Opinión

El dolor nunca prescribe

Nueva placa superior colocada en el memorial del Stanbrook de Alicante.

Nueva placa superior colocada en el memorial del Stanbrook de Alicante. / JOSE NAVARRO

 La presencia de Pedro Sánchez el pasado miércoles en Alicante con ocasión del Día del Exilio así como el discurso que dio en la Casa Mediterráneo en recuerdo y memoria de los que pudieron exiliarse desde el puerto de Alicante en el barco Stanbrook gracias al coraje de su capitán, Archibald Dickson, fue también un homenaje a todos aquellos, miles y miles de hombres y mujeres, que después de haber sufrido una guerra civil producto de un golpe de Estado contra un legítimo y democrático Gobierno tuvieron que abandonar España para siempre, vivir sojuzgados por una dictadura o fueron asesinados durante la guerra o en la larga dictadura siniestra dirigida por el golpista Franco.

También fue, en cualquier caso, la presencia de Pedro Sánchez, una magnífica oportunidad para recordar todo el dolor que dejó tras de sí una dictadura feroz y cruel que trató de sobrevivir después de la muerte del dictador disfrazándose de nuevo sistema político en el que no existiera la libertad política y en el que, por supuesto, los principales dirigentes del franquismo estaban llamados a seguir dirigiendo esa nueva España sin Franco. La última charlotada franquista, podríamos llamar a este patético intento.

Ha coincidido casi en el tiempo el Día Homenaje a las víctimas del Exilio de este año con la aprobación de la llamada Ley de Concordia por varias comunidades autónomas gobernadas por el Partido popular. Especialmente cómica es la aprobada por la Generalitat Valenciana, un despropósito histórico cuyo único fin es que Carlos Mazón pueda seguir siendo presidente de la Generalitat Valenciana gracias al apoyo de Vox. El revisionismo histórico por parte de la ultraderecha española y de aquellos que se sienten herederos del franquismo por razones familiares, es decir, en este último caso, porque sus padres y abuelos colaboraron activamente en la represión franquista conquistando con ello suculentas prebendas como cargos en la Administración o apropiándose de los bienes de los depurados y perseguidos, ese revisionismo, decía, no es nuevo. Ha sido un proceso que ha ido creciendo con el paso del tiempo. Primero fue la proliferación de escritores mercenarios que aparecieron para justificar la dictadura franquista como algo inevitable por un supuesto caos de la Segunda República. Después, todos aquellos que estuvieron agazapados cuando regresó la democracia en 1977 por miedo a que les hicieran rendir cuentas ante la justicia perdieron el miedo cuando constataron que no les iba a pasar nada. Y por último la aparición de un partido de ultraderecha que sin ningún rubor añora el tiempo del franquismo y defiende la figura del dictador. La necesidad de Vox para que el PP pueda gobernar en varias comunidades autónomas ha supuesto que el PP haya tenido que asumir como propias leyes de revisionismo. Pero lo que sorprende es que lo haya hecho sin explicitar ninguna incomodidad. Los presidentes autonómicos populares no sólo han aceptado normas contrarias a las más básicas lecciones de Historia si no que no dudan en tratar de justificarlas.

La constante remisión al periodista Manuel Chaves Nogales como un intento de situar a los defensores de la República y al bando golpista en un mismo plano moral y, por tanto, justificador de la guerra civil y posterior dictadura de casi cuarenta años como algo inestable por las tensiones existentes entre el bando demócrata y el golpista, confirma lo escaso de referentes intelectuales de la derecha española. En ningún momento Chaves Nogales se proclamó neutral entre ambos bandos. Como él mismo se define en su libro A sangre y fuego, publicado por primera vez en Chile en 1937 y que yo leí hace 20 años, Chaves Nogales fue “un pequeñoburgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Nunca se refirió al golpe de Estado franquista de 1936 como de algo inevitable. La Segunda República era una democracia que, mejor o peor, constaba de todos los parámetros para ser un Estado de Derecho. Si desde posiciones radicales de izquierda se la acosó los responsables de ello pagaron con sus vidas su grandísimo error cuando el fascismo se hizo con el poder en España.

Frente a aquellos que tratan de convertir a la Segunda República, a la guerra civil y a la dictadura franquista en un revoltijo en el que todos tuvieron la culpa de lo que pasó, existe la memoria y el recuerdo de todos aquellos que lucharon por la libertad y la democracia. No es cierto que España estuviera encaminada a una dictadura comunista y que por tanto Franco y sus secuaces no tuviesen más remedio que cometer un golpe de Estado para salvar a la patria. Ni la derecha, ni el clero, ni los militares, ni los terratenientes querían algo parecido a la democracia en la que vivimos hoy en día. Odiaban a los intelectuales, la liberación de la mujer del yugo machista, los derechos de los trabajadores, a los homosexuales y la igualdad de oportunidades.

Hace unos días, en Alicante, muy cerca del puerto, último lugar donde la Segunda República existió, se recordó a las mujeres y a los hombres que dieron sus vidas o su futuro por defender la democracia y la libertad.