El oso cavernario (20)

La mujer en la ciencia ha sido la víctima invisible de la desigualdad de género

Muchas han esperado inútilmente el Premio Nobel que se le otorgó a sus maridos o mentores ignorando su autoría

Esther en el Jardín Botánico Osborn Labs (Yale), octubre de 1948.

Esther en el Jardín Botánico Osborn Labs (Yale), octubre de 1948. / Sitio web conmemorativo de Esther M. Zimmer Lederberg.

Victoria López Rodas, Alicia Domínguez, Eduardo Costas (*).

La historia de la ciencia está llena de reconocimientos atribuidos a hombres, aunque sus protagonistas reales fueron brillantes mujeres. El caso tal vez más escandaloso es el de Esther Miriam Zimmer Lederberg, que revolucionó la genética, aunque fue su marido el que se llevó el Nobel de Medicina y otras medallas. Muchas más científicas han esperado inútilmente también el Nobel, víctimas del efecto Matilda que todavía perdura en el mundo académico.

Pocas personas en la historia lograron un currículum tan impresionante como el de Johsua Lederberg, Premio Nobel de Medicina, Medalla Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, Medalla Presidencial de la Libertad…

Su ingente contribución a la genética, con tres descubrimientos trascendentales, como la conjugación bacteriana, la transducción por fagos, y el uso de la técnica de réplica en placas para demostrar que las mutaciones ocurren al azar y no en respuesta a un agente selectivo, se estudian en todo el mundo como una parte esencial de la formación de los alumnos universitarios en genética y microbiología.

Carrera brillante

Johsua Lederberg se dedicó también a la exobiología: consiguió que los astronautas que volvían de la Luna hiciesen una larga cuarentena para asegurarse de que no contaminaban la Tierra con algún microbio selenita. Incluso participó en los primeros desarrollos de la inteligencia artificial. Cuesta imaginar una carrera científica más brillante.

Además, tuvo una gran influencia en la política científica: ocupó varios cargos de la mayor relevancia en Estados Unidos, entre los que destacan haber sido miembro del Comité Asesor Científico Presidencial y de la Junta Científica de Defensa de los Estados Unidos. Entre otros cometidos, gestionó desde la epidemia de Ántrax que se produjo en la URSS en 1979, relacionada con programas de guerra biológica, hasta el Síndrome de la Guerra del Golfo.

Muy pocos en la historia de la humanidad han alcanzado la imperecedera talla de gigante intelectual que Johsua Lederberg sin duda logró.

Carrera engañosa

Sin embargo, a raíz de su muerte en 2008, empezó a desvelarse que una parte esencial de sus logros en genética se debieron al extraordinario talento de su primera esposa: Esther Miriam Zimmer Lederberg, fallecida en 2006.

Hoy no hay duda de que fue ella quien tuvo muchas de las ideas por las que Johsua recibió tanto reconocimiento mundial. Tampoco de que ella fue la responsable, en exclusiva, del diseño y el desarrollo experimental de buena parte del trabajo que le dio fama imperecedera a su marido.

Pero Esther, aunque probablemente fue quien más hizo de los dos, nunca ganó el Premio Nobel. Ni tan siquiera recibió en ningún momento el agradecimiento de Joshua en su discurso de aceptación del Nobel. Es más, pasó muchas dificultades cuando se divorció de Joshua.

Discriminación sexista en la ciencia

La historia de Esther Lederberg es una de las historias de discriminación sexista más tristes de la ciencia. 

Durante una buena parte de su carrera trabajó como asistente de investigación. Como era habitual con las mujeres, Esther cobraba tan poco que se comía, por necesidad, las ancas de las ranas que se utilizaban en los experimentos. Su situación mejoró al casarse con Johsua, pero volvió a empeorar cuando se divorciaron.

En su larga carrera en la Universidad de Stanford, nunca estuvo al mismo nivel que sus colegas masculinos: incluso en 1974 la Universidad cambió su contrato de Científico Senior por otro peor, obviando sus contribuciones a la ciencia que la hacían más que acreedora de ganar el Premio Nobel. En aquellos momentos no había muchos colegas que estuviesen a su altura científica y, sin embargo, muchos ocupaban cargos más importantes que ella.

Varios de sus colegas, que callaron mientras Esther sufría esta discriminación, aseguraron tras su muerte que la Universidad de Stanford no la había tratado bien. Para Stanley Falkow, el padre de la patogénesis microbiana molecular, Esther Lederberg “fue el mayor genio experimental y metodológico que existió en un laboratorio”, mientras que el gran genetista de poblaciones Luigi Luca Cavalli-Sforza, manifestó que su colaboración y posterior divorcio de Johsua dificultó enormemente su carrera profesional.

Labor científica

Vale la pena pasar revista a la extraordinaria labor científica de esta científica excepcional. Entre sus muchas contribuciones destacadas, Esther descubrió el bacteriófago lambda, un virus ADN que infecta a la bacteria Escherichia coli, averiguando que no solo seguía el clásico ciclo lítico (entra dentro de la bacteria y se hace con el control de su maquinaria molecular, poniéndola a fabricar rápidamente nuevos virus hasta que, finalmente, la bacteria infectada explota liberando cientos de copias del virus que van a infectar a otras bacterias), sino que además podía presentar una respuesta lisogénica (en este caso el virus integra su genoma en el de la bacteria y ahí puede permanecer durante generaciones dividiéndose pasivamente cuando lo hace el genoma de la bacteria; pero en cualquier momento puede “soltarse” del genoma bacteriano y desatar la respuesta lítica).

El descubrimiento de los virus lisogénicos está de plena actualidad: la secuenciación masiva de genomas indica, por ejemplo, que tenemos de cientos a miles de virus integrados en nuestro ADN y que jugaron un papel clave en nuestra evolución.

Esther también descubrió la transducción especializada, un mecanismo por el cual los virus pueden “transportar” genes entre distintas especies de bacterias. Hoy en día este proceso es una de las bases de la biotecnología.

Joshua Lederberg.

Joshua Lederberg. / Fundación Nobel.

Merecía el Premio Nobel

Otro descubrimiento de esta científica fue el factor F (factor de fertilidad bacteriana), una secuencia de ADN que se encuentra en un plásmido: puede integrarse en el genoma bacteriano y controla el intercambio de genes en la misma especie de bacterias (el equivalente a la reproducción sexual de las bacterias).

Estos procesos también gozan del máximo interés hoy en día, pues mediante ellos las bacterias intercambian genes de resistencia a antibióticos, uno de los temas que más preocupa a la OMS.

Solo por estos 3 descubrimientos ya Esther hubiera merecido el Premio Nobel, pero su contribución no quedó ahí.  También diseñó y llevó a la práctica uno de los experimentos más cruciales de la historia de la biología sobre las mutaciones, proceso cuya explicación tenía dos puntos de vista antagónicos. Veámoslo con un ejemplo.

Bacterias en una botella

Supongamos que tenemos una botella con medio de cultivo en condiciones ambientales adecuadas para que crezca una especie de bacteria. Añadimos una pequeña población inicial de esas bacterias.

Al principio proliferan rápidamente sin problemas y alcanzan un número muy elevado (muchos millones). Entonces le añadimos un antibiótico. Se produce una catástrofe y las bacterias mueren en masa.

Pero unas pocas consiguen resistir el efecto del antibiótico. Vuelven a proliferar y, al cabo del tiempo, consiguen que, de nuevo, haya millones de bacterias en la botella. Y esta vez todas son resistentes al antibiótico.

Si queremos entender cómo, al final, esas bacterias terminan siendo resistentes al antibiótico, resulta crucial saber cómo lo consiguieron.

¿Cómo es posible?

Existen dos hipótesis al respecto.

La primera se llama Hipótesis post-adaptativa: considera que, cuando las bacterias son sometidas al antibiótico mutan específicamente para convertirse en resistentes. Según esta hipótesis, el proceso ocurre como respuesta al tratamiento por antibiótico. Podría decirse que fue inducida por el antibiótico.

La segunda de llama Hipótesis pre-adaptativa: en la población de la botella ya había bacterias resistentes al antibiótico, que habían conseguido su resistencia por una mutación al azar que había ocurrido antes de añadir el antibiótico. Un simple error casual en la replicación del ADN bacteriano da lugar a una nueva mutación que, en principio, no sirve para nada, pero que cuando se añade el antibiótico produce resistencia al mismo.

Polémica científica… y política

Sin duda la hipótesis post-adaptativa nos resulta más “lógica”, pues la hipótesis pre-adaptativa nos indica, por ejemplo, que ya existían bacterias resistentes a la penicilina mucho antes de que Fleming la descubriese. Incluso la hipótesis pre-adaptativa predice que ya hay bacterias resistentes a los nuevos antibióticos que se descubrirán en el futuro.

La defensa de una u otra hipótesis protagonizó una de las mayores polémicas de la historia de la biología. Una polémica que trascendió los límites de la ciencia y en la que, incluso, se implicó personalmente Josef Stalin.

Este dictador, que no sabía nada de ciencia, decidió que, por simple cuestión de lógica, la hipótesis post-adaptativa era la correcta y prohibió que en la URSS se explicase la hipótesis pre-adaptativa, hasta el punto de que muchos de los genetistas que se atrevieron a explicarla terminaron en un Gulag o les costó la vida.

Lo aclaró Esther Lederberg

Pero un experimento de Esther Lederberg demostró que la hipótesis pre-adaptativa era la correcta.

En el laboratorio, las bacterias se siembran dispersándolas con un asa de cultivo en placas de Petri que contienen un Agar nutritivo. Cada bacteria aislada se va dividiendo y termina originando una colonia formada por millones de bacterias (ver figura 1).

Placa de Petri.

Figura 1. Placa de Petri. / Victoria López Rodas.

En 1951 a Esther Lederberg se le ocurrió el modo de obtener réplicas idénticas de las colonias bacterianas de las placas de Petri. Construyó un tampón de terciopelo de la misma medida que la placa Petri. Con ellas pudo replicar, exactamente, estas placas porque la superficie del terciopelo consta de miles de fibras de algodón que, al tocar con la placa original, cogían las bacterias allí donde las había y las descargaban al tocar en Agar de una nueva placa, donde comenzaban a crecer .

Diferentes colonias resistentes en las distintas placas.

Figura 2. Diferentes colonias resistentes en las distintas placas. / Victoria López Rodas.

Si después de replicar las placas y dejar crecer las colonias replicadas añadimos un antibiótico, la aparición de resistentes podría seguir un modelo postadaptativo y cualquier colonia se podría volver resistente, con lo que aparecerían diferentes colonias resistentes en las distintas placas (Figura 2).

En cambio, si siguiese un modelo preadaptativo siempre aparecería la misma colonia resistente en las distintas placas, porque ya lo era desde la colonia original, antes de añadir el antibiótico.

Revuelo mundial

Esther repitió muchas veces el experimento. Pero siempre se encontró que la resistencia aparecía pre-adaptativamente. Las bacterias que sobrevivían a la aplicación del antibiótico ya tenían la resistencia, no la habían adquirido como resultado de la exposición al antibiótico.

El artículo que daba cuenta de un descubrimiento que podía cambiar la historia de la ciencia se publicó en 1952, pero, aunque la idea y la realización experimental habían sido de Esther, Joshua Lederberg figuraba como primer autor, pese a que la buena praxis científica indicaba que lo correcto hubiese sido que ella fuese la primera firmante. Desafortunadamente, la invisibilidad fue la tónica de su vida.

Más ejemplos

Lamentablemente, el caso de Esther no es único en la historia de la ciencia. Hay una larguísima lista de mujeres, particularmente en física, a las que no se les han reconocido sus logros y contribuciones, sino que se les han atribuido a sus asesores o colaboradores, casi siempre hombres con mayor experiencia en la materia.

Desde los griegos hasta nuestros días, mujeres como Pitias de Aso, bióloga y esposa de Aristóteles, cuyos descubrimientos recogió su marido en sus libros; Cecilia Payne, la mujer que descubrió de qué está hecho el universo y que no recibió ni una mención en su vida por ello; o también Henrietta Swan Leavitt, la científica que nos ayudó a medir el universo.

Rosalind Franklin es otro ejemplo destacado: aunque fue la que vio por primera vez la estructura helicoidal del ADN, quienes han pasado a la historia como descubridores fueron Watson y Crick.

El Nobel que nunca llegó

Chien-Shiung Wu, la química que demostró la no conservación de la paridad en las interacciones electromagnéticas, vio también cómo sus descubrimientos le fueron atribuidos a Tsung-Dao Lee y Chen Ning Yang, ganadores del Nobel en 1957.

Vera Rubin, codescubridora con Kent Ford de la materia oscura de las galaxias, murió esperando durante más de cuatro décadas por un Nobel que no llegó. También se quedó esperando Lise Meitner, descubridora de la fisión nuclear y colaboradora de Otto Hahn: fue al que se le concedió el Nobel en solitario, a pesar de que puede ser compartido por hasta 3 personas. O Jocelyn Bell-Burnell, descubridora del primer púlsar y alumna de Martin Ryle y Anthony Hewish, a los que se les concedió el premio Nobel por el descubrimiento de su pupila.

Efecto Matilda

Hay una larguísima lista de científicas que sufrieron el ‘efecto Matilda’ ─llamado así en honor a Matilda Joslyn Gage, una sufragista y abolicionista que lo denuncio públicamente a finales del siglo XIX─ y que consiste en suprimir la contribución de las mujeres en el desarrollo de la ciencia y atribuírselo a sus colegas masculinos.

Mujeres invisibilizadas a las que, poco a poco, se está rescatando del olvido mediante iniciativas para devolverles, mínimamente, algo de lo mucho que aportaron.

Y a pesar de que la historia está poniendo en su lugar a muchas de estas mujeres, aún hay quienes argumentan que no son tan buenas científicas, una afirmación que esconde una profunda discriminación sexista y ampara una secular injusticia con objeto de perpetuar una desigualdad de género que aún padecen las mujeres científicas.

No podemos retroceder en el tiempo para darle a Esther, ni a tantas y tantas científicas injustamente tratadas por la historia, el reconocimiento que se merecen. Lo que sí podemos es dar a conocer su historia para que injusticias como estas no se repitan y que a las mujeres se les reconozca su trabajo sin que tengan que asistir, impotentes, a que sean hombres los que obtengan el rédito de sus descubrimientos.

(*) Victoria López Rodas y Eduardo Costas son Catedráticos de Genética en la Universidad Complutense de Madrid. Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora.

Referencias

 Esther M. Zimmer Lederberg. Memorial Website

Rachelle Dragani. 2020. Forgotten Women in Science: Esther Lederberg. sciencing.com

Ilaria Pisano. 2022. Esther Lederberg – Pioneer in Microbial Genetics. Frontiers.

Qué es el "efecto Matilda" que invisibiliza a las mujeres en la ciencia

Mujeres que cambiaron la historia y no recibieron crédito

Descubrimientos hechos por mujeres que fueron atribuidos a hombres