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La mala educación

El Pleno del Congreso vota los Presupuestos.

Días atrás José María Izquierdo, periodista radiofónico en una conocida emisora nacional, se congratulaba de la aprobación de los nuevos presupuestos nacionales. Su regocijo se trasformó en lamento y sorpresa apenas 24 horas después, cuando el principal socio de gobierno Pablo Iglesias junto a los Rufianes y a los Oteguis presentaban una enmienda a sus propios presupuestos, ¡toma ya! Sin salir de su asombro, sin dar crédito a lo que estaba viendo, ante tal desfachatez, solo atinó a formular una pregunta: “¿Dónde se enseña lealtad?.

El pasado 18 de noviembre Ana Oramas, diputada por coalición canaria en Madrid, arremetió contra el gobierno central a causa de la crisis migratoria por la que está atravesando el archipiélago canario. En esos momentos, con la llegada en cayucos de seiscientas nuevas personas, eran ya más de dos mil almas entre mujeres, niños y hombres, las que se hacinaban en el muelle de Arguineguin en Mogan, al suroeste de Gran Canaria. La Señora Oramas aseguraba que la situación era insostenible, la definió como un “polvorín a punto de estallar”. Con gritos de “negros de mierda, largaros a vuestro país”, los brotes xenófobos, racistas e inhumanos cada vez más frecuentes amenazaban con la aparición de una nueva Lesbos, esta vez en territorio español. Ante esta situación, Oramas se fue a Madrid con su discurso bajo el brazo. Un discurso que, con un velo de amenaza, afeó al gobierno su desinterés por las islas afortunadas. En una alocución cada vez más vehemente justificaba que un grupo de terroristas ya desaparecido como era el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia Canario” volviesen a llamar a filas a sus criminales. De modo que cuando estos individuos, los fuera de la ley, amenazaran con volver a matar, conseguían que Pedro Sánchez y su gobierno se dignarían a aterrizar en el archipiélago. Mucho han tardado, pero ya nos consta que son varios los ministros que ya están en el foco del problema intentando ayudar y tratar de hacer frente a la crisis. Escuchando a la Señora Oramas, oyendo sus disparates y su falta de sentido común, soy yo el que se pregunta: ¿Dónde se enseña la paz y la xenofilia? ¿dónde se enseña la sensatez y la caridad?

El otro día Macarena Olona, diputada de Vox, volvió a dar muestras del odio y la fijación destructiva contra el movimiento LGTBI y es que no es la primera vez que así lo manifiesta. Esta vez usando el banco que democráticamente ha obtenido, lanzó un buen puñado de palabras dañinas. Palabras que venían a decir que como la homosexualidad ya no es una enfermedad, el señor presidente del gobierno prohibirá que los homosexuales puedan acudir a un especialista que les ayude a encontrar su identidad. Y atropelladamente finalizaba su argumento al grito de libertad para que los homosexuales pudiesen ir al especialista que consideren y pidiendo a la bancada de enfrente “que dejaran de meterse en las camas de los demás”. Menudo disparate. Obviamente, ante tal despliegue de sinvergonzonería y de la escasez de catadura moral, también podríamos preguntarnos: ¿Dónde se enseña la igualdad y la empatía? ¿Dónde se enseña el amor?

Contestando a José María Izquierdo y a las cuestiones planteadas tengo la certeza de que la respuesta la vamos a encontrar todas en el mismo lugar, en nuestro sistema educativos; en guarderías, en escuelas infantiles, en las escuelas de primaria, en los institutos de secundaria y bachiller y también en las universidades. Pero nuestro modelo educativo, como cada casi seis años, ha vuelto a entrar en “restauración”, no en “renovación”; otra vez a la “restauración”. Con un solo voto a favor, la Ley Celaá, la octava en 40 años, tiene las horas o mejor las candidaturas contadas. Y es que nace ya envuelta en los mismos debates estériles y yermos que año tras año se ponen encima de la mesa de negociaciones, pero que nadie tiene interés alguno por llegar a un acuerdo. Otra vez sin saber qué hacer con la religión, cómo manejar los centros concertados y con cuántos suspensos se puede considerar que se ha superado el curso académico. Pero la nueva ley trae un nuevo invitado, como dicen por ahí “Éramos pocos y parió la abuela”. Ahora cuadramos el círculo añadiendo cuál será la lengua vehicular de la enseñanza docente. Ahora ya es imposible, nunca alcanzarán un pacto de estado ni “a casico hecho” como dirían en Murcia. Ya los partidos de la oposición han desplegado sus velas y preparan discursos populistas y plagados de demagogia que llegan a los corazones y movilizan masas. Sentimientos que en breve aprovecharán para ser ellos los que pongan nombre a la próxima y cercana ley de educación. Sería la novena.

Y así entre pláticas, discursos, debates y enfrentamientos políticos se vuelven a olvidar de lo de siempre, de lo primordial, de lo que verdaderamente importa. Se olvidan del número de alumnos por clases, de la segregación por sexos en las aulas, del fracaso escolar, del abandono que sufren los bachilleratos artísticos y de la formación laboral. Y también, por qué no, de las condiciones precarias de los docentes.

Por cierto, no puedo alejar de mi mente la imagen, hace apenas unos días, de la bancada de la derecha puesta en pie golpeando el mobiliario del Congreso de los Diputados. A voz en grito pedían libertad para la elección del centro educativo de sus hijos. Y al mismo tiempo, defender que no se cierren los centros de educación especial, negando esa misma libertad de elección para padres con criaturas con Necesidades Educativas Específicas. Y lo que es peor, también niegan, que, gracias a la inclusión, la integración y la normalización de estos niños y niñas, la mayoría dependientes, se lleve a cabo en la vida cotidiana de sus pueblos. Libertad, si genera dinero, sí; si cuesta dinero, me lo pienso. Por cierto, la generosidad, la educación y el cumplimiento de las leyes también se enseñan en las escuelas.

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