Mi familia había recibido dos horas antes una de las noticias más felices de los últimos años. Yo era ajeno a todo, llevaba esas dos horas en mi puesto de trabajo, informando junto a mis compañeros de cómo la suerte de la Lotería de Navidad repartía alegrías por la provincia, poniendo negritas, enlaces y escribiendo a contrarreloj las combinaciones ganadoras y los nombres de administraciones y municipios agraciados.

El ritmo de trabajo estaba siendo tan intenso que no había tenido tiempo de mirar el móvil hasta que el anuncio del quinto quinto premio daba una tregua de premios que hasta ese momento caían de forma consecutiva. Aproveché el breve descanso para ir al aseo y de paso, mirar el móvil. Dos llamadas perdidas de mi madre y unas cuantas notificaciones entre las que se leía: "Aitor que nos ha tocado la lotería cariño".

Ha sido suficiente para sentir una especie de shock mareante que todavía me tiene aturdido. Por suerte, en ese instante me he cruzado con mi compañero y buen amigo Carlos, que ha sido el primero en enterarse y también, capaz de decir las palabras que mi timidez y mi incredulidad me impedían vocalizar: "Eh, que le ha tocado el Gordo".

Una noticia que aún no me creo y que me hace recordar las palabras que me dijo ayer mi madre: "Ojalá pudiera estar yo mañana allí contigo". Desde que empecé la universidad, ella siempre ha deseado tanto como yo que pudiera trabajar como periodista. Aún no he tenido tiempo de hablar con ella ni tampoco con mi padre, pero sé que si yo puedo estar aquí trabajando es por ellos. Aún sigo en un shock que me impide ser consciente de todas las emociones que siento, pero lo que sí sé seguro es que la inmensa alegría que siento es por ellos.