El universo “techie” ha tendido siempre al mesianismo. El impacto de la figura de Steve Jobs dejó una huella tan profunda en el imaginario de los maniacos de la tecnología que algunos esperaban su reencarnación (digital) o bien el regreso de un nuevo elegido que recogiera su testigo. Sam Altman siempre ha tenido todas las papeletas para ser el “Paul Atreides” de los fremen digitales. Su abrupta salida de OpenAI el pasado fin de semana, vía patadón  inmisericorde y por videoconferencia de su consejo de administración, es una copia muy fiel del vía crucis vivido hace años por Steve Jobs. El creador de Apple sufrió casi lo mismo en 1985: su consejo de administración, presidido por John Sculley, le expulsó del paraíso de la manzana y le obligó a una larga travesía del desierto de once años. Jobs creó NeXT y en los años duros ganó en templanza sin perder su chispa genial. En 1997 Apple compró su empresa y el hombre de los polos de cuello de tortuga y el “One more thing” regresó a su casa como un salvador redivivo, dispuesto para crear el iPhone y hacer historia. ¿Quieren más coincidencias? Fue Bill Gates, el mismo que ahora maneja los hilos en OpenAI gracias a sus 13.000 millones de dólares de inversión y que podría haber decidido que Altman regresara, el verdadero factótum de aquella redención de Jobs. Invirtió 150 millones de dólares, entonces una fortuna, en Apple (a muchos fanáticos de Windows y odiadores de Apple todavía les da un patatús cuando recuerdan esto) y con ese gesto y el fin de las disputas legales sobre las coincidencias en la interfaz gráfica de ambos sistemas operativos dio el oxígeno necesario a la empresa para que saliera de la UVI financiera en la que estaba. Microsoft y Apple fueron, han sido y serán siempre adversarios, casi enemigos, pero Gates y Jobs se respetaban y admiraban como solo sucede entre iguales.

Bill Gates y Satya Nadella son los grandes ganadores para Microsoft de la crisis de OpenAI. INFORMACIÓN

Sin embargo, el último capítulo de la historia de Jobs no se ha repetido en el caso de Altman. Bill Gates es un genio amable que no da el perfil mesiánico de las deidades superiores, pero sí se ha convertido en el oráculo vivo de la evolución mundial desde que dejara la primera línea de su emporio. Su jugada final en este asunto es magistral porque no repite el error de salvar para otra empresa a un verdadero mesías tecnológico que acaba convirtiendo a tu competidor en más grande que tú mismo. Esta vez, Gates quería al mesías en Microsoft. Era lógico, por tanto, que estos cuatro días de infarto acabaran ayer con la noticia proporcionada por un Satya Nadella eufórico de que Sam Altman y el también caído presidente del consejo de OpenAI, Greg Brokman, recalaban en la empresa creadora de Windows. No iba a haber travesía en el desierto ni creación de empresa propia al estilo de lo que hizo Jobs. El desarrollo de la IA es otra liga y siempre se necesita a uno de los grandes monstruos a tu lado. Un monstruo que, como Microsoft, posea la “nube” y el talonario suficiente en forma de capacidad de computación sin la cual la evolución de nuevos modelos de IA es imposible. No me extraña que mucha gente reaccionara a esta noticia con mensajes como este:

La rebelión de OpenAI contra su propio consejo arrecia en las últimas horas: 550 de los 700 empleados piden a los responsables del despido de Sam Altman que se vayan ellos de la empresa.

"Dado el predicamento que Altman tenía en OpenAI con su gente, no es descartable una deserción en masa de los cerebros más privilegiados de esta empresa hacia la seguridad de un emporio como Microsoft." Esto que escribía hace apenas una hora, ya es una realidad: 505 empleados de los 700 de OpenAI le dicen a su consejo de administración que los que deben irse son ellos, no Sam Altman. Y que sí se quedan, se marcharán todos a Microsoft con Altman. El consejo quería una transición tranquila y llegó a nombrar a Emmett Shear, uno de los fundadores de la plataforma Twitch, como nuevo CEO. Pero ese movimiento no ha solucionado nada. La rebelión de OpenAI contra su propio consejo llegó de la mano de Mira Murati, la CTO de la empresa que fue elegida inicialmente como sustituta de Altman. Murati, en un mensaje en X, lo dijo claro: OpenAI no es nada sin su gente. Más que nunca ahora, la creadora de ChatGPT puede acabar diluida en la empresa de la que ahora es CEO Satya Nadella  o terminar siendo historia. O presa de algún otro monstruo. No olvidemos que la gran “G”, la misma a la que Nadella está viendo “bailar” por su retraso en el desarrollo de la AI, es aún un segundón y que otro Godzilla del sector, como Amazon, aún está tanteando sacar al mercado un modelo de IA que, el tamaño importa, batiría el récord mundial de parámetros que actualmente tienen los chinos. La entrada de Jeff Bezos en juego hará ruido porque él tiene también nube y talonario y no quiere quedarse fuera de la gran fiesta de la IA.

Los principales responsables del final de Altman en su empresa son Adam D’Angelo, CEO de Quora, y especialmente Ilya Sutskever, un tipo con cara de muy pocos amigos que da la talla para ser el “Bruto” de esta historia. Como en la tragedia de César, le citó traicioneramente a Altman a una videoconferencia aparentemente rutinaria, pero lo que se encontró fue con todo el consejo reunido únicamente para comunicarle que le despedían. Ayer, Sutskever, absolutamente desbordado por los acontecimientos, escribía un mensaje pidiendo perdón por su participación en las decisiones del consejo y dispuesto a corregir el rumbo para que OpenAI no acabara de hundirse. Si no hay quien lo remedie, es altamente probable que los mismos que acabaron ayer con Altman le acaben rogando que vuelva. O acaben siendo ellos los que tengan que dimitir.

Y puestos a cerrar el círculo, no olvidemos que Elon Musk, fundador junto a Altman de OpenAI, puede haber tenido un papel aún no evidenciado en este lío. ¿Pero, qué pinta aquí Musk, enlodado por el último episodio de su legendaria incontinencia verbal que le sitúa, via mensaje en X, en abierta sintonía con tesis nazis y antisemitas y su respaldo al ganador de las presidenciales argentinas, el últra Milei? Pues que el argumento de los consejeros para “apuñalar al “Cesar” era el mismo que Musk ha repetido hasta la saciedad y que le enfrentó a Altman, aunque esa pelea la perdió el todopoderoso dueño de Tesla: el riesgo para la humanidad de la IA en el que, supuestamente, se iba a caer si se desarrollaba un modelo de IA avanzada, gran objetivo de Altman. Tal vez para simular un “a mí que me registren”, Elon Musk ha querido salir al paso de esa posible vinculación y su último mensaje en X instaba a OpenAI a revelar “los auténticos motivos” que había tras el despido de Altman. Señal de que él tampoco se cree nada de esta historia. Filonazi, puede. Pero está claro que de tonto no tiene un solo cabello.