11M: 20 años de polarización

La matanza de Atocha dejó casi 200 muertos, pero también provocó una fractura en la política española que se ha perpetuado y aún se percibe en la actualidad

20 años de polarización

20 años de polarización / MANUEL B. RUQUE / EFE

José Luis García Nieves

‘Polarización’ fue la palabra del pasado año y nadie puede negarle el mérito. Polarizar es ‘orientar en dos direcciones contrapuestas’. Desde hace demasiado tiempo, en la política española, cada vez que se hace algo, se hace en contra de alguien. Según el estudio Democracy report 2022 de la Universidad de Gotemburgo, en España la polarización política creció un 114 % la última década. ¿De dónde vienen estos lodos? ¿En qué momento ‘se jodió’ la política española? Nadie tiene la respuesta, pero el calendario marca el mes de marzo y se cumplen 20 años de un terremoto con grandes réplicas.

La factura del 11M se abonó en vidas amputadas, en familias rotas, en un profundo dolor colectivo. La matanza de Atocha, también, plantó la semilla de una fractura que se ha asentado, alimentada por los partidos, las nuevas formas de comunicación y el pertinaz malestar social tras sucesivas crisis económicas. Diferentes expertos abordan algunos de los consensos que se rompieron esa mañana de marzo.

La verdad: «Ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas».

Las palabras del expresidente Aznar en la comisión parlamentaria alimentando las dudas sobre la autoría intelectual del atentado todavía resuenan. Posverdad. Hechos alternativos. Teoría de la conspiración. Son conceptos que explican la deriva política internacional en la última década. Pero en España tuvieron un momento fundacional aquellos días. «El 11M anticipa el trumpismo, Quanon, las teorías conspiratorias y el negacionismo electoral de los neofascismos», asevera Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos I.

El experto señala una diferencia. Frente a esas teorías conspiranoicas que hoy se mueven en las redes, «el problema es que aquí [en el 11M] no surge de la periferia del sistema político o informativo; surge de uno de los dos principales partidos que se alternan en la gobernanza del país», asegura Sampedro, que acaba de publicar «Voces del 11M. Víctimas de la mentira» (Planeta, 2024) y señala también la responsabilidad de algunos medios que ganaron en audiencia y escalaron posiciones «gracias a estos infundios».

La dimensión de la información en esas horas es uno de las aspectos que se están revisando estos días: la insistencia en la autoría de ETA, las presiones a los directores, las maniobras ante la ONU [que sacó una resolución condenando a la banda terrorista], el veto en TVE a una entrevista con Bush en víspera electoral o las teorías mantenidos durante años en algunas portadas o en el Congreso. El problema, sostiene el catedrático, es que la democracia española no ha extraído conclusiones. «La gravedad de lo que ocurrió entonces es extraordinaria. Y el no haber reflexionado, el no haber exigido rendición de cuentas ni a políticos ni a periodistas, nos ha traído un estado de involución democrática muy amenazante de las libertades y el propio régimen democrático. Todos los actores políticos se sienten exonerados, libres de soltar los mayores infundios, de mentir cotidianamente. Y el periodismo no ha recuperado ni un protocolo que pueda reclamar como propio y específico el periodismo profesional. Ni tampoco el modelo de negocio que pueda derivarse de él», dice sobre la normalización [y la rentabilidad] de la mentira.

La desconfianza: «Quién ha sido?».

La mentira como herramienta de comunicación política no se inaugura en 2004, zanja Xavier Coller, catedrático de Sociología de la Pablo de Olavide y de Ciencia Política en la UNED. «Quizá lo que fue nuevo es la intensidad y la repercusión. La movilización que generó la protesta por la sensación de que se estaba engañando a la población. La repercusión fue importante», señala.

Para algunas voces que vivieron aquellos días, el 11M plantó una semilla de desconfianza. El exdirector de ABC, José Antonio Zarzalejos, ha situado en esos días el germen del ‘No nos representan’ de los indignados del 15M de 2011, la fractura entre representantes y representados de la que bebió Podemos. «Hasta ese momento podías sospechar de que un gobierno hacía propaganda, pero que se nos ocultara la verdad con tantas muertes fue un shock social que tuvo grandes repercusiones en la vida política», valora Isaura Navarro, una de las diputadas más jóvenes en llegar al Congreso ese 14 de marzo, con IU. «Cuando se hace evidente genera un malestar social tremendo. A partir de ahí se empiezan a mover muchas cosas en España. A eso se suma la crisis económica 2008-10: la gestión de la crisis es la gestión de los recortes. Hay una crisis política, de confianza hacia las instituciones», añade.

Para Xavier Coller, más que una crisis de la ‘partidocracia’, aquello fue un exigencia de verdad a un Gobierno. Víctor Sampedro sí percibe un «primer divorcio» con las instituciones entre millones de españoles que se manifiestan e interpelan al Gobierno de Aznar con la pregunta clave: «¿Quién ha sido?». El catedrático traza una continuidad entre el tejido social que venía combatiendo la desinformación del Prestige y de la guerra de Irak, la que se planta ante las sedes del PP y la que, tras la gran recesión, alimenta el descontento del 15M. «Obviamente, ahí lo que hay es un tejido social que tiene suficiente capacidad como para hacerse expresar con autonomía propia», señala.

La movilización: «Pásalo».

Es el SMS más importante de la historia de España. «¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, c/Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!». Aquella convocatoria inauguró un fenómeno inédito hasta el momento en España y que se ha normalizado: la protesta directa. Todo el arco parlamentario ha sufrido escraches: desde Génova en 2004 a las Corts en 2011, el Congreso en 2012 y Ferraz en 2023; desde la casa de Esteban González Pons a la de Mónica Oltra. «Aquel 11M lo recuerdo como el PSOE asediando las sedes del PP en todos los municipios, en la noche electoral. Estamos en contra de que la gente vaya a las sedes de los partidos, pero más en contra de lo que hizo el PSOE en la jornada de reflexión. Fue incalificable», sentencia Miguel Barrachina, que ese 2004 también se estrenaba en el Congreso como diputado del PP por Castelló.

La jornada del ‘Pásalo’ ofrece un anticipo de lo que vendría: el papel movilizador de las redes sociales. «El 11M fue la primer acción de ‘activismo digital’ que tuvo lugar en España», apunta Álex Comes, consultor político y director de LaBase. «Estos mensajes, que en la mayoría de los casos se centraban en esferas personales, también eran utilizados por diferentes corporaciones para poder realizar acciones promocionales y, como se demostró tras el 11M, en herramientas de movilización ciudadana», añade.

El impacto de las redes sociales ha ido más allá del mero canal. Hoy, también condicionan el mensaje: «Los bulos siempre han existido pero es probable que con el auge la mensajería y las redes sociales su capacidad de difusión y credibilidad es cada vez mayor. Estos mensajes contribuyen al clima de polarización extrema que actualmente vivimos en nuestra sociedad y sin lugar a dudas este clima de alta tensión social fomenta la desafección política».

La polarización: «Gobierno ilegítimo»

. Antes del cuestionamiento a Pedro Sánchez (por la moción de censura, por gobernar sin ser el más votado, por los acuerdos con los nacionalistas), la idea de la falta de legitimidad ya había recorrido la política española tras la victoria de Zapatero en 2004 el 14M. La idea que tuvo eco en determinados foros: «Es el peor bulo que existe en todo Occidente, que acusa a un Gobierno elegido en las urnas de ganar las elecciones atentando o dejando atentar contra los propios votantes: no existe losa política mayor sobre un adversario político y además se mantiene durante 20 años», afirma con contundencia Víctor Sampedro.

La legislatura que siguió a aquella inesperada derrota popular inauguró una bronca que, salvo excepciones, se ha perpetuado. Fueron los años también del «Se rompe España»; del «Usted traiciona a los muertos y ha revigorizado a una ETA moribunda» de Rajoy a Zapatero: dos temas divisivos que siguen en la caldera política nacional.

«Desde aquel momento, los debates pierden todo el rigor. Son ataques personales e insultos de Rajoy al presidente del Gobierno. Era algo que hasta ese momento no se había visto. El trato era de desprecio absoluto. Por parte de Zaplana, Acebes y Rajoy. Llamaba mucho la atención. Una falta de respeto a la verdad y a tu oponente», recuerda la exdiputada Isaura Navarro. Miguel Barrachina, actual síndic del PP en las Corts, lo recuerda de manera diferente: «Tanto Zapatero, como hoy Pedro Sánchez, en su cálculo electoral, creen que extremando la política y fraccionando ideológicamente a España en dos, la izquierda gana. Con la apariencia de bambi, como dijo Guerra, el ADN de Zapatero era justo lo contrario. Se vio cuando se descubrió lo que le dijo a Gabilondo: ‘Nos conviene que haya tensión’».

¿Polarización o espectacularización?

Xavier Coller acaba de publicar el libro «La teatralización de la política en España» (Catarata, 2024), una obra en que defiende que, a pesar de la bronca perpetua, «los acuerdos entre los partidos siguen existiendo y el nivel de acuerdo sigue siendo alto, especialmente en la actividad legislativa». «Por termino medio, las leyes se acuerdan en democracia con solo un 10% de votos negativos. Era más alto al inicio de la democracia y ha ido descendiendo», asegura.

En ello insiste también Isaura Navarro, en los avances de aquella primera legislatura que han cambiado el panorama político y social español: como la ley de Dependencia, la ley de violencia de género, la ley de Igualdad, la de matrimonio igualitario o el divorcio exprés. Varios de ellos logrados con un alto índice de acuerdo. Barrachina, de hecho, recuerda haber escrito parte del preámbulo de la ley de Dependencia.

Pero una cosa es que no todos los puentes estén rotos y otra cosas es que las consecuencias de la bronca no sean reales. Lo son. La investigación de Coller constata también que, en opinión de los propios parlamentarios, «la crispación de los parlamentos se transfiere a la sociedad». Violencia simbólica, radicalización, desafección, desconfianza, desprestigio. Ese es el repertorio de consecuencias que los propios diputados perciben que tiene su propia conducta, señala Coller. En definitiva, un retroceso de la institucionalidad.

«Soy muy pesimista porque veo quién está en los escaños, lo que hacen y lo que dicen. No te puedes despertar cada día con un grito. Para la ciudadanía es nefasto. Corremos el riesgo de que haya grupos de población que se pregunten para qué necesitamos las instituciones democráticas. El modelo chino cada vez es más frecuente y menos criticado por los jóvenes. Ese es el gran problema: que llegará un momento en que pensaremos que las instituciones son prescindibles», concluye.