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Inundaciones en la comarca

Bajo las aguas

Esta semana se han cumplido 28 años de la última gran riada y, coincidencia, la lluvia volvió con fuerza el pasado lunes

Bajo las aguas

«Me subí al tejado con un pañuelo blanco para que me rescatara algún helicóptero, pero no llegaba». Mientras Manolo Ballester, vecino de la pedanía de El Saladar de Almoradí, esperaba ansioso a ser rescatado, Valentín García, de Callosa de Segura, colaboraba para montar el albergue de evacuados que se habilitó en el colegio La Paz para acoger a los vecinos que perdieron sus casas. Por otro lado, el entonces concejal José Manuel Medina de Orihuela, buscaba alojamiento para la unidad del Ejército que estaba en camino. El río Segura amenazaba con desbordarse y había que tomar precauciones. Han pasado 28 años de aquella gran riada, pero los tres lo recuerdan como si fuera ayer. El cuatro de noviembre de 1987 comenzó a llover y los días siguientes se convirtieron en una odisea que dejó media comarca bajo el agua.

En Orihuela, el exalcalde José Manuel Medina recuerda que aquel día tenía que haber acudido a la inauguración del polígono Puente Alto. «Llamaron del Gobierno Civil (ahora subdelegación del Gobierno) diciéndonos que nos mandaban una unidad del Ejército. Es cierto que había previsión de lluvias, pero me pareció exagerado. La llamada pretendía que buscáramos alojamiento para los soldados, y lo hicimos detrás de la Estación Intermodal, en una nave. Llamé al secretario del Gobierno Civil y le pregunté si, realmente, hacía falta aquel despliegue. Me dijeron que sí. A las tres de la tarde se hizo de noche».

Medina no salió del Ayuntamiento durante los tres días siguientes junto al resto del equipo de gobierno en lo que terminó por ser un puesto de mando. «En aquella época el teléfono se cogía de la pared. No había lo que hay ahora y Radio Orihuela prestó un servicio esencial porque informaba de todo lo que necesitaban saber los ciudadanos». Atrincherados en el Ayuntamiento las anécdotas para contar son infinitas, algunas vividas con angustia: «Recuedo que tuvimos a una embarazada que se puso de parto en Molins y a familias rescatadas de los tejados de sus casas en San Bartolomé. Estábamos acostumbrados a las inundaciones en Orihuela, en la calle San Pascual, en Loaces, en la calle Mayor, porque eran cíclicas, pero en tres días no paró de llover. Se inundaron hasta Los Andenes».

Tal y como publicó INFORMACIÓN en su edición del 5 de noviembre de 1987, el Ayuntamiento cedió entonces 3.000 sacos terreros para reforzar el cauce del río y facilitó 9.000 ladrillos y 400 sacos de yeso para levantar tabiques junto a viviendas y comercios y evitar que el agua se colara al interior.

Aquellas lluvias obligaron a la administración a encauzar el Segura a su paso por Orihuela.

Torrente en la Rambla

Callosa de Segura fue otro de los municipios que sufrió graves desperfectos por esas lluvias torrenciales. Se trata de una localidad con un núcleo poblacional que nace en las faldas del gran macizo rocoso que la bordea y que cuando se registran precipitaciones canaliza el agua ladera abajo convirtiendo las calles en torrentes, especialmente en la Rambla que baja desde el paraje de la Pilarica. En aquella ocasión la corriente arrastró grandes cantidades de rocas y lodo que se llevaron por delante vehículos y decenas de casas humildes emplazadas junto a la Sierra. Como si fueran de papel fueron arrastradas por los corrimientos de tierras. Decenas de familias lo perdieron todo.

Valentín García Sánchez, que tiene ahora 81 años, desempeñó aquellos días un papel vital para ayudar a las personas que se quedaron huérfanas de hogar. Él era el encargado del comedor del Colegio La Paz, un centro que se habilitó como un albergue de refugiados durante cerca de un mes. «Las lluvias empezaron por la tarde. Estuvo toda la noche lloviendo y al amanecer se pudo ver el gran caos que se había producido en el pueblo, sobre todo en la parte alta. Había casas hundidas, la Rambla quedó totalmente cubierta de piedras y barro. Las clases se suspendieron y la Policía empezó a realojar a los afectados en el colegio».

El albergue improvisado se montó en pocas horas. «Llegaron camiones del ejército con colchonetas que se colocaron por las clases. Alojaron aquí a más de 100 personas y había que darles de comer. Las cocineras del comedor y otros muchos voluntarios se pusieron a preparar la comida y la cena desde el primer día. Muchos vecinos del pueblo donaron alimentos, ropa y zapatos para poder atender a este gente y venían muchos a ayudar, hasta una monja. Mientras, los voluntarios de Protección Civil y la Policía se dedicaban a las tareas de vigilancia». Y también en Callosa, una mujer se puso de parto y tuvo que venir un helicóptero para llevarla al hospital porque los accesos al municipio por carretera estaban cortados y sólo podían acceder vehículos del ejército.

Camas y pupitres

Con el paso de los días el pueblo fue recobrando la normalidad, pero la gente que había perdido su casa siguió durante más de un mes refugiada en el colegio, hasta el punto de que las clases se retomaron y por las mañanas se ponían los pupitres para los alumnos y por las noches se apartaban para colocar de nuevo las colchonetas en las que dormían las familias.

La ayuda llegó igualmente desde la localidad navarra de San Adrián. Los adrianeses recolectaron casi 20 toneladas de alimentos y materiales con destino a Alicante. El agradecimiento de Callosa fue tal que, en 1989, se llevó a cabo el hermanamiento entre ambos municipios y los callosinos obsequiaron a los navarros con un desfile de Moros y Cristianos.

También en Almoradí, sobre todo en la pedanía de El Saladar, se vivieron momentos de angustia, especialmente cuando llegó el agua desbordada del río Segura. Manolo Ballester es uno de los vecinos que, a sus 74 años, revive cada detalle de lo que sucedió durante aquellos días. «El día 4 sobre las 19 horas cayó una tormenta muy grande. Se llenaron las acequias y empezó a crecer el agua. Sobre las 11 de la noche llegaron autobuses del Ayuntamiento para evacuar a los vecinos. Mi hijo y mi hermana se fueron, y luego mi mujer y mi hija se marcharon en un coche de la Policía. Yo me quedé aquí y sobre las cuatro de la mañana vinieron otra vez anunciando que el río estaba a punto de romper y que había que salir. Yo me negué, pero insistieron y al final me fui». Ballester sabía que gran parte de sus pertenencias, el esfuerzo de media vida, se encontraba en su casa, así que a las 6 de la mañana decidió volver. «Cuando entré a mi casa ya habría unos 60 centímetros de agua, pero el agua del río aun no había llegado. Recogí todo lo que pude, poniendo la ropa, algunos pequeños muebles o algunos colchones en alto».

Atrapado en casa

Pero lo peor estaba por llegar. «Cuando abrí la puerta para intentar salir de mi casa ya no pude. El agua del río empezó a llegar y no había forma. Me subí encima del tejado haciendo señales con un pañuelo blanco para que me vieran los helicópteros, pero nada. Me tiré al agua y crucé dos veces la calle, pero el agua venía de poniente y me arrastraba. Al final volví a mi casa. Recuerdo que ya estaba apunto de oscurecer otra vez. Estaba helado de frío y escuché unos gritos que me decían: venimos a por ti». Fue entonces cuando una barca de Cruz Roja lo rescató. Cientos de personas pernoctaron esos días en el Casino y en un colegio.

A los pocos días la Vega dejó de estar bajo el agua. Los destrozos fueron cuantiosos en múltiples municipios.

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