En el bloque quinto del barrio de Rocasa, en Beniel. Allí vivía el presunto asesino de Carmen Gea desde hace dos meses. Cada día, a primera hora de la mañana, salía al campo a trabajar con otros compatriotas. Después regresaba a su domicilio y compartía comida y rezos a Alá con sus otros tres compañeros de piso.

Thar R.F. nunca había sido agresivo en el humilde piso donde vivía. Sus compañeros aseguran que era un chico normal. "Desde Marruecos se desplazó a Marbella para trabajar en la recolecta de uva", explica uno de sus compañeros de piso. "Aquí aún no tenía amigos y solía pasar el tiempo viendo la televisión", añade el argelino, que señala el habitáculo en el que el presunto asesino pasaba su tiempo. Una cama sin hacer, aún con sus sábanas y mantas puestas. Debajo del catre, una caja donde guardaba trastos. Y en el mueble frente a la cama, decenas de cachivaches: gomina, colonia, y otros productos de aseo, un mechero y un paquete de tabaco rubio, decenas de cedés, una película de la Guerra Civil de Marruecos, una plancha, una taza y la hoja con los horarios del rezo musulmán.

Su ropa todavía está en la habitación. Una chaqueta impermeable y unas botas de piel de calidad son algunas de las prendas que Thar dejó tiradas antes de huir.

Pero no tuvo prisa en dejar la casa. El lunes, siempre presuntamente, apaleó a las tres ancianas en El Raal. Carmen Gea falleció al día siguiente, aunque estaba muerta cerebralmente desde el instante en que Thar le dio el golpe en la cabeza. En unos limoneros del carril de los Cobos dejó amontonadas a la fallecida y a sus dos amigas de paseo, malheridas. "Ese día no había ido a trabajar", cuenta su compañero de piso. Por la tarde lo vio irse con la bicicleta. Luego volvió y se aseó. "Estaba normal", rememora su compatriota. El martes, mientras Carmen continuaba enchufada a una máquina de la Arrixaca, Thar fue a trabajar. Al regresar del campo, escuchó a los vecinos contar que Carmen había muerto. "Al oírlo, parecía otro. Se rapó la cabeza y se acostó pronto", explica. Estaba trazando su plan de huída. El miércoles, cuando la Guardia Civil lo identificó y comenzó a seguirle la pista, él ya había dejado su piso. "Madrugó y se fue sin llevarse nada", dice su amigo. Cuando los agentes llegaron al piso, de él no había ni rastro." Nunca nos hubiéramos imaginado esto de Thar, no dejamos de pensar que si estaba tan loco, podría habernos matado a cualquiera de nosotros", concluyen sus compañeros de piso, que no tienen "ni idea" de dónde puede estar el asesino en estos momentos.