Varias generaciones de oriolanos han recibido las enseñanzas de Rocío Caparrós. Es incontable el número de alumnos a los que ha dado clase en sus 43 años de carrera, desde los 22 hasta los 65. Ahora, con 92, Orihuela le ha rendido un homenaje nombrándola hija adoptiva de la ciudad, en un acto que se celebra este sábado.

Sus padres eran de Linares, al igual que su hermana mayor, Marianela, su ejemplo y compañera de vida, también una profesora muy querida y reconocida en un municipio que tiene una calle a su nombre.

Tuvieron otros hijos que nacieron en Almería y Huelva. A ella le tocó llegar a este mundo en 1929 en Caravaca de la Cruz (Murcia): "Todos eran andaluces menos yo, por eso me pusieron Rocío", recuerda.

Todo ese periplo, explica, fue fruto de la profesión de su padre, que era interventor. La familia se trasladó a Orihuela. "A los dos meses de llegar mi padre murió el mismo día que yo cumplí dos años", rememora. "Mi madre se quedó sin nada y con cinco hijos, cuatro chicas y un chico", prosigue.

Sus abuelos y dos tías se mudaron de Linares para ayudarla: "En mi casa hemos vivido siempre en un ambiente de generosidad, de dar, de ayudar a los demás", algo que ha inculcado como docente.

Incitábamos a las alumnas a estudiar para ser independientes

En esos tiempos las mujeres que estudiaban eran la excepción. Sin embargo, "mi madre, que era muy inteligente, pensó que los estudios eran lo mejor para nosotros", y así llegaron a ser pioneras.

Su tía fue la fue la primera mujer que hizo oposiciones al Ayuntamiento, en 1933, y las aprobó. Trabajó en la corporación hasta que la despidieron después de la guerra. También en el 39 Marianela fue la única de su promoción que acabó el bachiller -"los chicos estaban en el frente", aclara-, justo cuando Rocío hizo el examen de ingreso.

Por entonces solo se podía estudiar en Santo Domingo o en Jesús María, de forma que para enmendar la escasez de recursos económicos la mayor daba clases a los otros cuatro.

Mi hermana y yo fuimos las primeras licenciadas en Orihuela después de la guerra

En la posguerra Marianela fue la primera mujer en Orihuela en tener una licenciatura. Rocío, la segunda tras licenciarse en Químicas. Entretanto, obtuvo el magisterio en el verano del 47, con un plan que se puso en marcha para paliar la falta de maestros tras el conflicto bélico.

Después se sumaron muchas otras: "Incitábamos a las alumnas a estudiar, recalcando que no había que depender de nadie, ni de padres ni maridos, y nos hicieron caso", celebra recordando que en aquella época todas las mujeres, menos las maestras, cuando se casaban tenían que dejar el trabajo. "Ninguna de las dos nos casamos", porque "no pensábamos en otra cosa que en nuestra vocación", subraya.

Rocío empezó a dar clases en los colegios Jesús María y Nuestra Señora del Carmen. También en la Academia Magistral, donde "todos los profesores, menos yo, quizá por ser mujer, pasaron a Santo Domingo".

Mención especial hace de su etapa en el Instituto Laboral, en el que fue una de sus primeras docentes, desde el 60 al 75. "Ha sido el centro donde más he gozado", puesto que "eran alumnos con mucho interés y ganas de superarse, por lo que las clases eran muy fluidas", manifiesta. "Hijos de gente de clase humilde, estudiaban y trabajaban en la huerta, y lograron carreras extraordinarias", añade.

Yo llegaba al aula y los alumnos se ponían de pie

Posteriormente ejerció en el instituto Gabriel Miró hasta que se jubiló en 1994. Todavía entonces infundía respeto: "Algunos compañeros me decían que perdían mucho tiempo para poner orden; sin embargo, yo llegaba al aula y los alumnos se ponían de pie".

Tampoco consintió que le quitaran la tarima. "No para creerte superior, sino porque soy baja", apunta. Siempre dejó claro el lugar de cada uno -"yo vengo a enseñar y vosotros a aprender"-, por lo que no es partidaria de extralimitar la confianza -"aquí no somos colegas"-.

Achaca la pérdida de valores, en parte, al profesorado y a los padres, que "les dan muchos vuelos". "Todos somos iguales ante Dios y ante las leyes, pero no en lo demás", insiste.

Tiene fama de ser "dura", aunque ella prefiera decir "exigente". Tenía "trucos" para que aprendieran. Por ejemplo, el tan temido momento para el alumno de ser llamado a la pizarra con los ejercicios hechos o ser "machacona, repetitiva e insistente".

No obstante, "si bien a lo largo del curso los llevaba firmes, a la hora de corregir daba muchas oportunidades y hacía recuperaciones. Conmigo el que trabajaba aprobaba".

Impartía la asignatura de Matemáticas, pero no solo números: "Les enseñaba a que fueran sinceros y les inculcaba que el trabajo, el esfuerzo y el tesón son claves", sobre todo a "ser buenas personas".

Con todo, siempre ha sentido el cariño de los alumnos y sigue manteniendo contacto con muchos de ellos. Queda una vez al año con tres grupos de antiguos estudiantes. Incluso, en estos días está recibiendo llamadas desde toda la geografía para felicitarla por el reconocimiento.

Todo lo que va en contra de la religión me duele

Echando la vista atrás, ve la mano de Dios para salir de las dificultades en muchas de las situaciones vividas. Delante, una Biblia de gran formato preside el salón. "Soy católica practicante y convencida; todo lo que va en contra de la religión me duele", dice quien también estudió Teología.

A su edad -bien llevada- su única salida diaria es para ir a misa y darse una vuelta por los puentes. Se entretiene leyendo -"siempre tengo una novela entre manos"-, jugando en el ordenador y haciendo sudokus y frivolité, una variedad de encaje que antiguamente solo usaban la realeza y la aristocracia: "Mi casa está llena de pañitos".

El reconocimiento del pueblo oriolano no se lo esperaba. "No me siento importante. Lo único que he hecho ha sido dar clase. Ha sido mi profesión, pero sobre todo mi vocación. He sido la mujer más feliz del mundo trabajando sin descanso", concluye la que llegara a Orihuela a los 22 meses de vida.