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Escritura elegante

«Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie»: El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Escritura elegante

Escritura elegante / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

El Gatopardo (Noguer, Círculo de Lectores, 1959) es una de esas novelas que forman parte de mi propia historia. La recuerdo en la estantería de casa y cómo mi padre me decía que era para más mayores, cuando yo, no sé por qué, asociaba ese gatopardo con el gato de Alicia el País de las maravillas. La leí de adolescente; aunque fue años después cuando realmente disfruté de ella. Esta semana, aniversario de muchas cosas, me acordé y busqué por casa el mismo ejemplar que tenía mi padre. Y me sorprendí, no ya releyéndola, sino disfrutando de ella, poco a poco, «con el abandono que para sí pretende la verdadera poesía» (p. 11), como si no quisiera llegar al final porque eso supondría archivar los recuerdos de nuevo.

El gatopardo o serval es el símbolo del escudo de armas de la familia del príncipe de Salina, Don Fabrizio, quien protagoniza esta novela histórica ambientada en la Sicilia de la segunda mitad del siglo XIX inmersa en la revolución que encabezó Garibaldi. Con ella, su autor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, consiguió el Premio Strega de la lengua italiana en 1959, y, además, como muestra de su éxito, Luchino Visconti la llevó al cine en 1963.

Sicilia es amenazada por los piamonteses. Las clases populares y burguesas esperan el momento para lanzarse contra los poderosos (p. 30). Es en este escenario en donde se caracteriza a Tancredi, sobrino de Don Fabrizio, quien se quiere unir a la revolución porque piensa que es la única forma de sobrevivir como hasta ahora se ha conseguido por los nobles. Es él quien pronuncia las palabras que son el leitmotiv de toda la novela: «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie», (p. 33); con lo que se origina como actitud y actividad política lo conocido en todos los ámbitos políticos, sociales y económicos como «gatopardismo».

La narración se estructura en ocho capítulos que abarcan un marco temporal de cincuenta años, desde 1860, fecha de la promulgación del reino de Italia, hasta 1910. Cada uno tiene la peculiaridad de contener, a modo de las narraciones más tradicionales, un índice temático de los aspectos tratados, una especie de guía semántica que explicita la progresión semántica de los acontecimientos narrados. En ellos se desarrolla, de forma imbricada, por una parte, el devenir de una familia aristocrática, mediante una exposición costumbrista de su forma de entender el mundo, las comidas, los bailes, los siete hijos, la esposa y la amante. Y, por otra parte, el resto de temas que aderezan y se contraponen a lo anterior, como son la conquista del poder por las clases burguesas y, aparentemente, por las clases populares también, plasmado por las revueltas y las negociaciones en los salones; la inclusión de un triángulo amoroso que pone de manifiesto también esa necesaria planificación de estar entre los privilegiados, protagonizado por Concetta, una de las hijas del príncipe, el propio Tancredi y Angelica, la hija de un rico burgués; y por último, un poso filosófico, casi nostálgico, con el símbolo de Bendicó, el perro del príncipe, de lo que es vivir una vida en contextos sociales determinados, en esos momentos de inflexión que propician cambios en un país.

Puede afirmarse que en esta novela la lengua está al servicio de la narración y no a la inversa: esa frase larga, muy pausada y esos párrafos extensos sirven de marco para que una acción minimizada, aderezada por elementos descriptivos sonoros, visuales, táctiles, olfativos o gustativos, hagan de ella una obra de deleite artístico.

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? En primer lugar, porque supone una de las cumbres de la literatura italiana del siglo XX, siendo una de ese tipo de obras que son únicas en la trayectoria de un autor, es decir, de las que yo digo que hay que leer; y, por supuesto, por la delicia que supone seguir sus páginas, sabiendo que todos asistimos a esos quiebros sociales y vitales que, al igual que al Príncipe de Salina y a Tancredi, nos obligan a reinterpretar nuestro mundo personal constantemente.