Tras ocho episodios que la han consagrado como una de las series del año, Patria se despidió el domingo pasado en HBO de su audiencia con un abrazo. Estoy hablando en clave pero ya se sabe que para quienes no hayan visto la serie esto puede ser un spoiler de los gordos, aunque los responsables del "Cómo se hizo" no han tenido reparo alguno en destriparlo. El último episodio ha sido más un epílogo que un desenlace. A medida que avanzaba el capítulo nos dábamos cuentas de que la historia había terminado en el anterior y solo quedaba ir cerrando los cabos sueltos. Y brindar ese momento que, de alguna manera, anhelábamos todos. Un abrazo muy esperado y capaz de arrancar las lágrimas al más impasible de los espectadores. Sin diálogo, con sólo miradas que lo decían todo. Sin desmerecer al resto de personajes secundarios, Elena Irureta y Ane Gabarain en sus papeles de Bittori y de Miren han sabido llevar el peso dramático de toda la serie y en ellas descansaban también los cimientos de ese momento.

Había mucha expectación sobre la adaptación de la novela de Fernando Aramburu que se ha colmado de sobra tanto para quienes ya habían leído el libro, como para quienes habían optado para esperar a "la peli". Y eso que alguno la esperaba con la escopeta cargada, como ya apuntaba la polémica suscitada en torno al desafortunado cartel para promocionarla. A estas alturas, no queda duda de que Patria no es una serie que trata de blanquear el terror de ETA. Deja muy claro quiénes eran las víctimas y quiénes eran los verdugos. Después de tanta muerte, odios, rencores y vidas destrozadas, este abrazo ha sido uno de los momentos más sobrecogedores con una puerta hacia la esperanza. Atrás quedaron los pobres resultados de audiencia en su estreno en abierto en Telecinco. En HBO ha arrasado. Lejanos quedaron también los retrasos en el rodaje y del estreno a causa de la pandemia. La espera valió la pena.

Patria es la historia de dos amigas separadas a causa de la lacra del terrorismo después de que el marido de una de ellas se convierta en objetivo de la banda terrorista ETA. La muerte del Txato (José Ramón Soroiz) no es un spoiler porque es precisamente con ella con la que arranca serie. Una escena a la que se vuelve de manera reiterada a lo largo de sus ocho episodios, porque es en ese momento donde todos sus protagonistas, sean de un bando o del otro, quedan atrapados. Y aún así en cada regreso a este trágico instante vamos conociendo datos nuevos sobre las circunstancias del asesinato, ya que cada vez se nos van mostrando los hechos desde el punto de vista de cada uno de los personajes.

La trama arranca cuando Bittori vuelve a su pueblo años después de la muerte de su marido el día que la banda terrorista anuncia el cese de su actividad. A ese lugar que no se identifica en ningún en momento y en el que siempre parece estar lloviendo. Aunque las localizaciones de la serie están rodadas en varios lugares, el paisaje más reconocible es el del municipio guipuzcoano de Soraluze. Ni qué decir tiene que el regreso de la viuda causa todo un terremoto entra los vecinos, entre los cuales se encuentran aquellos que jaleaban o callaban ante las acciones de quienes mataron a su marido. La llaman "la loca", o simple y despectivamente "ésa". Parece como una ofensa que vuelva allí a recordarles cómo murió su marido. Pero Bittori no busca ni regocijarse, ni venganza. Como dice Miren, aquella mujer que años atrás era su amiga, "la loca quiere saber". Una heroína a su pesar.

A través de flashbacks, vamos conociendo la historia de cómo dos amigas del alma se separaron el día que ETA decidió poner una diana en el marido de una de ellas y el hijo de la otra ingresó en la banda terrorista. Una historia que se desarrolla en un marco de treinta años de terror y división en la sociedad vasca. Desde el momento en que ETA estaba desbocada al de su decadencia y caída. No sólo fue una bala la que separó y arruinó las vidas de estas dos familias, fue el fanatismo y el odio. Se puede interpretar que todo lo que Miren hace está condicionado por el amor ciego de una madre por su hijo Joxe Mari (Jon Olivares), pero también hay que tener en cuenta que tiene otros dos más de los que se avergüenza y trata con desprecio porque su forma de pensar no es coma la suya.

Uno de los aspectos más criticados de la serie ha sido la visión que se daba en ella de las Fuerzas de Seguridad, aunque la polémica ha sido de menor intensidad a la tuvo Antidisturbios. Puede que se caiga en el tópico y en el estereotipo al mostrarlos como matones, pero no quita validez alguna a lo que la serie pretende contarnos. Puede que hayan sido uno de los grandes olvidados de este relato, porque seguro que no es agradable estar destinado en un lugar donde cada persona puede pegarte un tiro o colocarte una bomba en cualquier momento, pero no es su historia lo que se nos está narrando.

Aunque nunca deja de lado su fanatismo, Patria sí que hace un esfuerzo por tratar de humanizar al monstruo. Joxe Mari como un asesino sediento de sangre. A veces le vemos dudar. Duda cuando ve que una de sus bombas puede llevarse por delante a una niña, o cuando le dicen que tienen que ir a su pueblo para encargarse del Txato, un hombre en cuya casa jugaba cuando era pequeño. Hay veces que parece que aprieta el gatillo como para tratar de reafirmarse ante sus compañeros, como si éstos le hubiera dicho aquello de "no hay huevos". Pero mientras se marchita en la cárcel, por mucho que intente mostrar una fachada imperturbable, sí que da muestras de arrepentimiento. En el fondo, no dice muchas de las cosas que querría decir por miedo a su madre. Justamente esa mujer a la que él tenía atemorizada cuando empezó a moverse en entornos radicales.

Es el miedo lo que ha hecho que a lo largo de todos esos años muchos callaran. Por eso, otro de los mejores personajes de la serie es el de Arantxa (Loreto Mauleón), que no permita que su discapacidad le haga ser un testigo mudo ante todo lo que ocurre a su alrededor y desde su silla de ruedas sabe hacerse oír y expresar su indignación en un rostro medio paralizado. Otra de las circunstancias que propicia ese abrazo final es la posibilidad de que puede haber esperanza para ella.