![Imagen de dos cachorros rescatados por el cuerpo policial.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/f33eb7e3-9a3e-4039-a0ee-1e698327fb2e_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Imagen de dos cachorros rescatados por el cuerpo policial. / Policía Nacional
Un veterano periodista valenciano abordaba el otro día en un artículo la teoría de que el excesivo amor por los animales pueda estar directamente ligado al incremento de la «aporofobia», término con el que Adela Cortina define el rechazo a los pobres. No dudaba en afirmar que la sociedad valenciana «dista mucho de ser sensible a la pobreza» y ponía como ejemplos la propuesta de Vox de encharcar «los ojos de los puentes» y el intento de quemar vivo a un indigente que se produjo recientemente en la capital del Turia. No suele faltar además entre quienes abonan esta cuestionable contraposición el manido asunto del descenso de natalidad: «Hay más hogares con chuchos que niños menores de 18 años». Olvídense del problema de la escasez de viviendas, los sueldos precarios, la falta de apoyo a las mujeres… según esta teoría, si no nacen más bebés es por culpa de las mascotas.
Disculpen si salgo a decir la mía y no prefiero el silencio, pero he tenido una participación directa en un episodio que este periodista citaba como argumento para su conclusión. Partía de la historia que contaba Alfons Garcia en su columna del sábado en este diario sobre cómo llevé el perro de un indigente al veterinario y luego devolví a ambos a la chabola. Estos son los hechos que sirven para sostener que los que nos preocupamos por los animales somos insensibles (o menos sensibles) al sufrimiento humano.
Si me permiten, les cuento la otra parte de la historia. Gracias a que seguí al perro durante meses (estaba infestado de pulgas y con una terrible infección en los ojos) averigüé que vivía con un sintecho que lleva años sobreviviendo en los márgenes del sistema y, como tristemente suele ser habitual, con un problema grave de alcoholismo. Me gané su confianza, le hice entender que solo quería ayudarles y que no le iba a quitar a su compañero de vida. «Solo nos tenemos el uno al otro», me dijo. Finalmente conseguí que subieran a mi coche y fuimos al veterinario. También hemos ido varias veces a por comida y ropa, pero eso no debería ni tener que contarlo. A partir de ahí, ha habido pequeños triunfos. Por supuesto, hay días oscuros en los que es difícil tratar con él, pero tenemos razones para la esperanza: después de años ha vuelto a contactar con el trabajador social, han reactivado su SIP y ha decidido afeitarse la larga y enmarañada barba que le acompañaba durante años. Y, además, en una nueva visita al veterinario, este ha comprobado que le está dando la medicación y el perro está mucho mejor.
Toda la vida he escuchado frases del tipo «te preocupas por los perros con todos los niños que mueren de hambre». Me parecen simplistas, absurdas y que hablan desde el desconocimiento más profundo. No seré yo la que afirme que toda la gente que tiene mascotas son buenísimas personas, pero la compasión por los animales está mucho más unida al amor por la humanidad y la empatía de lo que cualquiera imagina. Y, en ocasiones, los que vomitan esas críticas lo hacen desde la inmovilidad y no ayudan a unos ni a otros.
Sinceramente, no creo que el problema de la aporofobia se fuera a solucionar si retrocediéramos a una sociedad en la que se cosificaba y maltrataba a los animales con impunidad. Ni aumentarían por ello los índices de natalidad.
Animales y personas estamos juntos en el mismo barco y el amor y la compasión no entienden de etiquetas ni casillas.
Se trata simplemente de no pasar de largo. Y gracias a la mirada desvalida de ese perro («chucho», dirán algunos), hoy su dueño puede despertarse con más esperanza que ayer.
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