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Retratos urbanos

El alma del Barrio Obrero

Salvador Javaloyes González abrió el restaurante Casa Salvi el 8 de mayo de 1996

El alma del Barrio ObreroINFORMACIÓN

Nació y creció en el Barrio Obrero de Alicante. Salvador Javaloyes González (Salvi para todos) tiene siete hermanos, tres hijas y un hijo. Su padre, Francisco, era originario de Relleu; a su madre, Francisca, la fueron a parir en un pueblecito de La Mancha, Hoya-Gonzalo. El matrimonio se instaló en el Barrio Obrero, en un núcleo formado por cuarenta casas, que se empezó a construir en 1914, en unos momentos en los que Alicante iniciaba un amplio proceso de transformación urbana al ritmo del tranvía. Estas viviendas respondían a una iniciativa del Círculo Obrero de Acción Católica y se articularon entorno a un eje central: la calle María Auxiliadora, que discurre en paralelo al Camino de la Cruz de Piedra y al Camino de las Cigarreras. La construcción fue factible aprovechando la primera Ley de Casas Baratas, promulgada en 1911, destinadas a familias humildes.

Aquellas casas baratas poco han modificado su estructura exterior y pese a la presión urbanística que ejercen las nuevas urbanizaciones y los grandes viarios que se han construido a su alrededor en los barrios del Garbinet, El Pla y Vistahermosa, mantienen inalterable la fisonomía del entorno, al que sus propios vecinos consideran un pueblecito: un oasis de tranquilidad. 

En el Barrio Obrero no hay establecimientos comerciales, por lo que los residentes, en su gran mayoría de avanzada edad, tienen que desplazarse hasta las galerías de alimentación del Pla o a grandes superficies para abastecerse.  Pero hay paz. Solo hay dos bares: Casa Salvi, que abrió el 8 de mayo de 1996, el día que su fundador cumplía 30 años, y el otro en el Centro de Convivencia Barrio Obrero, ambos en la calle María Auxiliadora.

El restaurante de Salvador Javaloyes (57 años) es un lugar de peregrinación de muchos alicantinos que acuden para almorzar o comer un buen plato de cuchara, arroces especialmente. Ofrece menú. Salvi está convencido de que los almuerzos mantienen el negocio: las comidas han bajado mucho. La última ola del Covid cerca estuvo de acabar con el tenderete y con su vida: estuvo hospitalizado varias semanas a consecuencia de una neumonía bilateral.

Sus inicios en la hostelería fueron de chiquillo ayudando a su padre, que abrió el bar del Centro de Convivencia, llamado La Cultural. Además, el progenitor se ganaba el jornal elaborando moldes de zapatos. La madre trabajaba en una empresa de limpieza de colegios, pero, según argumentan testigos de la época, era una gran cocinera.

Francisco, el padre de Salvi, fue a parar al territorio de les Fogueres de Sant Joan para alimentar y dar de beber a festers e invitados en al menos tres barracas: «Primer Gol» y «Calvo Sotelo» o la de «Benito Pérez Galdós». Francisca siempre estuvo al frente de los fogones, de la intendencia y de la orquestilla de la cocina.

Desde 1972, el Barrio Obrero tuvo un vecino particular, singular: Rosendo Naseiro Díaz (Villalba, Galicia, 1935), empresario, político y coleccionista de arte ya fallecido; el protagonista del «caso Naseiro»,  un episodio de corrupción del Partido Popular (PP) que se descubrió poco después de la llegada de José María Aznar a la presidencia del partido en 1989. Un juez instructor de València (Luis Manglano) dictó un auto de procesamiento contra varios miembros del PP, entre los que se encontraba su tesorero, Rosendo Naseiro, y Ángel Sanchis Perales, diputado por Valencia y antiguo tesorero del PP.

La madre de Salvi fue requerida por Naseiro como cocinera en diversas ocasiones para atender a sus invitados, en algunas ocasiones el anfitrión compartió mesa y mantel con Manuel Fraga Iribarne y otros dirigentes políticos. Todo normal: buena comida o buena cena en casa.

Con la familia armada, nuestro personaje se dedicó a la hostelería: «El Patio de los Sevillanos», en Playa de San Juan, o regentando un barecito en el Club del Mar, con más penas que gloria. Harto, muy harto, se metió de comercial en una empresa de perfiles de aluminio ubicada en Rabasa. Pero en uno de los viajes sufrió un grave accidente: Salvi se rompió las dos piernas y algo más. Tras una semana en la Unidad de Cuidados Intensivos y varios meses de recuperación, volvió a pisar la calle. Se salvó de milagro, como de la mili: por exceso de cupo.

Salvi siempre tuvo pasión por el balompié: jugó de defensa central en el club de fútbol que dirigía Paco, un panadero del barrio. Pronto entendió que para eso no valía. Pero no pudo elegir peor: se metió de árbitro, entre las fascinantes historias de la Iliada y la Odisea pegadas al balón.

Ahí estuvo Salvi de árbitro o de línea. Valiente para demasiados insultos, para muchas piedras y botellas que impactaban en el cogote. Siempre en categoría regional, en su última actuación en un partido de fútbol, ejerció de línea en una jornada doble: por la mañana salió escoltado junto a sus dos compañeros por la Guardia Civil en El Campello; por la tarde la historia se repitió en el campo La Morera, en Cocentaina, pero con más coscorrones y zarandeos.

Pasión por el fútbol. Acabado su periplo como colegiado, Salvi se las ingenió para integrarse en la estructura deportiva del fútbol base del Hércules: fue delegado, masajista, ayudante de entrenador o, incluso, entrenador de equipos de benjamines, promesas, cadetes…. Todo por el fútbol!

Volvió a empezar, que no es fácil. Fresco, alegre y algo cojo, abrió Casa Salvi: un restaurante de comida mediterránea situado en el mismo espacio en el que creció. Tenía treinta años y nuevas ilusiones. Buenos almuerzos, excelentes comidas: en la noches toca dormir.

En 2007 el equipo de Casa Salvi ganó la Copa de San Pedro, un trofeo de ámbito provincial destinado a corazones hambrientos de balón en las tardes de estío.

Por su casa han desfilado políticos, futbolistas, artistas, médicos de hospitales cercanos o lejanos, periodistas y personas ajenas al poder o a sus atracciones.

Ahí sigue Salvi, ya sin silbato, con su hermana Úrsula, al frente de la cocina, y el cuñado, Rafa, que custodia la barra y las llegadas y salidas de clientes y proveedores. Las paredes del local están llenas de fotografías de jugadores de fútbol, la pasión del propietario. La clientela llega feliz.

Salvi está más alejado del fútbol; reparte y sonrisas paz a comensales y vecinos. Pero, sobre todo, mucho amor a su cuadrilla de empleados, que es magnífica.

Es el jefe, aunque no lo crea. Es el alma de la barriada.

¿Qué sería del Barrio Obrero sin Salvi?

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