Retratos urbanos

¡¡¡Y fue actor!!!

Juli Cantó lleva más de cuarenta años sobre el escenario y en los platós; su voz es capaz de arrancar al público sonrisas y lágrimas en cualquier acto

Juli Cantó posa a las puertas del bar «Soc Alcoià», en su pueblo.

Juli Cantó posa a las puertas del bar «Soc Alcoià», en su pueblo. / INFORMACIÓN

Pepe Soto

Todo es posible. Este hombre pisó por vez primera un escenario en un fin de curso de bachilleres, a principios de los años setenta del siglo pasado. Ahí empezó, entre bastidores y temores. Pero abrió el telón que le distanciaba del espectador. Y se atrevió a mirar de frente al público. Trabajó de marmolista. Dejó la lija y el escarpe y se marchó a Barcelona para aprender interpretación y formas de transmitir a las personas cosas con gestos y movimientos del cuerpo. Siempre tuvo vocación por la escena, por el teatro, y posee una voz capaz de despertar sonrisas, lágrimas y aplausos. Y llegó a ser actor: en grandes y en pequeños escenarios, en el cine, en series de televisión, en el doblaje y en cualquier sitio durante más de 40 años. La ilusión y el esfuerzo casi siempre tienen recompensa.

Juli Cantó Reig (Alcoy, 1958) nació en un pisito de la calle Caramanchel. Sus padres, Julio, tejedor de oficio, y Josefa, pronto se mudaron a Batoi, un barrio obrero de humildes casas bajas apareadas. Tiene un hermano algo menor, Javier, experto en ajedrez y cartero jubilado. Ahí crecieron los Cantó. Juli estudió en el colegio San Roque y San Sebastián, dependiente de la parroquia que dirigía Cirilo Tormo, sacerdote, vicario y arcipreste de la ciudad, impulsor de proyectos sociales de cierta envergadura, como el Preventorio La Asunción, situado a las puertas del Parque Natural se la Sierra de Mariola. En esa escuela coincidimos a los diez años. Ocupábamos los últimos pupitres de la clase durante cuatro largos años, siempre situados al fondo a la izquierda. La geografía humana de las aulas se conformaba en función de las notas. Estábamos a la cola, claro. Pero creo que éramos felices, especialmente en los ratos de recreo y de experiencias dando patadas al balón en el campo de El Barranquet. Juli ya tenía vocación teatral. Dinamismo, talento, sensibilidad y un enorme vozarrón, pese a su eterna adolescencia. En el recinto del colegio destinado a proyecciones de cine y espectáculos de fines de curso, tuvo su primera aparición en la escena interpretando a un militar borrachín en la obra «En el Camino Real» del cuentista, dramaturgo y médico ruso, Antón Chéjov. Salió airoso y alegre en su primera cita ante ella concurrencia: aplausos de colegiales y maestros en un acto sin regidor. Por sus venas penetró sutilmente el veneno y el amor por la interpretación. Fue un excelente compañero y amigo, aunque extremadamente sensible. Y algo cabezota.

Acabó de bachiller como pudo. Primer trabajo: aprendiz en una fábrica dedicada a la construcción de lápidas funerarias, con epitafios incluidos, decorados con figuras de ángeles y demonios que Juli retocaba plácidamente, sin prisas, ocho horas al día. El mármol no es buen aliado de los artistas: es una piedra fría relacionada con la muerte. Siempre inquieto, deseó soñar: dedicarse a su vocación, subirse al estrado y contar sus cosas o las de otros autores al público. Talento jamás le faltó. Ni ilusión. En esa marmolería de los hermanos Ferrer adquirió destreza con la escultura, entre barros de arcilla. Ahora trabaja con la piedra; mazo y escarpe en mano esculpe rostros llenos de expresividad, de pasión, en una vieja fábrica abandonada por amos y obreros. Entre papeles y rocas, Juli se siente feliz, incluso las pedradas que la vida otorga. Es un animal del arte: sabe transmitir sentimientos.

Junto a Joan Gadea, Rosa Mira, Ramón Climent Vaello y la gran Ángeles Sanz, que estará en el mejor cielo posible, entre otros, fundaron un grupo teatral: «Nova Talia», que acabó fusionado con «La Cazuela», que entonces dirigía Adolfo Mataix, pero como taller de teatro, siempre libre y a su aire. Y dio el salto. Dejó el taller de losas mortuorias y se marchó a Barcelona en tren para aprender la profesión de los teatreros. Tenía dos docenas de otoños y en su corazón portaba un armario cargado de sueños. Contactó con Ovidi Montllor, su paisano cantautor. Se lió con la farándula. Un rato estuvo en la compañía «Els Comediants». Se alistó en la escuela «El Timbal» para aprender técnicas de interpretación y mímica. Su estancia en Barcelona fue fructífera. Compartió piso con dos alcoyanos: el fotógrafo Enrique Pérez Jordá y el diseñador Alfons Barberà.

De vuelta a Alcoy, su pueblo. A la escena. Ha participado en decenas de películas, documentales y cortometrajes, en al menos veinte obras de teatro, en 25 series de televisión y, por su facultades de dicción, se adentró en el doblaje, casi siempre en valenciano. Uno de los trabajos del que más satisfecho se siente es el monólogo «Possiqueteveré», creado representado y dirigido por Juli Cantó en 1987, que cuenta las vivencias, ilusiones y frustraciones de un tejedor alcoyano, aunque se trata de un trabajo de dimensión universal sobre la labor del obrero. Los espectadores reían y lloraban al mismo tiempo: la esencia que destila un actor vocacional y honrado.

En la pantalla. El cine ha sido poco generoso con él, pese a su participación en más de quince películas y en varios cortometrajes. Empezó en el equipo de ambientación de la película «Héctor», también como figurante, dirigida por su amigo Carlos Pérez Ferré, que se rodó en Els Plans, cerca de casa, en el frío del invierno de 1983. Y entró en acción. También ha trabajado con directores como Ramón Barea, Sigfrid Monleón, Gerardo Gormezano, Marí Zahonero, Jaume Bayarri, Rodrigo Cortés, Tino Hinojosa, Pau Durá y con Bigas Luna, en Son de mar.

En la televisión. Juli Cantó ha hecho diversos papeles en series: de médico psiquiatra, de camillero, de camarero, de correveidile, incluso de todo lo que precisara el guión. Es versátil y amable en la interpretación. Se dejó el pellejo en muchos capítulos de producciones como «El secreto de Puente Viejo», en «El Comisario», en «Hospital Central», como psicólogo, en «Cuéntame como pasó», en «Policías», en «L’Alqueria Blanca» y en muchas más, como «Arroz y Tartana», dirigida por José Antonio Escrivá.

Apasionado por el teatro. Juli lleva muchas funciones en sus lomos; también en su garganta. Le encanta contar cosas mirando al público, cara a cara, pero con algo de intimidad. De teatro en teatro. De feria en feria. Sin prisas. Muchas actuaciones entre aplausos y aburridos silencios, como su participación en la obra «La gaviota», que dirigió Eduardo Vasco. Mucha escena y suficientes nueces. Su fonética y el oficio de actor le llevaron al doblaje de películas y series de televisión, casi siempre en la lengua que usamos algunos valencianos. Ha puesto su voz a actores como Robert de Niro y Richard Gere, entre muchos otros. Incluso a Orson Welles.

Casado con una magnífica actriz, Rossana Espinós, tiene un hijo, Paris, que ha preferido cambiar la tradición familiar de teatreros. Almorzamos plácidamente en nuestro pueblo, en el bar «Soc Alcoià», un pequeño paraíso gastronómico que regenta Fede Escoda, muy cerca de nuestros recuerdos y de estancias muertas.

Anda liado en su último montaje, en una historia al revés: «Peter cap a Pa i Pa cap a Peter», teatro musical, posiblemente el más ingenioso de su trayectoria. Este hombre ha sido capaz, con tenacidad y vocación, de trabajar en lo que más le gusta, de teatrero.

Y ahí sigue. Sobre la tarima, para dar otra dimensión a nuestras vidas.