Caso cuarteles: Zafarrancho de limpieza

Está siendo la propia Guardia Civil, a través de su Servicio de Asuntos Internos, la que está sacando a la luz corruptelas de altos mandos que nada tienen que ver con trabajo de miles de efectivos de este cuerpo. Por eso urge asear, hacerlo a fondo y arbitrar sistemas para que las sospechas no queden en comentarios de patio

Agentes de la Guardia Civil en los actos de un día de su patrona en Alicante.

Agentes de la Guardia Civil en los actos de un día de su patrona en Alicante. / PILAR CORTES

Mercedes Gallego

Mercedes Gallego

 Desde la fuga de Luis Roldán (aquel director general de la Guardia Civil de la etapa del Gobierno de Felipe González que se largó al sudeste asiático llevándose lo que ahora serían más de diez millones de euros que nunca se pudieron recuperar) el Instituto Armado no había vuelto a sufrir un sunami de las dimensiones del que en estos momentos le está vapuleando con los casos Mediador y Cuarteles. 

Dos procesos por corrupción donde, además de empresarios y políticos, figuran como investigados hasta el momento tres altos mandos de la Guardia Civil: el general de división Francisco Espinosa, el teniente general Pedro Vázquez Jarava y el teniente coronel Carlos Alonso. Todos por hechos que, presuntamente, tienen que ver con el amaño de contratos públicos, el cobro de comisiones y sobornos o la percepción de mordidas vinculadas, al igual que ocurrió con Roldán, con la supuesta mejora de los acuartelamientos en los que miles de guardias, más de 81.500 en todo el país y 2.800 de ellos en la provincia de Alicante, trabajaban entonces y lo siguen haciendo ahora sin otro objetivo que cumplir con su deber de servicio público.

Pese a las coincidencias en la operativa y los fines entre lo que ocurrió hace tres décadas y la situación actual, hay una diferencia sustancial que distingue el affaire del exdirector general escapista de los procesos que ahora nos ocupan. Roldán no era del Cuerpo. Estos tres altos mandos, sí. Y eso, de puertas para adentro, duele

Máxime en un colectivo que se vanagloriaba de no contar entre sus filas con un Villarejo o un Pino (Eugenio). Y que lo atribuían, sacando pecho, a su formación militar. La misma que recibieron y con la que a buen seguro iniciarían sus carreras Espinosa, Alonso y Vázquez Jarava antes de que, supuestamente, la ambición en su acepción más rastrera les nublara el sentido del deber y les hiciera olvidar que, como reza el lema de la Benemérita, el honor era su principal divisa. 

Unos principios que la inmensa mayoría de los efectivos, por contra, tienen bien presentes. Ejemplos hay mucho pero buena prueba de ello son los informes elaborados por el Servicio de Asuntos Internos (SAI) de la Guardia Civil en los que con la precisión de un cirujano, y sin escatimar en detalles, se van dibujando a lo largo de folios y folios las tropelías de de sus otrora superiores en un cuerpo tan jerarquizado como es éste. 

No hay que olvidar que, en lo relativo al asunto de los cuarteles, fue un correo anónimo de alguien que, todo apunta a que desde dentro, alertó del supuesto enriquecimiento ilícito del entonces responsable de la Comandancia de Ávila, el teniente coronel Alonso. Y que fue eso lo que llevó al SAI a abrir una investigación cuyas resultados tiene ahora encima de su mesa una magistrada de Madrid.

 La misma que mantiene como investigados a los altos mandos Vázquez Jarava y Alonso, al empresario Ángel Ramón Tejera de León, alias «Mon» y a un trabajador autónomo vecino de la Vega Baja. ¿El motivo? Supuestas irregularidades en la adjudicación de cerca de dos centenares de obras en apenas dos años en acuartelamientos de once comandancias por un importe que supera los 3,3 millones. 

 En Alicante fueron una docena de contratos que le reportaron al adjudicatario unos ingresos cercanos a los 400.000 euros por actuaciones que, a tenor de las declaraciones que obran en el sumario, se ejecutaron sin cumplir de lejos los cánones de calidad o directamente no se hicieron.

Todas ellas al canario Mon y todas también por «recomendación» expresa del teniente general que con el mismo desparpajo que indicaba a los jefes de las comandancias, subordinados suyos a la postre, a quien contratar, descentralizaba el presupuesto para pagar la obra. Aunque nadie la hubiera solicitado.

¿Y todo a cambio de qué? Pues gracias a esta prolija investigación sabemos que por un puñado de prebendas que sonrojan. Más tratándose de uno de los mandos situados en lo más alto del escalafón del Instituto Armado.  

Un par de vuelos a Milán y a Cardiff para ver otras tantas finales de la Champions viajando en uno de ellos con el propio contratista, con quien además compartió, sin sonrojo y junto a sus parejas, un fin de semana en Cádiz a cuenta también del constructor. Un fin de año en Lanzarote al que a Jarava solo le faltó llevarse la mascota para que la familia hubiera estado al completo. Y los  sospechosos cerca de 50.000 euros con los que abonó parte de los 395.000 que le costó su casa de Cádiz. 

Once tomos componen ya un sumario que las pesquisas de la propia Guardia Civil ha ido engordando por mucho que el propio Jarava frustrara en 2017 el primer intento de indagar estos hechos. Y lo que queda por hacer. Porque de lo que no cabe duda es de la necesidad de limpiar a fondo y de arbitrar sistemas para que quien contribuya a ese zafarrancho no le vaya el destino en ello evitando así que las sospechas de irregularidades se queden en meros comentarios de patio. Nadie dice que sea fácil. Máxime cuando de lo que se trata es de asear tu propia casa.