Contra la predicción de la IA, el delirio humano
La filósofa Marina Garcés reflexiona en El tiempo de la promesa sobre la evolución de este concepto que marca nuestras expectativas
Valeria Gaillard
Ante, por un lado, el cambio climático que parece no concernir a nadie, como si la promesa -hija de la Ilustración- de un progreso permanente y de una naturaleza ilimitada aún estuviese profundamente enraizada en los cerebros occidentales, y por el otro, la irrupción de la inteligencia artificial (IA) acompañada de escenarios apocalípticos, resulta necesario profundizar sobre la naturaleza de nuestras creencias que se basan precisamente en estas promesas implícitas, que marcan nuestras expectativas como individuos. La siempre pertinente filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973) reflexiona en un nuevo pequeño ensayo, El tiempo de la promesa, sobre cómo ha ido cambiando el concepto de promesa con los siglos, un «acto de palabra» que constituye el fundamento de toda sociedad. Tal como analiza en un discurso de divulgación que no cae en la oscuridad de los textos académicos, la promesa permite la proyección en el futuro y abre posibles existenciales. Siempre implica una relación con los otros (es vinculante) y con el poder (solo prometen los poderosos). A nivel histórico, distingue una primera gran promesa, la palabra de Dios, que prometía la salvación; luego la del capitalismo, que promete que el crecimiento no tiene fin, y la del Estado moderno, que promete protección y bienestar, y así llegamos a hoy, momento de incredulidad y frustración en el que la IA toma el relevo y promete una «predictibilidad absoluta».
Siguiendo su Nueva ilustración radical (Anagrama, 2017), Garcés apunta el colapso actual de un modo de vida «inviable» -Dios no salva, el Estado ya no protege y el capitalismo no puede crecer más- que da paso a un «tiempo del accidente», en el sentido que el imprevisto es inminente sin saber, paradoxalmente, cuándo se va a producir. En este contexto, ¿se puede prometer algo? En su opinión, la promesa ha quedado substituida por la predicción, que no solo es una nueva herramienta de dominio, también nos aboca a un nuevo determinismo que pone en peligro la libertad. Ahí recupera a María Zambrano de El hombre y lo divino para señalar que la IA, si bien puede crear los fakes más sofisticados, no «delira», «tergiversa una realidad que no puede ultrapasar». Delirar es un momento de la imaginación que nos permite ir más allá de lo existente, mientras que la promesa «es una de sus expresiones más generosas y, también, más poderosas». Sin embargo, hoy el delirio se ha convertido en enfermedad por esta promesa de la IA de fundar un tiempo único a través de la predictibilidad absoluta. La promesa, diagnostica, nos enferma como sociedad.
Y no solo eso, también cabe constatar, prosigue Garcés, el descontento generalizado, la falta de esperanza, la frustración ante tantas promesas no cumplidas. La humillación moderna y contemporánea. No obstante, no cae en el pesimismo, sino que señala una brecha luminosa, ya que este mismo sentimiento de traición histórica «nos ha de permitir encontrar la potencia de la promesa igualitaria [la de la sociedad democrática] allí donde solo vemos destrucción y rendición». Se trata, pues, de «delirar» y de «atreverse» a prometer, a «hacer un paso adelante» como sociedad para «prefigurar un futuro deseado», acto que va mucho más allá de la mecánica predictibilidad que ofrece como un espejismo la IA. Así, concluye Garcés, hay que atreverse a prometer como individuo y como sociedad, cosa que no es otra cosa que comprometerse con un futuro que está en nuestras manos.
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