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Presente y futuro del corazón fetal

Diagnosticar un defecto cardiaco del bebé mientras está en el útero materno no siempre es fácil

Presente y futuro del corazón fetal

Diagnosticar un defecto cardiaco del bebé mientras está en el útero materno (o descartar que lo hay) no siempre es fácil, pero predecir exactamente su evolución a lo largo del embarazo, en caso de encontrarse, puede ser más complejo.

Es posible diagnosticar algunas enfermedades cardiacas a partir de la semana 12 de gestación, labor prácticamente exclusiva de los ginecólogos por realizarse la ecografía vía transvaginal. Sin embargo, es a partir de la semana 18 cuando se puede diagnosticar o descartar una cardiopatía congénita con una fiabilidad cercana al 90% teniendo todas las condiciones favorables para ello: buena visibilidad materna, posición del feto adecuada, alta definición del ecógrafo, y experiencia del profesional en cuestión, que puede ser ginecólogo, cardiólogo infantil o técnico ecografista especializado en ecocardiografía fetal, como viene siendo habitual en países anglosajones. Evidentemente, si no se dan estas condiciones, y añadimos la movilidad del feto o embarazos múltiples, el margen de error aumenta.

El consejo prenatal o toda la información que gira alrededor de la detección de un defecto cardíaco intraútero lo suele ofrecer un especialista que tenga en sus manos toda la información aportada por un equipo multidisciplinar compuesto principalmente por obstetras, cardiólogos infantiles, genetistas, neonatólogos, cirujanos cardíacos o incluso radiólogos en caso de requerir una resonancia magnética para afinar en el diagnóstico de otras posibles anomalías asociadas. Ese consejo irá encaminado a informar sobre la alteración encontrada en ese momento, la probable evolución que pueda tener hasta que el bebé nazca, el posible tratamiento si lo requiere, la calidad de vida del niño hasta su vida adulta y las posibilidades de que se vuelva a repetir en futuros embarazos.

La mayoría de las anomalías del corazón tienen una evolución más o menos predecible, pero hay un porcentaje nada despreciable que tienen un futuro incierto, y así como el corazón del bebé crece, también lo puede hacer la alteración, aunque igualmente pueda estabilizarse, o incluso desaparecer. No es lo mismo, por ejemplo, diagnosticar un agujerito en el corazón (lo que llamamos una comunicación interventricular) de 3 mm. cuando la mamá está de 20 semanas de gestación y el corazón del feto mide 2 cm., que cuando está de 40 semanas de gestación y el corazón mide 5 cm.; también es diferente si ese agujerito está más situado en la punta del corazón (donde tiene más posibilidades de cerrarse solo) o si se sitúa cerca de la salida de los grandes vasos, donde además de que su cierre espontáneo es menos probable, puede ir asociado a otras alteraciones genéticas que a menudo van acompañadas de alteraciones en otros órganos, como el Síndrome de Down o el Síndrome de DiGeorge.

El diagnóstico prenatal de cardiopatías congénitas, la información que demos y cómo la demos tienen una gran implicación no sólo en la recomendación de derivar a la madre a un hospital que esté preparado para ofrecer al bebé tratamiento inmediato en caso necesario, sino también en la decisión de los padres de continuar o no con el embarazo. Por ello, es una gran responsabilidad hacer un diagnóstico lo más cercano posible a la realidad, e informar de forma congruente en base a los datos obtenidos de casos similares, pero con la humildad de saber que en un pequeño porcentaje de casos la naturaleza a veces nos sorprende. Y en ocasiones para bien.

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