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Análisis

¿Quién habla de nosotros?

La polarización de la campaña «tapa» los grandes problemas sociales y la agenda tanto de la Comunidad como de la provincia

Mazón, la alcaldesa de Cocentaina, Puig, la consellera Barceló, el ministro Duque, el presidente de las Cortes y el conseller Climent, en Cocentaina. juani ruz

La ineficacia de los partidos para atender en el Congreso de los Diputados un mensaje de la sociedad que sí se ha entendido en los gobiernos autonómicos y en los municipios; esa ineficacia política, decía, es la que nos ha conducido a esta campaña electoral inútil que nunca se tenía que haber iniciado pero que ya, sin solución de continuidad, desembocará en esa cita con las urnas del próximo 10-N. Una repetición de las elecciones generales de abril que, al menos así lo sugieren todos los indicios, no va a resolver el complejo «sudoku» del parlamento. Traducción. Para que haya un presidente del Gobierno en España, tendrán que volverse a sumar a una investidura la confluencia por acción u omisión, con total seguridad, de más de dos siglas políticas. Consultados otra vez los ciudadanos, por tanto, es muy probable que el relato que le vuelvan a trasladar a los «padres de la patria» es que se tienen que sentar otra vez para entenderse y pactar. Y cabe la posibilidad, además, que esa geometría del hemiciclo acabe siendo aún más endiablada.

Habremos perdido, por tanto, medio año para retornar a un punto de partida más complejo con un escenario, además, de mayor inestabilidad política en Madrid agravada por el «procés» catalán; y de una notable incertidumbre económica con una crisis en ciernes. Podemos buscar culpables y, evidentemente, la responsabilidad de los bloqueos siempre la tiene aquel que debe llevar la voz cantante en las conversaciones. Ese papel le correspondía a Pedro Sánchez, que para eso fue el más votado aunque, hay que decirlo, le faltaban más de 50 diputados para la mayoría absoluta, algo que nunca pareció entender. Por eso estaba obligado al pacto actuando con generosidad, como deben asumir aquellos que quieren ejercer un liderazgo político. A eso se unió, igualmente, la falta de flexibilidad de un inconsciente Pablo Iglesias, el casi ausente líder de Podemos. El hambre con las ganas de comer. Así que, en estos momentos y con ese panorama a una semana justa de abrir las urnas, la pregunta, más allá de los culpables, es clara y nítida: ¿De qué vale al final esta repetición electoral? ¿Nos va a aportar algo esta campaña

La respuesta no es simple. Pero, a efectos reales, va a servir de muy poco. O casi para nada. Como ya se ha dicho, los resultados van a obligar, sin ningún genero de duda, a que los partidos tengan que entablar de nuevo negociaciones, incluso, con más dificultades. Pero es que, además, ni las elecciones ni el relato de esta campaña, y eso es mucho más grave, van a contribuir a solucionar ninguno de los problemas de la agenda política. Una campaña que se ha convertido en una amalgama de asuntos de corte puramente ideológico con tonos viscerales -Cataluña y la exhumación de Franco- que monopolizan, especialmente el primer asunto, un debate a modo de bucle. ¿Dónde queda, sin ir más lejos, la reforma de la financiación autonómica, principal reivindicación de la Comunidad Valenciana? Y una cuestión más tapada todavía. ¿Alguien ha puesto encima de la mesa que Alicante tiene en estos momentos el nivel más bajo de inversiones del Estado en toda su historia, conforme a los presupuestos de 2018 que hizo Cristóbal Montoro, aún vigentes?

El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, o el número uno de Compromís al Congreso, Joan Baldoví, han intentado «colar» durante estos días argumentos en esa clave. En el inicio de campaña, por poner un ejemplo, Puig exigió que el gobierno que salga de las urnas proponga un nuevo modelo de financiación en un año. Y este viernes, en el debate de campaña en À Punt, el diputado de Compromís fue el único que se refirió, además de a la financiación, a los problemas de la agricultura con los tratados comerciales que afectan a los cítricos mientras, por contra, el número uno del PP por Alicante, César Sánchez, se dedicaba, como si viviera en Marte, a agitar la bandera de Cataluña como mensaje de campaña.

Pero es cierto que esa voluntad en solitario de Puig y de Compromís como fuerza valencianista se ha topado con la cruda realidad. A Pedro Sánchez y a las marcas de la derecha -más al PP y a Vox que a un Albert Rivera, por vez primera con el pie completamente cambiado- les interesa agitar el ruido en otra dirección. De momento, las visitas de Pedro Sánchez y del líder del PP, Pablo Casado, no han servido para hablar demasiado de nuestros problemas. Ni el programa de los socialistas ni tampoco el del PP, las dos fuerzas que sobre el papel serán las más votadas, llevan entre sus propuestas un compromiso concreto sobre la reforma de la financiación más allá de una referencia genérica sin fecha. Filosofía, como ayer mismo evidenció Sánchez en su mitin de València. En este escenario tan polarizado «vende» más el tacticismo electoral y el cortoplacismo catalán para intentar movilizar a sus propios electores, el gran reto de los partidos en una campaña corta, insulsa y sin pulso pero con diputados en juego. En Alicante, por ejemplo, hasta cinco escaños pueden cambiarse de sigla.

Pero ocurre que la crisis de Cataluña tampoco se está abordando desde un relato de solución al conflicto y dentro del gobierno valenciano, con cierta resignación, se ha extendido la sensación de que sin los catalanes en la mesa de negociación, algo impensable en estos momentos de tensión, nada se va a poder aclarar sobre la reforma de la financiación autonómica, asunto decisivo de la agenda política de la Comunidad. Abordar la crisis de Cataluña en los términos en los que se está planteando, por tanto, tampoco facilita afrontar la realidad. ¿Quién habla de nosotros? Por ahora, casi nadie. Hablan únicamente de ellos.

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