Estos pensamientos cinematográficos fueron escritos por Jaime Rosales entre 2016, mientras preparaba el rodaje de su película Petra, y 2017, cuando inició el montaje del largometraje. Pero como señala el cineasta, este libro, a mitad de camino entre el ensayo y el diario, puede ser leído como un compendio que recoge, no sin contradicción, algunas de sus experiencias y reflexiones más esenciales. No es habitual que un director se dedique a anotar sus ideas sobre el cine. Curiosamente, dos cineastas que sí lo hicieron, Robert Bresson ( Notas sobre el cinematógrafo) y Andrei Tarkovski ( Esculpir en el tiempo), son un referente esencial en el pensamiento de Rosales. Su autor defiende incondicionalmente el celuloide frente al formato digital, hasta el punto que prefiere la denominación de celuloidista a la de cineasta. El cine es para él algo más que un oficio, es una condición existencial desde la que mirar el mundo y la vida. Estos son algunos de los aforismos que he seleccionado del sugerente libro de Rosales:

Forjar nuevas miradas. Para el director de La soledad la innovación artística tiene que ver con la capacidad del director para introducir una forma nueva de representar la sociedad. Cada película debe cambiar su enfoque y metodología en función del tema que quiera abordar. Se trata, pues, de «representar el mundo bajo una nueva mirada». Pero el cine , cuestionado sus valores y creencias, al ofrecer al espectador la posibilidad de «mirar el mundo con otros ojos para poder cambiarlo».

Irreductibilidad e infancia fílmica. Siguiendo a Bresson y a Tarkovski, Rosales sostiene que el arte cinematográfico debe preservar su autonomía y especificidad respecto a otras artes como la literatura, el teatro, la pintura o la fotografía. Dada su juventud, el cine todavía es un «esbozo» de lo que podría llegar a ser. «Todavía no hemos visto cine».

Primacía de la acción sobre la palabra. El valor expresivo de la película ha de residir en la acción. Los diálogos no son más que un valor añadidoRosales concede importancia al subtexto, como el deseo que subyace a las palabras o los silencios que vemos en la pantalla pero que no están en el guion, estableciendo una relación entre «lo que se ve, lo que se oye y lo que se sobreentiende».

Horadar lo latente. El cine escudriña lo latente, revela lo implícito, muestra e insinúa los ángulos muertos de las cosas y de la vida. Y en esa labor de desentrañar lo que subyace a lo visible, enseña a mirar de otro modo lo que nos rodea, profundizando en las distintas posibilidades de ver las cosas. Para ello el cine ha de ser capaz de crear «imágenes densas» que arrojen luz sobre la condición humana.

Cine clásico y moderno. En el cine clásico lo importante es la acción y la trama, mientras que en el cine moderno «el lenguaje es el fin». La forma acaba imponiéndose a la actuación, como sucede con Stromboli y la presencia de Ingrid Bergman. El estilo fílmico del cine clásico está basado en la «transparencia» con un guion construido a partir de un «objetivo claro» enfrentado a una serie de obstáculos que habrán de superar los protagonistas. Por el contrario, el cine moderno apuesta por una narración fragmentaria, con un estilo fílmico más emocional que requiere de la interpretación del espectador para clarificar la indeterminación de lo que muestra.

Prosa televisiva y poesía cinematográfica. La televisión «se ha adueñado de la prosa audiovisual. Al cine no le queda otro camino posible que el de la poesía. Bendita amenaza, bendita oportunidad». El triunfo de la series de televisión reside en los extraordinarios guiones que sustentan una tramas que, sin embargo, relegan a la imagen a un lugar secundario y subordinado.

Filmar ideas, montar emociones. «La emoción no la transmite el plano ni el actor» sino que la «crea el montaje». Sin embargo, el director debe rodar persiguiendo una idea y una perspectiva visual, pero no buscando la emoción, que ha de surgir en el modo de ensamblar planos y secuencias.

Emancipar al espectador anestesiado. El cine puede servir para arrancar a la ciudadanía de su anestesia e indiferencia. No solo el pensamiento, o su ausencia, uniformiza al ser humano, también lo hacen las imágenes y los nuevos medios digitales. El cine emancipa la mirada y el pensamiento de su cautiverio intelectual y emocional, espoleando las potencialidades del espectador. No obstante, la reflexión de Rosales destila cierto pesimismo al escribir que «el hombre moderno no quiere emanciparse de su estado de anestesia».