Viaje al lado oscuro

Maleantes, de Patrick Radden Keefe, recopila una docena de fascinantes reportajes del periodista bostoniano sobre el crimen y la impostura

Patrick Radden Keefe  Maleantes   Traducción de Pablo Hermida Lazcano  Reservoir Books  448 páginas / 20 euros

Patrick Radden Keefe Maleantes Traducción de Pablo Hermida Lazcano Reservoir Books 448 páginas / 20 euros / porLuisM.Alonso

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Maleantes reúne una docena de reportajes del periodista Patrick Radden Keefe (Boston, 1976) para The New Yorker, la publicación en la que escribe desde 2006. Como él mismo explica en el prefacio, las piezas incluidas reflejan algunas de sus constantes preocupaciones: el crimen y la corrupción, los secretos y las mentiras, las membranas permeables que separan los mundos lícitos e ilícitos, las de los lazos familiares y el poder de la negación. Keefe es, a su vez, el autor de No digas nada (2019), el mejor libro sobre el conflicto de Irlanda del Norte que conozco. Por ese motivo no me cuesta volver sobre los pasos de un escritor que detecta desde el primer momento que todos somos narradores poco fiables de nuestras propias vidas, y trata a los personajes y a sus circunstancias con un agudo sentido de la observación y la comprensión. Empatiza como nadie con sus sujetos y al mismo tiempo mantiene un nivel apropiado de escepticismo periodístico: los asuntos que trata Maleantes están imbuidos de una tensión narrativa que nunca resulta exagerada ni melodramática. Por el propio papel de los distintos protagonistas, sí podría ser algo excesivo el enunciado de la portada del libro ya que en sus páginas no todos son propiamente malhechores ni criminales como se desprende del título de su versión castellana, sino que también hay pícaros gentiles y, como es el caso del ya desaparecido cocinero televisivo Anthony Bourdain, ni siquiera alcanzan el grado de sinvergüenza quedándose en un travieso y viejo rockero convertido de repente en un nómada adinerado que deambula por el planeta y se atiborra de comida singular. El título en inglés, Rogues, que vendría a ser «Pícaros», se aproxima mucho más al verdadero contenido de la obra.

Entre el grupo de criminales más inquietantes que pululan por las páginas se encuentra Dzhokhar Tsarnaev, el atacante del maratón de Boston, cuya vida universitaria preterrorista mostraba una banalidad dolorosamente estadounidense; el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, «El Chapo», que en un momento de la vida supo imprimir a su carrera delictiva un fino olfato y una notable imaginación para los negocios; o la historia que cuenta en El príncipe de Marbella sobre el escurridizo traficante internacional de armas sirio Monzer al-Kassar. Una de las cumbres narrativas se halla en Familia de criminales, donde Keefe perfila a Astrid Holleeder, una mujer holandesa exiliada en su propia ciudad, Ámsterdam. Astrid cree que uno de los criminales más notorios de Países Bajos, un hombre que cumple cadena perpetua por múltiples asesinatos, quiere verla muerta. Ese criminal es su hermano, Wim Holleeder, que obtuvo gran notoriedad tras secuestrar a Freddy Heineken, el director ejecutivo de la famosa compañía cervecera. Astrid, escribe Keefe, piensa mucho en cómo podría ser asesinada, imaginando escenarios fatales. Cada vez que se detiene en un semáforo en rojo y un vehículo desconocido se acerca a ella, agarra el volante, su corazón late con fuerza. Entonces, la luz cambia, suspira y continúa.

Keefe se muestra desconcertado por la inconsistencia en las respuestas de Astrid a sus preguntas, pero finalmente concluye que es sincera y que la ambigüedad al responder quizás se deba más a un temor a revelar demasiado que a un deseo de realzar el drama que le corroe. También está el caso de Una escopeta cargada, en el que Amy Bisoph, una neurobióloga a la que se le negó el puesto en la Universidad de Alabama, en Huntsville, durante la última reunión del departamento del semestre, bloqueó la puerta de la sala de conferencias y disparó a seis de sus colegas, asesinando a tres de ellos. Bishop creció en un suburbio de Boston donde había matado a tiros a su hermano. Keefe investiga a fondo este último homicidio, en su día considerado accidental, como un precedente inexcusable del horrendo crimen posterior. Al discutir si el asesinato fue intencional o no, el razonamiento del autor del libro se resume en que cuando la violencia interrumpe repentinamente el curso de nuestras vidas, tendemos a contarnos historias para hacerlas explicables. Y finaliza con que ninguna de las historias sobre el asesinato fue especialmente convincente.

El reportaje que abre el libro, que tiene que ver con el falsificador alemán Hardy Rodenstock, posiblemente sea uno de las más gratificantes desde el punto de vista del humor. El objetivo de Rodenstock consistió en convencer a la gente rica de que las botellas de burdeos que vendía eran originarias de la mítica bodega de Thomas Jefferson. Un coleccionista de vinos le explica a Keefe por qué está decidido a descubrir la verdad sobre las botellas posiblemente falsificadas que compró años antes. Si lo engañaron, quiere que el responsable pague. Más tarde añade que se trata de una divertida historia de detectives. Entregado a su batalla contra Rodenstock, el coleccionista no deja de entusiasmarse con lo que le ha tocado vivir: «Solía alardear de que tenía los vinos de Thomas Jefferson. Ahora he de alardear de que tengo los vinos falsificados de Thomas Jefferson». Nada más que eso, simplemente.