Importante de Septiembre

JAVIER GARCÍA-SOLERA. Arquitecto. «Siempre hemos procurado hacer una arquitectura con esmero y para los demás»

Al servicio de la sociedad. La vida de Javier García-Solera está íntimamente ligada a la arquitectura desde que de pequeño subía al despacho de su padre, Juan Antonio, que también fue «Importante», a verle dibujar. Una profesión atractiva para un niño que despertó su interés por ella y que ha dado lugar a una carrera con más de 35 obras, en su mayoría de carácter público, como varias estaciones del TRAM y el paseo del Puerto de Alicante.

El presidente de Prensa Ibérica, Javier Moll, y el arquitecto Javier García-Solera.

El presidente de Prensa Ibérica, Javier Moll, y el arquitecto Javier García-Solera.

J. Hernández

J. Hernández

«Quizá la obra más pequeña que he hecho, el Noray (una cafetería mirador sobre el mar en pleno Puerto de Alicante), es la que más satisfacción me ha dado durante muchos años porque yo pasaba por allí y la veía los domingos llena de gente, viviéndola. Las obras cuanto más público es el carácter que tienen, más satisfacción te dan». El arquitecto Javier García-Solera tiene una profunda visión de la arquitectura como servicio a la sociedad y una vocación de creatividad compartida, pensada y hecha para los demás.

Por este motivo, entre sus obras más queridas están también las estaciones que ha hecho para el TRAM (Mercado y Luceros), donde en principio, señala, al arquitecto ni se le espera porque es un tema de ingeniería. «Nosotros las hicimos con mucha dedicación, con mucha atención, con mucho cariño por cada elemento que tocábamos, con la fuerza suficiente para resistir un uso potente, intenso, como es el que tienen las estaciones. Ver que pasan los años, que han resistido, que están bien organizadas, que la gente se mueve por allí en cantidades importantes y funcionan bien, me satisface mucho».

Javier García-Solera conoce muy bien Alicante y sus posibilidades pues la arquitectura no solo trabaja con los materiales, con las maderas, con los aceros, con el hormigón. También con materiales intangibles como el clima o la luz. «Uno de los modos de definir la arquitectura podría ser el camino de atraer la luz hacia el interior. Esta luz que tenemos aquí, hermosa, es una gran virtud para ello. También lo es el clima porque permite hacer unas propuestas arquitectónicas que no serían iguales en lugares que son más fríos, que son más cerrados, o que propician menos el uso de la calle. Más allá de eso, luego, es la calidad del arquitecto la que sabe responder al lugar que tiene. Alicante propicia que hayamos hecho obras como la última que hemos terminado de todos los paseos de la dársena del Puerto donde el disfrute es intensísimo. Da mucha satisfacción ver que aquí lo que construyas es fácilmente apropiable por la gente porque el clima siempre acompaña».

Por esta trayectoria en la que ha dejado su impronta y legado para el futuro de la capital de la provincia, el arquitecto alicantino recibe el «Importante» de septiembre. Un galardón muy querido y valioso para él, al que tiene en gran consideración, por varias razones. Primero, «porque se fija en la gente próxima, en la gente de la provincia, en la gente que construye lo que nosotros somos como sociedad»; también por una satisfacción interior, íntima, «porque lo recibió mi padre que también era arquitecto (Juan Antonio García Solera) por su labor como arquitecto del mismo modo que lo hago yo ahora»; y, por último, porque considera que, aunque se le otorgue nominalmente, «el premio refleja el trabajo de muchos. Los arquitectos nunca trabajamos solos, siempre tenemos un equipo muy importante con nosotros y el valor de nuestro trabajo se construye gracias a esos equipos que de algún modo hoy tienen que sentirse satisfechos con este galardón también».

Javier García-Solera sirve sus creaciones a la sociedad. «Siempre hemos procurado una arquitectura que se hace, se cuida con esmero y se entrega a los demás, no una arquitectura que hable de nosotros, que nos defina como artistas o como arquitectos singulares, o que sea identificativa enseguida de quién la ha hecho». De ahí que intente sentir, explica, cierto desapego. «Me gusta cuando pasan muchos años y voy a las obras, sentirme como un visitante más o una persona que pasa por la calle. He conseguido después de bastantes años pasar por las aceras delante de edificios míos y no volver la vista hacia arriba para ver cómo andan; no siempre, pero muchas veces sí», confiesa.

Eso es tiempo porque, al principio, «cuando estamos terminando una obra solo vemos defectos. Pero cuando nos vamos y tardamos unos meses en volver casi siempre nos sorprenden para bien. Tras el esfuerzo intenso que pones al final, buscando los problemas para resolverlos, cuando ya están resueltos y pasan a otro plano encuentras las bondades que has sabido llevar a esos edificios». Por el contrario, admite que con algunas obras ve con lástima que no han sido comprendidas, «o que no hemos acertado con lo que se podría haber pretendido, o que a veces se deterioran de una forma que no es la que debería, pero la vida mancha». La arquitectura, una forma de vida para García-Solera.