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La cuarta vía

Cambio climático: ¿Qué provincia queremos dejar a nuestros herederos?

La ola de calor que dejó 46 grados el domingo pasado y que se repetirá cada vez con más frecuencia obliga a tomar medidas si no queremos que los extremos meteorológicos nos arruinen

Los temporales se van aagravar en unadesprotegidaprimera línea del mar. | TONY SEVILLA

Entre la creencia y la evidencia, algo pasa en la atmósfera y debe preocuparnos. Desde la necesidad de proteger a los ciudadanos del incremento de las lluvias torrenciales devastadoras para los cascos urbanos hasta, incluso, la interesada apuesta por utilizar la lucha contra el Cambio Climático como imagen de marca de una provincia que hace los deberes y se blinda ante los desastres meteorológicos, pasando por consolidar la costa ante los temporales, aumentar las zonas verdes de la ciudades para amortiguar el calor y garantizar el suministro hídrico son muchas las decisiones políticas que desde ya se han de tomar para afrontar este fenómeno que ha llegado para cambiar nuestras vidas. Estas son solo algunas de las urgencias que en este atípico mes de agosto pronostica el climatólogo y geógrafo alicantino Jorge Olcina, para combatir la que se nos viene encima. El calentamiento global puede traer consecuencias desastrosas para este Mediterráneo donde nos ha tocado vivir. Una provincia, la de Alicante, en el ojo del huracán climático, que empieza a ver multiplicadas sus amenazas en forma sequías e inundaciones.

Como no tenemos un planeta «B» y aunque soy de los que piensa que en los informes del panel de expertos las cifras pueden estar hasta algo sobredimensionadas en un intento de que tomemos conciencia del peligro, está claro que hay que ponerse la pilas, por mucho que sea el primero que no me crea que llegará el día en que el mar se haya tragado Tabarca o inundado la playa de Levante de Benidorm. O eso espero. No va a ocurrir ni en 50 ni en 100 años, pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados.

Y eso que este mismo agosto lo hemos vivido en primera persona en Santa Pola y Guardamar con una súbita bajada de la presión atmosférica por el calor -ese que todos coinciden en que va a aumentar- que provocó una subida repentina de hasta un metro del nivel del mar. Algo pasa, está claro, pero, afortunadamente, hoy tenemos tecnología y medios para buscar soluciones, aunque la principal siga siendo la de siempre, la conciencia y el sentido común. Desde gestos tan sencillos como no tener el grifo abierto durante los tres minutos que empleamos para lavarnos los dientes a apostar por un modelo urbanístico menos depredador del suelo como el vertical de Benidorm, la pequeña Nueva York del Mediterráneo. Con sus pros y sus contras, un ejemplo, guste más o menos y pese a quien le pese.

En el modelo urbanístico compacto se emplea menos suelo y se mejora la eficiencia en la gestión del agua y de la energía, puesto que se producen menos pérdidas en la red. Además, los desplazamientos de los servicios básicos (recogida de basuras) son menores, así como de la movilidad urbana en general, con lo cual las emisiones de CO2 son menores. Por contra, el modelo de ciudad dispersa, por el que apostaron muchos ayuntamientos permitiendo incluso ocupar ramblas, barrancos o parajes naturales y ahora les pasa factura, es más derrochador de suelo, agua y energía.

El calor del que tanto nos quejamos este agosto genera pérdida de confort térmico y efectos sobre la salud humana. Hace unos años una investigación de los profesores David Martín y Jorge Olcina demostró la estrecha relación existente entre el aumento de afecciones cerebrovasculares con ocasión de la llegada de aire sahariano a la provincia de Alicante. Impresiones ratificadas recientemente por un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona, que resalta la afección que los extremos térmicos van a tener en España debido al cambio climático, y en especial la subida de las temperaturas, que provocará muertes en las próximas décadas. Es una consecuencia más de los efectos del calentamiento climático que ya se están manifestando de forma evidente en Alicante desde 2000. Desde que comenzó este siglo, las estadísticas de las muertes por extremos de temperatura han ido cambiando. Muere ya anualmente más gente por calor que por frío en el mundo.

De ahí que la Administración, la misma que día a día nos bombardea con mensajes pidiendo mesura ambiental y hasta astracanadas como el que sustituyamos el «entrecot» por el mijo en nuestra dieta, debe tomar cartas en el asunto con urgencia. La provincia es un buen campo de pruebas. Zonas de sombra y verdes en la ciudades, tanques de almacenamiento de agua, parques inundables -en Playa de San Juan de Alicante tenemos uno de los primeros de España- para retener riadas, diques costeros o, sencillamente, la no renovación de algunas concesiones en la primera línea del mar y, por supuesto, la garantía de abastecimiento de agua, uno de los problemas capitales en la provincia de Alicante, tanto para el abastecimiento urbano como para la agricultura y, de momento, tanto la Generalitat como el Gobierno central, sobre todo este, lo único que hacen es poner palos en las ruedas del carro por esa obsesión de sustituir el agua de los trasvases por la desalada. Un caudal que cuestionan hasta los ecologistas y muchos expertos.

Sostiene y con datos Jorge Olcina que el gran problema del cambio climático en el Mediterráneo es el calentamiento del mar. Yo añadiría también la falta de garantía en el abastecimiento hídrico. El problema es serio y, de momento, nadie se ha preocupado por ponerle una solución real, más allá de que éste, además, sirva para los intereses electorales de unos y otros. Que se lo pregunten al presidente Ximo Puig cuando se pone, a su manera, al frente de la defensa del Tajo-Segura o al presidente de la Diputación, Carlos Mazón, que hoy lidera la batalla judicial contra los recortes.

Lo cierto es que el futuro de la provincia es insostenible si no se garantizan los recursos hídricos y el debate no puede ser ya, tampoco, si desalación o trasvases. Agua desalada, por otro lado, que, aunque se produce en Torrevieja, se va toda al Campo de Cartagena. Allí hay dinero para pagarla y sigue sin poder utilizarse en la provincia porque, pásmense, no hay conexiones con las explotaciones agrícolas de los más de 20.000 agricultores del sur de Alicante. Mientras, el Gobierno (Acuamed) sigue con sus planes para ampliar la capacidad de producción en Torrevieja hasta los 180 hm3 pero sin resolver lo básico, su distribución en Alicante, por lo que si nadie lo impide el caudal será para la rica huerta murciana. El cerco al trasvase del Tajo se estrecha tanto en Madrid como en Toledo y continúa el bloqueo del Júcar-Vinalopó tras haberse invertido más de 400 millones de euros de dinero público.

La provincia tampoco ha hecho nada por trabajar en soluciones en el propio territorio como sería el aprovechamiento de las aguas residuales que se van al mar hoy y que con una depuración mínima podrían utilizarse sin problemas en la agricultura asegurando un caudal de calidad complementario. Por supuesto, no para el consumo humano. Un asunto cuyas competencias son del Consell, que nunca ha hecho los deberes en este tema siendo el PP el primer culpable durante sus años de gobierno. Ahora exige soluciones al equipo de Puig, quien, por otro lado, en su quinto año ya de mandato ha seguido la misma línea. Lo que sí parece ya claro es que reclamar trasvases del Ebro y del Tajo Medio, aunque técnicamente sean posibles, parece ya un brindis al sol dado viendo por dónde va la política estatal y europea. No se hicieron en su momento y no se harán jamás.

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