­«De vez en cuando busco algo de comida en los contenedores. No me gusta, pero es eso o robar para comer y no me compensa pasar dos años en la cárcel teniendo un crío al que alimentar». Con apenas 23 años, Joel Sánchez sabe lo que es partirse el lomo para sacar adelante a su familia. Cada día, desde las siete de la mañana hasta las once de la noche, este joven recorre con un carrito de supermercado los contenedores de media ciudad recogiendo papel y cartones para venderlos. Así desde hace dos años, cuando se le acabó el paro y no hubo ni subsidios ni familia que le echara un cable.

Ayer se sentía muy identificado con el matrimonio y su hija de 13 años que el sábado murieron en Alcalá de Guadaira por ingerir, presuntamente, alimentos en mal estado. Como él vivían de lo que podían e, incluso, ocupaban el piso del que habían sido desahuciados meses antes. «Ni hay subsidios, ni ayudas, ni nada, ¿qué hace entonces la gente si necesita comer?». Además de con la venta del papel y el cartón «y ocasionalmente algo de chatarra», Joel tira con la comida que de vez en cuando le dan algunos vecinos y con lo que saca de los contenedores. «Procuro que sean barras de pan, latas y cosas cerradas, porque me como la cabeza pensando que nos podemos envenenar como dicen que le ha pasado a esa familia». Tras una mañana empujando su carro por la zona de Babel, ayer logró arañar 9 euros tras vender su mercancía en una empresa de cartonaje. «A 8 céntimos el kilo no saco mucho más por día, ¿crees que con eso se puede alimentar a un chiquillo?».

Unos años más lleva Tomás Bufort dedicándose a esto de la recogida de cartones. Sus 67 años y una larga lista de problemas físicos no le pesan a la hora de cargar y descargar su motocarro lleno de revistas, cajas y papeles. «Tengo que recurrir a esto porque después de una vida dedicado al transporte cobro una pensión no contributiva que apenas supera los 350 euros y no me da para pagar la luz, el agua y comer». De momento, entre unas cosas y otras, «llego con dificultades porque vivo yo solo, pero el día que se me rompa el motocarro, me tendré que poner en la calle a pedir limosna». Aunque de vez en cuando Cáritas le ayuda con algo de comida, también él ha tenido que recurrir a los contenedores para buscar algo de comida, «principalmente fruta». Tomás coincide con Yoel en las escasas ayudas que existen para personas que, como ellos, están en lo más profundo del agujero de la crisis. «Aunque luego la retiraron, a mí me han llegado a poner una multa de 200 euros por "robar" papel de los contenedores, es de locos».

Unos 400 euros mensuales saca con la venta de cartón Juan Antonio Paños, oficial en paro al que se le han acabado todo tipo de ayudas. Un dinero que destina íntegramente a comprar comida para él, su mujer y sus dos hijos, «que aunque son mayores de edad están desempleados como yo». No acude a Cáritas ni a otras entidades benéficas «porque mientras me valga por mí mismo, no quiero recurrir a nadie para salir adelante». Los 800 euros que su mujer gana limpiando casas «son para pagar gastos».

El caso de la familia andaluza le ha estremecido, igual que la escena que contempló hace unas semanas de una joven «bien vestida y con un utilitario rebuscando en el contenedor de un establecimiento de comida rápida para encontrar algo que echarse a la boca».

Con un nombre tan español como el suyo, Mariano es un inmigrante rumano llegado a España en 2002. Trabajó durante años en la construcción (dice que es muy bueno y que tiene muchos conocimientos) sin contrato, pero dice que por culpa de esta crisis no tiene ni trabajo ni recursos. Separado hace ya mucho tiempo y sin hijos, no tiene familia y vive en una casa abandonada junto a otra persona. Se dedica a diario a buscar en la basura de los demás cualquier cosa que se pueda vender o que pueda echarse a la boca. Cartones o chatarra, lo mismo le da. Eso sí cada vez encuentra menos: «Hay mucha gente buscando en los contenedores», explica. Cada vez más. Tiene dos cosas muy claras: No va a robar y no quiere problemas. Lo repite mucho. «No quiero problemas con nadie», lo dice de corazón porque se le llenan los ojos de lágrimas. Accede a contar su historia y a dejarse fotografiar porque no se cree eso que dicen «los hombres de arriba» de que la cosa va a mejor. Muchas veces va al comedor social municipal a comer, pero no puede acceder a las ayudas que el Ayuntamiento reparte para comprar comida, porque no está empadronado. ¿Cómo va a estarlo sin vivienda legal?, se pregunta. No puede presentar un recibo de alquiler ni una factura de la luz, así que no puede demostrar nada, aunque con su bicicleta y un gancho largo para llegar al fondo del contenedor él mismo es la prueba de que algo no va bien y de que los recursos sociales no llegan a todos.

El Ayuntamiento de Elche dispone este año de un presupuesto de 1,9 millones de euros para ayudas para necesidades básicas, vivienda o situaciones extraordinarias. La mayor parte se reparte en forma de vales o de dinero en metálico para canjear en el supermercado. El propio ayuntamiento tiene un comedor social y aporta 20.000 euros al año al de la Comunidad Islámica Al-Taufika y mediante la «Mesa de la solidaridad» coordina el reparto de alimentos a través de Cáritas, Cruz Roja y Adra.