Vuelta a España 2023

Evenepoel demuestra en la Vuelta que los campeones siempre responden

El astro belga se escapa con Bardet a 90 kilómetros de la meta, se exhibe en Larrau y gana en solitario donde saca más de ocho minutos a todos los favoritos.

Sergi López-Egea

Cuando uno corre como un campeón desde el día que cambió la camiseta del Anderlecht por un ‘maillot’ ciclista, el balón por una bici, cuando en Bélgica le dicen que es el más grande y lo comparan con Eddy Merckx, perder 27 minutos en el Tourmalet es durísimo. Para no pegar ojo por la noche y casi para que los malos pensamientos le dijeran que hiciera la maleta y se fuera a su casa de Calp.

Remco Evenepoel, 23 años, sacó todo el carácter, pedaleo con rabia. Sabía que ya no ganaría la Vuelta. Es imposible. Pero sí podía triunfar en etapas, escaparse en compañía de Romain Bardet a 90 kilómetros de la meta, y triunfar luego en solitario a más de ocho minutos de los favoritos entre los que se encontraba hasta el viernes.

Fue un día de entrega absoluta hacia el corredor belga. Los enviados especiales de su país ya pensaban en regresar a sus hogares, pero Evenepoel les dijo sobre la carretera y montado en la bici que se quedasen porque iba a triunfar en una etapa tan dura como la del Tourmalet y con el camino marcado por la subida a Larrau, la cumbre que hundió a Miguel Induráin hace 27 años durante el Tour.

El cartel de un niño

Un niño, cuando Evenepoel se encontraba en plena ofensiva, con la carretera plagada de aficionados navarros que siguen recordando cada día y por años que pasen a Induráin, mostraba un cartel. Le pedía que no se rindiese, como se lo solicitan los seguidores de su país que recorren la Vuelta en sus caravanas, que sacan las banderas de Bélgica y la del León de Flandes, el rey de la selva, símbolo de una parte de los belgas y provisto de las garras ciclistas de Evenepoel. Y como le pidió su mujer, ataca porque “los campeones siempre responden”.

“Fue muy difícil asimilar lo que me pasó en el Aubisque”, explicó Evenepoel tras triunfar en Larra-Belagua, en la frontera entre Francia y Navarra, muy cerca de la Pierre de Saint Martin, donde Chris Froome comenzó a ganar el Tour de 2015. No hubo explicación. Ni estaba enfermo, ni había dormido mal y, de repente, en plena subida  se quedó sin fuerzas y se descolgó. Ni siquiera tuvo ocasión el Jumbo de azotarlo. Se apagó como una vela cuando se queda sin cera. Adiós a ganar la Vuelta de nuevo y encima abriendo el debate sobre si era o no un corredor para tres semanas. Dos veces ha corrido el Giro y las dos, una por culpa de las caídas y otra por el covid, ha abandonado, aunque, en medio, hubo el triunfo incuestionable de 2022 en la ronda española.

La ventaja de no ser ya favorito

Jugaba con ventaja. Y eso lo sabía todo el mundo. Descabalgado de la pelea por la victoria, si se escapaba, si se colaba en la fuga, nadie iría a por Evenepoel. Habría sido totalmente distinto si todavía fuera el gran rival del Jumbo. Cualquiera de los tres primeros de la general, o igual los tres (por orden, Sepp Kuss, Primoz Roglic y Jonas Vingegaard) habrían saltado de inmediato y no se hubiese marchado en un grupo, el de la clase media, donde él era la única gran figura, si se excluye a un Bardet que ya hace tiempo que ha dejado de combatir por las clasificaciones generales.

Así que a 90 kilómetros de la meta dijo adiós a los que lo acompañaban en la fuga y sólo Bardet se atrevió a seguirlo hasta que reventó como un globo a 4 kilómetros de la llegada. Era un Bardet al que no se le podía criticar por no dar un relevo y chupar rueda. No fue ni por comodidad, ni por morro. Simplemente es que no podía y prueba de ello es que explotó sin que Evenepoel hiciera nada para eliminarlo.

“Me siento muy orgulloso de mi reacción. Ahora lo que quiero es llegar a Madrid vestido con el jersey de líder de la montaña”. Lo conquistó en Navarra. Puede que no sea la clasificación más importante, pero Remco necesita sentir el contacto diario con el podio, ser protagonista de la Vuelta, ganar dos etapas y, seguramente, volver a intentar una victoria en la tercera semana de competición.

Lloró de emoción al cruzar la línea de llegada. Se abrazó con los auxiliares de su equipo y luego con Bardet, para que se escenificara que no había habido malos rollos entre ellos, entre un belga que, aun siendo flamenco, habla perfectamente francés, y un rival que compartía agua y barras energéticas durante la escapada.

Él ganó y la clasificación general no se alteró porque solo Juan Ayuso, a cinco kilómetros de la cima de Larrau, intentó dos demarrajes para comprobar lo que ya había divisado en el Tourmalet. Si miraba a cualquier lado sólo veía uniformes del Jumbo. Imposible moverse. Mejor dejarlo para otro día, con el Angliru y la Cruz de Linares, en el guion de la Vuelta escrito para la próxima semana.