Literatura militante
Los relatos de Radicalizado, de Cory Doctorow, muestran las miserias del sistema y las arduas angustias de la sublevación
Ricardo Menéndez Salmón
En sus análisis en torno al poder, y en especial tras su majestuosa investigación acerca de la biopolítica y las relaciones que se establecen entre los cuerpos y su sometimiento, Foucault se reconocía maravillado por la potencia que atesora la subversión. Como hecho singular, vendría a decir el autor de Vigilar y castigar, la sublevación, entendida como la decisión de un particular (El Lute) o de un colectivo (los judíos del gueto de Varsovia) de arriesgar la vida ante el poder, se conforma como una catástrofe para ese mismo poder, toda vez que introduce un suceso ingobernable en las relaciones entre dominador y dominado. Dicho de otro modo, lo que pone límites al poder no es el derecho escrito o el corpus legal, sino el acontecimiento inalienable de que la gente se subleva, una decisión que al poder le causa miedo, pues el miedo es, de facto, no sólo el único lenguaje que el poder entiende, sino la única gramática en la que funda su existencia. Desde esta perspectiva, es fácil reconocer la fascinación de Foucault por las vidas de «los hombres infames», por las existencias de los locos, de los asesinos, de los marginados, de los encarcelados, de los oprimidos, personas que, casi siempre, sólo han poseído su total entrega, su disposición a morir, para recordarnos que estaban vivos.
En mayor o menor medida, los protagonistas de las cuatro historias que componen Radicalizado, de Cory Doctorow, responden a la lógica de la sublevación, a la disposición a entregar algo muy importante (tiempo, energía, dignidad: la vida en el límite) a cambio de enfrentarse al poder. Doctorow rastrea este poder en encarnaciones como la tecnología doméstica, la privatización de la medicina, la disciplina policial y el apocalipsis programado, motivos, como es fácil intuir, de enorme eco, que interrogan nuestra fibra moral y que en la sociedad escrutada, la norteamericana, facilitan la división entre pudientes y menesterosos. Racismo, sexismo y clasismo son las formas del poder que sus antagonistas confrontan en Radicalizado, con el añadido novedoso de que ya no son necesariamente «hombres infames», los residuos de la sociedad, quienes combaten a los opresores, sino padres de familia y personas «en regla», gentes «de bien», las que se ven atrapadas por la bestialidad policial, la inmisericordia del dinero o la invasión del leviatán tecnológico.
Doctorow no esconde sus simpatías ni oculta sus intenciones. Frente a una perspectiva neutra y cenital, como la que podría haber introducido un escritor que se limitara a mostrar sin juzgar, su literatura toma partido y se conforma como una estrategia militante. Sin entrar a valorar si esa es una decisión moral o propagandística, ilustrada o ilusoria, cabe señalar que el autor no se refugia en miradas complacientes ni en lecturas adánicas. El enfoque partidista del escritor y sus obvias preferencias no lo convierten en un intérprete indulgente. Al contrario. Con irreverencia pero con madurez, los relatos de Radicalizado no sólo muestran las miserias del sistema, sino también las siempre arduas angustias de la sublevación.
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