Rostros hieráticos, pensamientos en ebullición

Rostros hieráticos, pensamientos en ebullición

Rostros hieráticos, pensamientos en ebullición / M.S. Suárez Lafuente

M.S. Suárez Lafuente

Noche y día es la segunda novela de Virginia Woolf, y se puede decir que es la narración menos leída de la autora británica, porque ha cargado siempre con el marchamo de seguir «la tradición de la novela inglesa», según escribió otra gran autora, Katherine Mansfield, en su reseña de la obra. Sin embargo, esta novela cobra relevancia en nuestra época porque muestra el dilema de las decisiones personales en un tiempo de cambios radicales y de posicionamientos extremos y difíciles.

La novela se desarrolla en la llamada «era eduardiana», correspondiente al reinado de Eduardo VII, hijo de la todopoderosa Reina Victoria, pero se publicó en 1919, año en que se firmó el Tratado de Versalles, se inició la guerra de independencia de Irlanda e Inglaterra hubo de replantearse su lugar en Europa. Importante para el pensamiento de Virginia Woolf es que el economista Maynard Keynes, miembro del Grupo de Bloomsbury, publicó Las consecuencias económicas de la guerra, donde denuncia cómo los políticos no luchan ya por el bien común, sino por seguir siendo votados en la siguiente elección.

Ante este estado cambiante, no es de extrañar que Woolf escribiera una obra situada a medias entre su muy admirada literatura decimonónica, en cuyas páginas se había forjado como escritora, y los albores de sus propias señas de identidad: es decir, se introduce en el pensamiento de sus personajes mientras estos prosiguen con su vida cotidiana, observa paso a paso sus dudas, sus cambios de opinión, sus ensoñaciones y, a todas luces, su relación con el entorno en que las circunstancias les situaron.

El título nos conduce a los muchos contrastes que vamos a encontrar en la novela, principalmente el de clase social, que queda fijado ya en los dos primeros capítulos, en los que Woolf introduce a los personajes principales, Katherine Hilbery, perteneciente a una familia ilustre con un pasado glorioso, que habita una mansión en Chelsea, y Ralph Denham, que vive con su madre viuda y varios hermanos pequeños en una casa reducida y decadente en los suburbios de Londres.

Katherine y Ralph encarnan lo que hay de «romántico» en la novela, pero son precisamente ellos los que reflejan, con sus disquisiciones mentales y sus vivencias, los cambios que se están produciendo en la sociedad británica. Ambos son personajes reflexivos, dotados de un «sentido común» que es zarandeado por sus sentimientos y, sin duda, por los comentarios de los mundos en que se debaten: el de sus familias y el de los círculos literarios y sociales en que coinciden.

Es esta una época de «ismos» culturales, de vanguardias y de movimientos sociales. La literatura en inglés dio grandes nombres, como T. S. Eliot, James Joyce, Katherine Mansfield y la propia Woolf, que buscaban cómo romper ataduras con la fuerte influencia del Victorianismo en todos los frentes sin renegar de su importancia en la construcción cultural británica.

Woolf es consciente, al escribir Noche y día, de la limitación que le supone la estructura tradicional de las novelas. En su artículo Modern Fiction, también de 1919, se queja de «un diseño que cada vez se parece menos al modo en que nuestra mente percibe el mundo», por eso se puede establecer un paralelismo en la manera en que Katherine se debate para escapar a las imposiciones familiares y Virginia Woolf para encontrar su propia voz como escritora.

La autora centra su atención en las disquisiciones mentales de los personajes con tal detalle que aquellas parecen ser recogidas en tiempo real y se acercan ya a lo que pronto se denominará «fluir de conciencia», que Woolf consigue en su siguiente novela, El cuarto de Jacob, publicada en 1922, después de analizar la naturaleza de la ficción en varios de sus artículos y de practicarla en sus relatos breves.

El dilema fundamental para Katherine consiste en cómo puede ella entender a quienes la rodean, si ni siquiera encuentra palabras para entenderse a sí misma. Katherine quiere otra vida, pero sin perder la que ya tiene, busca la amistad con los hombres sin que esto implique necesariamente enamorarse o comprometerse y quiere hacer lo que le apetece pero sin romper los lazos familiares, que también necesita.

Katherine, Mary Datchett y Ralph ensayan continuamente las diferencias entre querer y enamorarse, entre ser amigos y ser novios, y se enfrentan abiertamente a un descubrimiento no admitido por la sociedad de su tiempo, si bien ya había sido suficientemente tratado por la literatura: que el amor «es solo una fantasía que uno se inventa con la otra persona, pero que sabe bien que no es verdad», a pesar de lo cual todo el mundo tiene cuidado de «no destruir la magia».

Así las cosas, Katherine se resiente de que «las preguntas se convertían directamente en fantasmas cuando intentaba hallar una respuesta, lo que demostraba que de nada le serviría la respuesta tradicional», y, por fin, mediada la novela, encuentra «un débil halo de luz» al entender que «la única verdad que podía saber era aquella que ella misma sentía». El problema era que Katherine era una mujer aún en los albores del siglo XX.

Mary Datchett, otro de los personajes importantes, introduce un tema candente en Inglaterra en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, la lucha de las mujeres por conseguir el voto y poder así alcanzar las reformas sociales que les permitieran ser personas en toda la extensión de la palabra. Mary trabaja como secretaria de la Oficina para el Sufragio en Londres. El hecho mismo de que trabaje, siendo mujer, ya convierte a Mary en una pionera, un modelo a seguir para que otras mujeres puedan también intentarlo. Las ideas y la posición de Mary contrastan claramente con las de las madres y tías presentes en la novela, que consideran que el matrimonio es la coronación de una mujer.

Mary y Katherine se observan y ponderan la forma de vida y la manera de pensar de una y otra y con esta amistad y este intercambio de visiones Virginia Woolf ofrece un retrato de los temas que le preocupan y que luego desarrollará en sus obras más conocidas. Katherine envidia la independencia de Mary y el hecho de que tenga una habitación en la que «se podía trabajar, se podía tener una vida propia» y Mary le recordará a lo largo de la novela que vivir sola también tiene sus propios momentos difíciles.

Noche y día es todo un tratado sobre la consideración victoriana del noviazgo y el matrimonio, pero, al mismo tiempo, introduce múltiples temas sociales del momento considerados desde distintos puntos de vista. Y también, como es característico en Woolf, describe magistralmente paisajes y ambientes sin olvidar los colores, los sonidos y los olores que despiertan los sentidos de sus personajes y, consecuentemente, los de quienes leemos. Al final de la lectura, nos quedamos con una sabia máxima a la que llega Katherine en sus intrincadas elucubraciones: «Es la vida lo que importa, nada más que la vida, el proceso de descubrir, el eterno y perpetuo proceso, no el descubrimiento en sí». Para quienes vivimos con la literatura, Noche y día trata del eterno y constante proceso de leer y de pensar, como nos propone, siempre, Virginia Woolf.