Dice que lo de héroe le queda muy grande. Que era su obligación, dice. "Sólo saqué del fuego a mis sobrinos. Ya está. Estaban en peligro. No hay más". Pero sí hay más. Porque a Daniel Cutillas se le quemó el jueves la casa. La de su madre. Es el once de la calle Zacapín, en Benferri. Calle de casas bajas. Sólo un contenedor a rebosar de lo que ahora son trastos, indica que la rutina de la calle se rompió el otro día. El contenedor y un inusual ajetreo de vecinas y vecinos que arrastran bolsas de basura y entran y salen de la casa de Rosario. Es lo que tiene la gente de estas calles de estos pueblos. La solidaridad para ellos es ley natural.

Pero hay más todavía, porque aunque Daniel Cutillas lo cuenta con la inevitabilidad de esas cosas que pasan a veces: la tarde del jueves sacaba de su casa ardiendo, la de su madre, a dos de sus sobrinos. Un año tiene Noé. Tres años Kevin. A Jenifer la sacaba su abuela de la cuna. "Estábamos en la cocina y oímos un ruido dentro la casa. Vi las luces del comedor encendidas y conforme me acercaba iba viendo humo más espeso. Vi a la chiquilla, Jenifer, arrinconada en la cuna. La cogí y ya estaba todo rodeado de fuego. Al intentar salir se me enganchó la cortina y es cuando nos quemamos los dos. Mi madre sacó al otro "chiquito" de tres años de la otra cuna, y a Noé lo vimos por el pasillo al pobre. Cuando los sacamos, ya vinieron los vecinos a ayudarnos. A echarnos una mano con el fuego. Aunque ya no había manera de apagarlo". Es lo que tienen las casas de estas calles humildes de estos pueblos. Las humedades se cubren con lo que uno puede, y cualquier chispa prende la desgracia. Esa misma que se ceba con quienes menos tienen. El fuego terminaría consumiendo la casa por dentro. En este caso la desgracia no se convirtió en tragedia, porque a Daniel le pilló allí. El es parco en palabras. Mucho más elocuente, ese contenedor amarillo que se desborda de muebles rotos y objetos fulminados por el fuego. Recuerdos ennegrecidos listos para tirar. Lo peor es con qué llenar la casa ahora, vacía como está de la escasez de antes.

Y no se queja Daniel, que tiene 29 años y dice, porque se le pregunta, que ha trabajado en estructuras. Y que enumera una retahíla de ocupaciones que ha tenido aquí y allá. Y Daniel Cutillas, que rescató el jueves por la tarde a dos sobrinos pequeños de su casa en llamas, la de su madre, sólo se presta a hablar para pedir ayuda en estas circunstancias. Porque su padre ha de afrontar esta situación con un jornal de mil cien euros. Porque son cinco hermanos y cuatro están sin trabajo, incluido él. Porque la casa, esa casa en el 11 de la calle Zacapín, es el hogar familiar donde suelen corretear los más pequeños, a cargo de la abuela Rosario. Y no se queja porque sostiene en brazos a uno de sus sobrinos, que se ve que le adoran. Y porque le abraza.