Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Memoria cultural y política de Dios

Un ensayo sobre los orígenes políticos de la violencia religiosa y su nexo con escritura y revelación

Memoria cultural y política de Dios

El matrimonio Assmann es una referencia de primer orden en los estudios sobre memoria cultural. Mientras los importantes trabajos críticos de Aleida apenas cuentan con traducciones al castellano, la obra de Jan Assmann ha tenido mejor suerte. Catedrático de egiptología en Heidelberg, sus investigaciones sobre el mundo antiguo y el judaísmo ofrecen una sólida historiografía de la memoria, es decir, de la construcción y transmisión de los recuerdos colectivos y los modos en que éstos, con independencia de su verdad histórica, han regulado y dado sentido a las prácticas culturales y políticas de comunidades muy diferentes. Esta «semántica cultural» es el hilo conductor de una trayectoria investigadora que sigue los caminos abiertos por el sociólogo de la memoria Maurice Halbwachs, muerto en el campo de concentración de Buchenwald. En ensayos anteriores como Historia y mito en el mundo antiguo (Gredos, 2011) Jan Assmann desarrolló su teoría de la memoria cultural mediante innovadoras interpretaciones de la civilización egipcia y de los fundamentos del judaísmo. Todas ellas tienen la virtud de convertir la reflexión historiográfica sobre el pasado más remoto en un pensamiento crítico del presente. De hecho, este ensayo sobre Violencia y monoteísmo intenta responder a la batería de críticas que desde distintos flancos confesionales -incluido el propio Ratzinger- han recibido sus tesis sobre política y religión en la Antigüedad. El lector no encontrará aquí las acostumbradas consignas moralistas contra el fanatismo y la intolerancia. Lejos de ellas, los contundentes juicios de Assmann descansan sobre un riguroso armazón conceptual. En discusión con antropólogos como René Girard, niega que lo sagrado haya sido nunca un antídoto contra la violencia humana. La extendida tesis piadosa de que el monoteísmo sería un progreso con respecto a los politeísmos se desmorona desde el momento en que aquél se manifiesta no como un fenómeno de inclusión, sino como una rotunda afirmación de exclusión, que, como en la «distinción mosaica», eleva a Ley colectiva una manifestación singular de lo sagrado. La fidelidad a un solo Dios identificado con la verdad expresaría, según Assmann, el «salto cultural» por el que las culturas semitas rompieron con un pasado de pluralidad y formaron una unidad moral y política, heredera de los despotismos asirios y los traumáticos ensayos monoteístas de la cultura egipcia bajo Akhenatón. La violencia política mosaica sólo puede garantizarse a través de una Escritura que, garante de la memoria de Dios, justifique la destrucción de quienes siguen a dioses o leyes diferentes. Assmann llama la atención sobre pasajes bíblicos que, desde el Éxodo y sobre todo en Deuteronomio, muestran a un Yahvé que exige aplicar la violencia más cruel precisamente sobre los miembros de la propia comunidad: padres, hijos, familiares, que no entiendan la necesidad de atenerse al Dios de la legalidad única, opuesto al caos de las pluralidades tribales. El cristianismo y el Islam extremarán estas exigencias de castigo. Assmann utiliza sus argumentos históricos para discutir con quienes mejor han pensado la violencia política y religiosa en el siglo XX: Walter Benjamin, Jacob Taubes, Peter Solterdjik, Carl Schmitt y, por supuesto, Sigmund Freud a cuyo ensayo sobre Moisés y el trauma monoteísta dedica páginas incisivas. Su propósito aquí no ha sido escribir un tratado contra los monoteísmos, sino más bien contra aquellos que encarnan la dimensión sacrificial de la política, adoptando las formas despóticas frente a las que emergieron. Por eso entiende el estudio de la génesis de las religiones como un trabajo de «disolución discursiva» de la Escritura revelada y su lenguaje de violencia. Bajo esta mirada crítica nos invita finalmente a releer a quienes como Lessing y Mendelssohn invocaron desde la Ilustración judía otro monoteísmo: el de una religión general de la humanidad, irreductible a un sistema de doctrinas obligatorias. Quizás porque nunca puso por escrito las verdades eternas, sino solo las leyes humanas, el judaísmo ha permitido albergar esa promesa de libertad, inalcanzable para la dogmática cristiana.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats