Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los últimos "ravaleros" de Alicante

El Raval Roig conserva aún señas de identidad propias derivadas de su pasado como barrio de pescadores pese a la profunda transformación que ha sufrido en las últimas décadas. Algunos de sus residentes más antiguos se mantienen fieles a sus costumbres y la lengua valenciana, y recuerdan cómo era allí la vida hasta hace medio siglo

Panorámica del Raval Roig desde la playa del Cocó J.G.Soler

Disperso por la estribación oriental del Benacantil, el popular distrito del Raval Roig de Alicante se asoma a la playas de el Postiguet y el Cocó, albirando el Mare Nostrum y escudriñando su horizonte añorando un pasado marinero que todavía perdura en la memoria de sus moradores más longevos. Son los últimos "ravaleros", que siguen fieles a sus costumbres y lengua valenciana.

Surgido al amparo de la emblemática montaña, a extramuros de la Laqant musulmana medieval, el nuevo asentamiento datado en el siglo XIII se diseminaba a lo largo del camino que conducía de la Vila Vella al Barranc del Bon Hivern (la Goteta), siendo concebido primigeniamente como judería. Tras su exilio forzoso en 1492, cobijó a mudéjares y conversos hasta la expulsión de los moriscos en 1609. A partir de esta data pasa a convertirse en un barrio de pescadores y así perdura hasta mediados del pasado siglo en que se extingue la actividad pesquera. Dado su privilegiado enclave, el singular y modesto espacio urbano es presa de la especulación inmobiliaria y rápidamente pierde su condición, engullido por edificaciones mastodónticas ocupadas por residentes ajenos al territorio.

Uno de los últimos pescadores remendando el arte J.G. Soler

No obstante, entre tanta mutación, tan sólo basta hurgar someramente para que emerjan ufanos y orgullosos reductos y moradores originales de aquel Raval Roig ‘romántico’. "Ya quedan pocos vecinos nativos, pues a partir de los años setenta se asentaron en otros barrios o localidades debido a que el oficio de pescador había desaparecido; las viviendas no disponían de comodidades; el encarecimiento del precio del suelo y las nuevas ofertas de trabajo", asegura Alejandro Pastor Molina (1952), el Bambi (por su padre el bambero, reputado pavimentador -el otro oficio mayoritario del arrabal-). "Y es que en aquella época éramos todos una familia y a las personas se las conocía más por los apodos que por sus apellidos. Si preguntas a los de aquí o en los establecimientos tradicionales, que todavía quedan, por Juan Riera Ferrándiz (1935), nadie sabe quién es, pero si apelas por ‘el Litri’, lo conocemos todos", en referencia a uno de los decanos del lugar, éste sí, proveniente del mundo de la mar.

Pescadores

"En los años cuarenta y cincuenta había mucha gente embarcada en pesqueros de El Campello, La Vila o Santa Pola que iban a faenar a Canarias y Mauritania", recuerda Juan ‘el Litri’, "en viajes que duraban cinco o seis meses, e incluso más, como fue el caso de mi padre, pero no el mío y de otros compañeros que optamos por la pesca en la bahía de Alicante, pues en la ‘mar Gran’ (el océano Atlántico) las condiciones de trabajo y la forma de vida eran muy duras. De ese modo estábamos diariamente en casa y podíamos compaginar esta actividad con la labor de carga y descarga en las ‘collas’ del puerto alicantino, los ‘portuarios’, que llamaban. Fíjate si llegamos a ser numerosos que hasta se edificaron unos bloques de pisos, en la Sangueta, así llamada porque allí se ubicaba el matadero municipal, frente a la estación del tren de la Marina". 

Calles nonacentistas restauradas J.G. Soler

Aunque ambas ocupaciones tiempo ha que se desvanecieron, inmerso en labores de remiendo de redes encontramos en un local de la calle Virgen del Socorro, al último superviviente de la tradicional profesión del Raval. Se trata de Rafael Torres Aznar, ‘pallero’ (sus bisabuelos regentaban una tienda de paja -‘palla’- en la Goteta), nacido en 1964, en pleno desarrollismo, su innata pasión por la mar le viene legada y tras sacarse los títulos de patrón de pesca, mecánico naval y radiotelegrafista, se gana la vida con suficiencia, a bordo de su embarcación ‘Els Palleros’, para mantener vivo el apodo familiar. Con base en el puerto capitalino, cotidianamente surca la bahía de Alicante, calando los ‘tresmallos’ en las ‘señas’ transmitidas oralmente por sus antepasados y el producto obtenido es subastado diariamente en la lonja.  

Al inquirir por la denominación de Raval Roig, no obstante ser el de menor edad, es el único que aduce conocer, que es debido al color rojizo que adquirían las encaladas fachadas de las casas de pescadores, al reflejarse en ellas los rayos púrpura del sol al amanecer. 

Tanto aquellos como Pepe ‘el quinto’, José Quinto Isidro (1933) y el ‘adoptado’ Monserrate Torregrossa Yagües, ‘el Platanero’ (Orihuela, 1935), ambos albañiles, aseveran que, en su juventud, los ‘ravaleros’ se consideraban más un pueblo que una barriada de Alicante, "pues teníamos una peculiaridad que nos diferenciaba de los de la capital y era que aquí la gente seguía hablando en valenciano hasta bien entrado los años sesenta, cuando muchos fueron abandonando el barrio y lo ocuparon personas de fuera. Aun así, hoy en día, entre los más mayores o si entras en alguno de los pocos establecimientos regentados por ‘nativos’, todavía continuamos expresándonos y conversando en lengua vernácula". Circunstancia queda confirmada por el propietario de la ‘carnicería Giner’, de procedencia campellera. Vicente Giner Gomis es la quinta generación que regenta este popular establecimiento, también en Virgen del Socorro, cuya apertura data de 1864, según certifica el padrón de vecinos de la ciudad de Alicante, de enero de 1886, del que luce, bien ufano, una copia enmarcada.

Las bóvedas y algunos de los últimos "ravaleros" J.G. Soler

Para sus habitantes, la fortaleza alicantina se convertía en feudo particular, pues transitaban sendas y atajos que sólo la gente del barrio conocía; casi tanto como la playa, donde permanecían varadas las postreras embarcaciones de pesca y se instalaron los primeros chiringuitos para los veraneantes, en la playa del Cocó. "Allí jugábamos al futbol y se realizaba la carrera (suelta) de patos en la mar, a la que nos arrojábamos los jóvenes persiguiendo a los palmípedos hasta cazarlos; y la cucaña, una prueba que tenía el premio al final de un palo untado con grasa de cerdo y los más decididos se lanzaban a conseguirlo, generalmente con poco éxito, deslizándose por el madero para acabar cayendo al agua", recuerda Alejandro ‘el Bambi’. 

"En aquella época, sin tecnología ninguna, añoran estos mayores, la chiquillada recorríamos la falda del monte y las callejas del Raval, entreteniéndonos con los juegos tradicionales del 'guà' (bolas), 'dao', escondite, o el churro ('cavall fort'), todos ellos desarrollados al aire libre. También eran populares los concursos de palomos deportivos y 'l’envisc', que consistía cazar pájaros untando con cola de pegar ramas de plantas que colocábamos alrededor de ‘el pouet’, una balsa que recoge aguas pluviales del Benacantil. No obstante, lo que más privaba era el futbol en la playa del Cocó, justo enfrente de la estimada SRC Marina, toda una institución en el deporte de base alicantino de los años sesenta y todavía activa como sociedad recreativo-cultural".

Contiguas a la plaza del Topete, donde se reúnen matinalmente, se encuentran las llamadas ‘bovedas’, unos soportales arcados cuyas cavidades fueron viviendas o almacenes y que desatan la imaginación de propios y extraños. «Las personas mayores, al rescoldo de las chimeneas de leña de las casas, nos contaban a los infantes, que la fortaleza del castillo se comunicaba con el Raval, por medio de pasadizos ocultos excavados por los moros, para poder salvar los tesoros y huir por la mar en caso de peligro". Y, aunque estos vecinos no han podido constatar personalmente la veracidad de la leyenda, Monserrate ‘el Platanero’ asegura que "mi suegro, José Andrés, el Roig, que habitaba en una de estas oquedades, me contó muchas veces que él sí había recorrido ese túnel hasta arriba del monte, pero tapió la boca de acceso para convertir la cueva en vivienda". Las bóvedas también se usaron como refugio durante la Guerra Civil, cuando los aviones fascistas bombardeaban los depósitos de combustible de la Serra Grossa y la estación del ferrocarril cercana.

Oasis en plena vorágine urbanística en el Raval Roig J.G.Soler

Otra de las singularidades del barrio es su manifestación previa a la Semana Santa, en particular cuando los costaleros de la Cofradía portan en volandas por sus intrincadas callejas y pasean en barca de pesca por el Postiguet la venerada imagen de ‘el Morenet’, «peculiar talla de un Cristo crucificado, datada en el siglo XVI y que fue hallada varada en la playa, consecuencia de un naufragio, según cuenta la tradición", explica Felete Torres, el Pallero, a la sazón capataz mayor de la congregación que adquiere su nombre del color obscuro de la escultura.

"Y después de esos días de Cuaresma, disfrutábamos de la Pascua, continua Alejandro Pastor, los grupos de jóvenes y no tanto, nos subíamos a comernos la mona al genuino paraje de ‘el Piconet’, en la vertiente septentrional del castillo, previa paseo por el ‘Camí de la Bomba’, así denominado por hallarse un artefacto de cuando la Guerra".

La otra gran celebración son, obviamente, las fiestas patronales en honor a la Virgen del Socorro y a la Virgen de Lluch, que "se celebran a primeros de septiembre y son las festividades más antiguas de la ciudad de Alicante", se apresuran orgullosos a puntualizar. Evento que congrega a gente del barrio que vive en otras zonas u otras localidades y retornan a sus orígenes por estas fechas. "Continúan las tradiciones pero de manera más sofisticada y quizás menos sentida. Antes los ravaleros estábamos todo el año esperando esas fechas para vivir con intensidad los pocos momentos de diversión que nos daba una vida más dura y con más privaciones. Nos dedicábamos en cuerpo y alma a participar y disfrutar de la procesión, con las imágenes de las vírgenes portadas por marinos y escoltada por una escuadra de militares de la Comandancia de Marina, que le daba relevancia al acto". También recuerdan con añoranza las verbenas y las partidas de pelota valenciana, que se jugaban en la calle Madrid.

Antes de iniciarse los días festivos, el vecindario se encarga de decorar las calles con obras artísticas muy trabajadas con motivos marineros y se cuenta con la popular ‘poalà’, peculiar batalla callejera de agua, en que los vecinos, equipados con cubos ('poals') se dedican a arrojarse el líquido elemento entre ellos, con refuerzos sorpresa desde los balcones de las casas.

Si el visitante se aleja del itinerario turístico y se introduce en sus callejas, todavía encuentra oasis de tranquilidad nonacentista de aquel Raval Roig de antaño.

Compartir el artículo

stats