Opinión

Balance de daños de una carta

Trece de los quince acusados en el caso Erial.

Trece de los quince acusados en el caso Erial. / Germán Caballero

El mismo día en que el país contenía la respiración al hacerse pública la carta personal que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dirigía a la ciudadanía explicando la necesidad de tomarse cinco días para recapacitar si merecía la pena “continuar al frente del Gobierno o renunciar a este alto honor”, se celebraba en la ciudad de la Justicia de València una de las sesiones del juicio del caso “Erial” contra el primer presidente de la Generalitat del PP, Eduardo Zaplana, también exministro y exportavoz del Gobierno de José María Aznar, junto a otros catorce acusados, por blanqueo y corrupción de cerca de siete millones de euros. El operativo criminal puesto de manifiesto en el juicio que han confesado algunos de los acusados y testaferros del expresident Zaplana, en el que estaba implicado hasta un ex director general de la policía, según confesó uno de sus familiares, demuestra la profundidad y gravedad de la corrupción bajo el mandato del PP en la Generalitat Valenciana durante esa etapa.

Esa misma semana tuvo lugar, también, en la Audiencia de Madrid el juicio contra Rodrigo Rato, exvicepresidente de Economía del Gobierno con José María Aznar y al que el PP ponía siempre como ejemplo de buen gestor, a quien la Fiscalía Anticorrupción pide 63 años de cárcel por el supuesto origen ilícito de su fortuna, atribuyéndole once delitos fiscales, y otros de blanqueo de capitales y corrupción. Que un antiguo ministro de Economía con el PP pusiera en marcha una red opaca de sociedades off shore para defraudar impuestos y eludir comisiones, al igual que con Eduardo Zaplana, demuestra la visión delincuencial que tienen del Estado y su desprecio hacia la sociedad, a la que no dudan en extraer hasta la última gota.

Mientras, la sociedad española estaba pendiente de Pedro Sánchez y prácticamente hasta ahora no se ha dejado de hablar y valorar el alcance de su decisión de continuar al frente de la Presidencia del Gobierno de España, junto a las muestras de apoyo por parte de los suyos y de rechazo por los contrarios, en medio del clima pestilente en el que se desenvuelve la política en nuestro país.

Resulta pasmosa la capacidad que tiene el PP para escaparse de rendir cuentas de los gravísimos casos de corrupción protagonizados por numerosos altos cargos a lo largo y ancho del país, al tiempo que también maravilla comprobar la habilidad del PSOE por ignorar la importancia política de estos procesos, dejando de explicar a la ciudadanía el daño que han hecho al patrimonio púbico, al sistema democrático y al conjunto de la población. Pero ahí estaba la sociedad española, pendiente de la decisión de Pedro y su partido al borde del ataque de nervios en medio de una situación insólita que no tenía precedentes.

Naturalmente que la continuidad del presidente del Gobierno arroja tranquilidad institucional y social, muy a pesar de los deseos y del rechinar de dientes de ese amasijo indescifrable en el que se ha convertido la extrema derecha ultramontana en España, en momentos en que la gravedad de los desafíos globales a los que nos enfrentemos exige de políticas como las que este Gobierno impulsa. Pero el anuncio de continuidad de Pedro Sánchez y su compromiso impreciso de regeneración, tras el retiro de cinco días en el que ni siquiera habló con los suyos, ha dejado un balance de daños que no se pueden ignorar, junto a muchas preguntas sin respuesta.

Muchos no comprendemos que el inicio del período de reflexión y aislamiento de cinco días se anunciara mediante una carta a la ciudadanía sin membrete, pero la decisión de continuar se comunicara en una comparecencia oficial en el palacio de La Moncloa con transcripción oficial con membrete de Presidencia del Gobierno. Tampoco se entiende bien que previamente a la comparecencia se comunicara la decisión en audiencia oficial al rey, ya que esto no figura en la Constitución. Al mismo tiempo, si el detonante de ese período de reflexión de cinco días fue la denuncia interpuesta contra Begoña Gómez por el pseudosindicato extorsionador franquista “Manos Limpias”, ¿no conocía el presidente Sánchez la persecución judicial y policial mediante procesos irregulares, espionajes y denuncias falsas que se han venido llevando a cabo, en los últimos años, contra otros muchos políticos de izquierda, partidos, jueces progresistas e incluso contra él mismo en el año 2014, cuando pasó a ocupar la Secretaría General del PSOE, por la policía patriótica dirigida por el Ministerio del Interior de Mariano Rajoy a cargo de Villarejo?

Ahora bien, los cinco días de desconcierto político y reflexión sobre su continuidad protagonizados por Pedro Sánchez han dejado otras víctimas colaterales que tendrán que trabajar seriamente en cicatrizar las heridas. En primer lugar, el propio PSOE, que ha evidenciado su extrema debilidad y la dependencia de un hiperliderazgo basado en Pedro Sánchez, quien no está trabajando para generar alternativas políticas a su alrededor. Por otro, la propia coalición de Gobierno, que se ha visto atropellada por un proceso en el que ha sido simple comparsa, a pesar de la trascendencia de las decisiones de estos días. Y, por último, la ausencia de una hoja de ruta clara frente al proceso destructivo que promueve una derecha extrema que ha convertido el odio en su programa político, trabajando para dañar a las más altas instituciones del Estado. Hay trabajo por hacer.