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La coherencia de un hombre bueno

Se ha ido en silencio, como se van los mejores, los que nunca han querido ni esperado nada y siempre lo han dado todo en primera línea de lucha.

Cuantos llegamos a conocerlo y a tratarlo quedamos marcados por su ejemplo, su coherencia y su profundo compromiso humano. Siempre fue el compañero, el camarada, el amigo y el referente en la lucha política por un mundo justo sin clases.

Militante ejemplar y consecuente hasta el final, tanto en el partido como en el sindicato CCOO, sólo hacía excepciones y se escapaba últimamente de algunas asambleas para disfrutar de su nieto, como si quisiera recuperar el tiempo que su militancia le había impedido hacerlo con sus hijos.

La muerte de Antonio Martín Lillo supone la desaparición de uno de los principales referentes de la lucha política y social de la izquierda alicantina, que pasó de ser preso político del franquismo a líder del PCE y de Esquerra Unida y siempre, siempre, un comunista luchador por las libertades y la democracia.

Antonio ha sido uno de los imprescindibles que, como Marcelino Camacho, ni lo domaron, ni lo doblaron ni lo domesticaron.

Estamos tristes y nos sentimos huérfanos, pero, después de todo, como decía José Saramago, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida, mucha vida como profesor, esposo, padre y abuelo ejemplar.

Su testamento es su ejemplo que nos marca a todos el camino y será, sin duda, semilla fecunda de nuevos activistas que recogerán la antorcha de la lucha por la libertad y el socialismo. Hasta siempre Antonio, hasta siempre compañero y camarada.

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