Leemos

Leer a Azorín (II)

«Del pasado dichoso solo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso»: Castilla, Azorín.

Azorín (II)

Azorín (II) / José Joaquín Martínez Egido

José Joaquín Martínez Egido

Hace poco tiempo, en esta misma sección de animación a la lectura, escribía un Leemos dedicado a Los pueblos del maestro Azorín y anunciaba que tenía pendientes dos libros suyos para este último verano. Este es el primero, un "clasicazo": Castilla (Alianza Editorial, 2013), publicado en 1912.

En esta obra me vuelvo a encontrar con ese narrador genuino que fue nuestro paisano, en donde el fruto de una observación minuciosa e inteligente, mediante su concentración estilística, sin prisas, cuaja en una modernidad todavía vigente en la actualidad a lo largo de los 14 textos que lo componen. En esta relectura de Castilla he querido apartar los conocimientos que pudiera tener sobre él y el que no me pesara su caracterización como documento memorable de la Generación del 98 para, de esta forma, aprovechar todo el placer lector que surgiera de sus páginas.

Y he conseguido mi propósito, pues lo he disfrutado mucho. Ya, en los dos primeros textos del libro, me he encontrado con una pequeña historia del ferrocarril en España. Azorín lo considera una herramienta imprescindible y de apertura para revolucionar las relaciones humanas (p.40). Emplea ese estilo azoriniano en el que siempre hay una clara voluntad literaria, que se plasma, por ejemplo, con una sintaxis muy trabada que distribuye sus contenidos poco a poco, pero sin detenerse, para ofrecer textos de una maestría incuestionable. Un ejemplo de ello sería la oración de 152 palabras (p.45) en donde describe la llegada del tren, la acomodación de los viajeros, el arranque de la locomotora, la ciudad que abandona y el camino que emprende. Puro placer lector.

Y así a lo largo de todo el libro mediante descripciones costumbristas como las que dedica a las ventas de los caminos, que le sirven para reflexionar sobre el paso del tiempo (p.59), de cómo unas aparecen con los nuevos caminos y otras desaparecen por los nuevos trazados, todas han podido disfrutar de su momento. Este texto siempre me recuerda a ese restaurante que había en la carretera de Valencia en el que paraba el autobús los domingos para cenar con los soldados que hacíamos la mili y que volvíamos al cuartel. Ya no existe, el trazado de la autovía lo ha dejado sin entrada; solo queda la estructura del edificio, la cual luce cubierta de pintadas en sus paredes. En estos textos también muestra su opinión crítica frente a diferentes temas: su moderna posición al no defender los toros (p.71), y su talante de igualdad entre todas las personas, aludiendo a su catalejo para observar de cerca la realidad (p.77).

La poeticidad siempre está presente en todos los textos azorinianos, ya sea en la descripción de edificios, como en la de una catedral: "La catedral es fina, frágil y sensitiva […] La catedral es una y varia a través de los siglos; aparece distinta en las diversas horas del día" (p.86); en la imposibilidad del mar en Castilla: "Por la ventanita de este sobrado columbramos la llanura árida, polvorienta; el aire seco, caliginoso. Suenan las campanas lentas de un convento. Castilla no puede ver el mar" (p.93); o en la configuración de sus historias mediante el ejercicio de continuar e imaginar historias de la literatura española, como es la boda entre Calixto y Melibea con un guiño magnífico al lector: "Calixto y Melibea se casaron -como sabrá el lector si ha leído la Celestina" (p.94); o con ese hidalgo castellano del Lazarillo con una buena vida que contrastaría con el original (p.102). Magníficos estos dos textos en donde, además del derroche de felicidad que no existía en los textos originales, lo hay también de estupenda prosa poética con las descripciones sobre las nubes (p.97), con la unicidad del tiempo para todos: "Del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso" (p.113), en el texto sobre La ilustre fregona; y también con el empleo metafórico de una flauta (p.122), de una lucecita roja (p.128) o esa casa cerrada: "Eso es lo último que leí en esta mesa, en que tanto he trabajado, frente al panorama del vega, en un día gris y dulce de otoño" (p.139).

Y ¿Por qué deberíais de leer este libro? Porque sé que os gusta la literatura buena, la no fingida, la elaborada con la maestría de las palabras, la de la esencia de todo aquello que nos rodea. Y eso es Castilla.